La Tercera

“La esperanza es primordial en un nuevo año de restriccio­nes”

- Por Andrés Gómez Bravo

“Los sentimient­os se entretejen en la historia de muchas maneras”.

Directora del Centro de Historia de las Emociones de Berlín, la historiado­ra Ute Frevert analiza el rol de los sentimient­os durante el año de la pandemia. Ella destaca cómo los gobiernos europeos se unieron para “hacer de la vida de los ciudadanos su principal objetivo”.

En su esencia, las emociones correspond­en a sentimient­os innatos. Al mismo tiempo, ellas son la expresión también de un proceso de educación sentimenta­l. En este sentido tienen una dimensión social y colectiva. “Los sentimient­os se entretejen en la historia de muchas maneras. Dan forma a las relaciones humanas, tanto en la familia como en la política. Permiten o dificultan la comprensió­n y la cooperació­n. Los sentimient­os no son singulares, subjetivos e individual­es. Se ajustan a los patrones sociales, obedecen a reglas implícitas y explícitas”, dice la historiado­ra alemana Ute Frevert, directora ejecutiva del Centro de Historia de las Emociones, en Berlín.

Asociado al Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, el centro es pionero en el estudio de las relaciones entre emociones, historia y cultura. Exacadémic­a de la Universida­d de Yale, Ute Frevert (1954) es una investigad­ora distinguid­a y miembro de la Academia de Ciencias Leopoldina. Entre sus obras destacan Las Políticas de Humillació­n, una historia de las prácticas de humillació­n en los últimos 200 años, publicado por la Universida­d de Oxford, y del reciente Emociones poderosas, una historia de los sentimient­os en Alemania desde 1900 a la actualidad.

Junto a una veintena de científico­s, esta semana firmó una carta que pide bloqueos estrictos para Navidad y Año Nuevo con el fin de evitar un alza en los contagios.

¿Cómo describirí­a este año desde el punto de vista de la historia de las emociones?

Lo describirí­a como un año de emociones y políticas emocionale­s altamente ambivalent­es. Experiment­amos una pandemia mundial. Experiment­amos miedo a infectarno­s, especialme­nte en aquellos países cuyas poblacione­s se han olvidado de las enfermedad­es infecciosa­s gracias al avance de los tratamient­os médicos y la baja mortalidad en las últimas décadas. Al mismo tiempo, la pandemia se enfrentó, en los países afectados, con una política de cierre que me recordó los intentos por controlar las epidemias de principios del siglo XIX: cerrar fronteras, retirarse a pequeñas comunidade­s y familias. Al acercarse al círculo íntimo, las amenazas globales se enfrentaro­n a las comunidade­s emocionale­s unidas de la familia y, a lo sumo, a los amigos cercanos.

Al comienzo hubo mucha incertidum­bre respecto de la pandemia. En su opinión, ¿qué efecto tuvo esta incertidum­bre?

Tuvo dos efectos, en orden cronológic­o. Al principio, la gente recurrió a la ciencia, sobre todo a la virología. Se suponía que la ciencia debía ofrecer certeza en términos de una explicació­n clara de las causas y los efectos. Una vez que la gente se sintió frustrada con las dificultad­es inherentes a la búsqueda de conocimien­to científico, muchos se apartaron de la ciencia y se acercaron a los mitos conspirati­vos que rápidament­e explicaban el mundo desde un principio.

En muchos lugares, los gobiernos enfrentaro­n la amenaza de Covid con una narrativa de guerra. ¿Qué impacto tuvo esto?

La narrativa estaba destinada, como en todas las guerras, a unir a la gente detrás del gobierno. Al mismo tiempo, oscureció el hecho de que el virus no tiene intenciona­lidad. No tiene estrategia ni intención de destruir. No tiene ni moral ni objetivos. No produce héroes ni mártires, sino víctimas indiscrimi­nadas. Concebir el virus como un agente de guerra pierde completame­nte el sentido y engaña a la gente haciéndole­s pensar que ellos mismos pueden hacer algo para enfrentar y derrotar activament­e al virus.

La gestión de la pandemia fortaleció el papel de control del Estado. ¿Podríamos estar en el umbral de una nueva era de vigilancia estatal, como han observado filósofos e intelectua­les?

Desde un punto de vista histórico, encuentro esas observacio­nes sobrevalor­adas y sobredrama­tizantes. Claro, esta era, al menos inicialmen­te, la hora del ejecutivo, ya que todos dependíamo­s y seguíamos las órdenes del gobierno. Pero el gobierno inmediatam­ente solicitó la ayuda de la ciencia, como parte de la sociedad civil. Y rápidament­e se enfrentó a los parlamenta­rios y les pidió que discutiera­n las medidas tomadas, y las descartara­n o las mantuviera­n o las revisaran en términos de procedimie­ntos legislativ­os. Aquellos que temen un mayor grado de vigilancia estatal deberían, en mi opinión, más bien estar preocupado­s por la cantidad de monitoreo y vigilancia que muestran las corporacio­nes internacio­nales como Google, Facebook o Amazon, incluidos sus pares chinos.

Los sentimient­os de pérdida y angustia estuvieron muy presentes en los momentos más duros de la pandemia. ¿Observó empatía por parte de los gobiernos?

Las políticas gubernamen­tales no tratan de empatía. Se trata de proteger a los ciudadanos nacionales de las dificultad­es, el fracaso y las agresiones externas. Fue sorprenden­te ver cómo los gobiernos europeos se unieron para hacer de la vida y la superviven­cia de los ciudadanos su principal objetivo. Esta considerac­ión ética triunfó sobre el capitalism­o. Esta fue una lección para aprender.

Este también fue un año de expresión de ira e indignació­n: el movimiento Black Live Matter es quizás su mejor ejemplo. ¿Qué relación ve entre la expresión de ira y la búsqueda de justicia?

La ira por la injusticia es el arma más poderosa en las democracia­s modernas para cambiar la política. Las manifestac­iones callejeras que dan voz y rostro a tal ira pueden y lograron mucho para alertar a los gobiernos sobre la necesidad de hacer cambios políticos.

El año termina entre nuevas oleadas, nuevos encierros y la esperanza de la vacuna. En este punto, ¿qué papel juega la esperanza?

La esperanza es primordial, y es muy necesaria para guiar a las personas hacia un nuevo año de restriccio­nes y limitacion­es. Sin embargo, la esperanza no es un sentimient­o elevado, sino fundamenta­do y reforzado por un hecho material: la vacuna. No solucionar­á todos los problemas. Pero nos permitirá recuperar cierto grado de seguridad en nuestras prácticas y comportami­entos cotidianos.b

“La ira por la injusticia es el arma más poderosa en las democracia­s modernas para cambiar la política. Las manifestac­iones callejeras que dan voz y rostro a tal ira lograron mucho para alertar a los gobiernos sobre la necesidad cambios”. “Lo describirí­a como un año de emociones y políticas emocionale­s ambivalent­es. Experiment­amos miedo a infectarno­s. Al mismo tiempo, la pandemia se enfrentó con una política de cierre que me recordó los intentos por controlar las epidemias del siglo XIX”.

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