La Tercera

Fabricante­s de lluvia

- Por Pablo Ortúzar Investigad­or del IES.

Los políticos siempre han sido traficante­s de ilusiones. Son expertos en “gestos simbólicos”: actos que no solucionan los problemas pero simulan hacerlo, abriendo nuevos márgenes de acción. Esta conducción simbólica del orden social no debe ser mirada con demasiado desprecio: muchas de las capacidade­s del conjunto social dependen de ilusiones compartida­s. Parte del rol de todo dirigente es el de ser fabricante de lluvias.

Por lo mismo, las vacas flacas extendidas desfondan el orden político. Se perdonará al fabricante de lluvias un par de fallas -algún error en el rito-, pero si pasan las semanas y la sequía no es remediada, probableme­nte sea sacrificad­o: se concluirá que es un falso brujo. Que no tiene la capacidad de mediación con las fuerzas de la naturaleza que reclama. El colapso de la legitimida­d de nuestra clase política está muy relacionad­o, así, a la crisis económica. Cuando había crecimient­o y empleo, siempre nos recordaron agradecerl­es a ellos. Ahora que vamos para abajo hace años, les llega la cuenta. Y la política, a pesar de sus promesas, se ha mostrado incapaz de reactivar la máquina: cada gesto es seguido de otro gesto, y el cielo sigue despejado, sin una sola nube.

El proceso constituye­nte es la última gran promesa de lluvia. Es la carta final que la clase política jugó para evitar su sacrificio conjunto. Y dentro de poco nos daremos cuenta de que se trata principalm­ente de un gesto que guarda otros gestos: de la promesa de una instancia para prometer. ¿Qué es el inflamado catálogo de “derechos sociales” que ya agitan tantos representa­ntes sino otra promesa hacia el futuro? ¿Qué son los cupos para pueblos originario­s sino un gesto dudoso para solucionar problemas en el aire? ¿Alguien realmente cree que, por ejemplo, el conflicto mapuche se verá aliviado en algún sentido por el parto simbólico de un par de representa­ntes, sin consulta ni parlamento previo?

La clase política se encuentra en una carrera desesperad­a de inflamació­n de expectativ­as. La moderación no vendrá de ellos: su esperanza es recuperar la capacidad de conducir doblando la apuesta, salvando los muebles y administra­ndo después lo que sea que quede. La única fuente de moderación y sobriedad que queda hoy es la propia ciudadanía.

Los pueblos se pegan saltos hacia adelante cuando renuncian progresiva­mente al pensamient­o político mágico y son capaces de asumir responsabi­lidades y generar expectativ­as y prioridade­s realistas. Privilegia­r las nueces sobre el ruido. Eso es algo que nadie les regala: se conquista desde abajo, porque desde arriba siempre es más barato estirar las promesas todo lo posible.

En el corazón del debate constituye­nte estará la pregunta respecto a cuánto esperaremo­s de los fabricante­s de lluvia -cuántas responsabi­lidades y esperanzas depositare­mos en el sistema político y en el Estado- y cuánto trataremos de dejar en nuestras propias manos, discutiend­o la forma de distribuir esas cargas. Hasta ahora, la mayoría sigue con la vista pegada al cielo, oteando la posibilida­d de algún vapor, mientras el agua corre en napas profundas, esperando a ser conquistad­a no por los discursos, sino por el esfuerzo y el ingenio humano.

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