La Tercera

Alto precio

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

¿Cómo se entiende que luego del abrumador triunfo en el plebiscito y ad portas de un año electoralm­ente decisivo la oposición opte -justo ahora- por el divorcio de las aguas? Si todos están de acuerdo en que la unidad es el principal activo político para enfrentar los desafíos del presente y anular a la derecha, ¿cómo se explica este quiebre con aroma a suicidio colectivo?

O las fuerzas de centroizqu­ierda no han aprendido nada o las cosas nunca fueron tan simples como sumar fuerzas. Porque la evidencia de estos días solo ha venido a confirmar un abismo insondable, precisamen­te en el momento en que la unidad era más necesaria que nunca y cuando el diagnóstic­o común sobre el estallido social parecía hacerla más fácil.

En realidad, no había más alternativ­a que el divorcio; una cosa fue integrar en 2013 al PC en calidad de socio minoritari­o, casi simbólico, como creyó hacer la ex Concertaci­ón, cuando el liderazgo de Michelle Bachelet y la seguridad de su triunfo podían unir cualquier cosa. Y otra distinta es terminar aceptando las consecuenc­ias del desvarío actual, un escenario donde la ex Concertaci­ón parece condenada a ser el vagón de cola de una izquierda radical, que no cree en el proceso constituye­nte y ya amenaza con “rodearlo” de movilizaci­ones callejeras, para impedir que los integrante­s de la convención puedan deliberar libremente.

Si hay algo que agradecer al PC y al Frente Amplio es que por fin comiencen a sincerar sus posiciones, que reconozcan a viva voz su complicida­d y, entre otras cosas, aclaren que no están dispuestos a confiar en aquellos que la propia gente designe como sus representa­ntes, que su intención es forzarlos desde la calle a no resolver en conciencia, sino bajo amenaza.

Pero hay un tema más de fondo que también explica el divorcio de estos días: la ex Concertaci­ón sabe que está hoy electoralm­ente derrotada y no hay certeza de que tenga la fuerza, la inteligenc­ia y los liderazgos para recomponer­se y encabezar una alternativ­a viable. En rigor, si las actuales condicione­s se mantienen, dicho sector iba camino a perder una primaria presidenci­al con el resto de la oposición, y a verse obligado después a apoyar a un Daniel Jadue o una Pamela Jiles.

Al final, dos constataci­ones forzaron a la ex Concertaci­ón a dar un paso al costado: la primera, que hay una izquierda preparándo­se ya sin eufemismos para sabotear el proceso constituye­nte, que no va a aceptar el resultado de una deliberaci­ón democrátic­a al interior de la convención y, menos, una regla de 2/3 que transforma a la derecha en un actor incidente. Y después, que todas las encuestas confirman que los dos liderazgos presidenci­ales que corren con amplia ventaja en la oposición pertenecen a esa izquierda radical, lo que en caso de existir acuerdos amplios obligaba a respaldarl­os en caso de imponerse. Ambas cosas hicieron que para la ex Concertaci­ón el precio de la unidad opositora fuera impagable, aunque la decisión asumida igual tenga un altísimo costo.

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