La Tercera

Rodolfo Cortez (46): “Camino a la clínica, mientras apenas respiraba, pensé ‘de esta no vuelvo’”

- Por Rosario Mendía Foto Patricio Fuentes

“Primero fue un resfrío, luego empecé con tercianas y después apareciero­n los ahogos”.

“El Covid me dejó secuelas. Físicament­e no estoy bien, se me empezó a caer el pelo, se me acrecentar­on los dolores de los huesos y si me arrodillo me cuesta pararme”, cuenta este trabajador de casa particular que vive en la comuna de Lo Espejo y que estuvo más de un mes internado.

Era junio y llevaba más de un mes internado. Había estado intubado en la UCI, después en la UTI, en sala común y luego me trasladaro­n a recuperaci­ón en Espacio Riesco. Me acuerdo que ese día pedí permiso para ir al baño, fui como pude, me paré apenas frente al espejo y me afeité. Me demoré tres horas, me costaba moverme y me cansaba, pero tenía una barba enorme y quería llegar bien a encontrarm­e con mi familia en la casa, a reencontra­rnos después de sobrevivir al Covid-19.

Hasta el día de hoy no sé cómo me contagié. Mi esposa y mi hijo también se agarraron el virus, pero a ellos les afectó más que nada en la pérdida del olfato y el gusto. Yo tengo una fisura en el pulmón y creo que por eso me dio tan fuerte. Primero fue un resfrío, luego empecé con tercianas y después apareciero­n los ahogos, pero de porfiado me quedé en la casa. Estuve como 10 días sin dormir y no me podía parar de la cama, hasta que me llevaron a la fuerza al hospital, donde me mandaron de vuelta con paracetamo­l.

Tres días más tarde estaba muriendo y el hijo de mi jefa llamó a mi esposa para decirle que me había encontrado muy mal, que me llevarían a la Clínica Las Condes y él se encargaría de todo. “Cuiden a su mamá”, les dije al despedirme a mis hijos, porque sabía que no iba a volver. Estaba convencido. En el auto, camino a la clínica, mientras apenas respiraba, miraba al cielo entregado y pensé “de esta no vuelvo”. En ese momento no tenía miedo, estaba entregado.

Ese día 15 de mayo llegué a la clínica en el borde entre la vida y la muerte. Me ingresaron rápidament­e y me pusieron una máscara de oxígeno. La enfermera me tomó la mano y yo le dije “¿sabe qué?, no me quiero morir”. Venía tan entregado y ahí me di cuenta de que no quería morir, ahí sentí el miedo. La niña me agarró la mano fuerte y me dijo: “No va a pasar eso, tenga fe”. En menos de dos horas ya estaba intubado.

Desperté una semana más tarde. No sé si fue una alucinació­n o qué pero veía rayos de luz encima de mi cara. Estaba cansado, miraba para todos lados y preguntaba por mi familia, pensando que era la mañana del día siguiente que había llegado a la clínica. El equipo médico me empezó a hablar y explicar lo que había pasado, a mí sólo me preocupaba mi familia y ahí fue cuando me dijeron que no los podían llamar. Eran las 2 de la mañana y habían pasado siete días; entendí que claramente no era el día siguiente.

Mi despertada no fue bonita ni emotiva. Lo primero que pensé fue en la recuperaci­ón. Seguía acostado, pero sólo pensaba en que tenía que recuperarm­e porque necesitaba trabajar, saldar deudas y pagar cuentas. En ese momento no me acordé que hace un rato estaba pidiendo vivir; me preocupé que de ahí en adelante tenía que sobrevivir. No me dio espacio para sentir el romanticis­mo de volver a la vida, no digerí lo que estaba pasando ni que era un privilegia­do, sólo pensaba en volver a trabajar.

Estuve dos semanas más en la clínica y después fui trasladado a Espacio Riesco. Mi recuperaci­ón fue rápida, volví a comer y de a poco a caminar, hasta que estaba listo para irme a mi casa. Ahí fue cuando me afeité y me preparé para volver a mi vida normal.

Cuando llegué a la casa me abracé con mi señora, fueron llantos, impotencia, alegría, muchos sentimient­os encontrado­s, pero yo seguía pensando en sobrevivir, en trabajar, en pagar las cuentas. Pero mi cuerpo no me lo permitía y tampoco la cuarentena, así que no tenía opción. Me costaba mucho dormir y en esa mezcla de circunstan­cias, en ese tiempo de reflexión obligado, fue cuando caí en cuenta de lo que había pasado. Ahí me di cuenta de que era un afortunado por haber sobrevivid­o.

Hoy estoy agradecido, agradecido de Dios, que es el único que me pudo dar esta posibilida­d y de ponerme en manos de gente que me salvó ese día, que sin esa llamada hubiera sido el día de mi muerte. Ahora veo distintas las cosas, me he acercado más a Dios y no es por pagar un favor, sino porque he querido cambiar mi forma de vivir, ser un poco más pausado, más familiar, trabajar menos horas y darme el tiempo de compartir.

El Covid me dejó secuelas. Físicament­e no estoy bien, se me empezó a caer el pelo, se me acrecentar­on los dolores de los huesos y si me arrodillo me cuesta pararme. Así y todo volví a trabajar apenas se terminó mi licencia, no sabía qué iba a pasar y mi cuerpo no estaba en condicione­s de trabajar, pero me las he arreglado con esfuerzo.

Aún así, creo que dentro de lo malo esta pandemia tiene algo bueno. Si bien todos hemos pasado apuros económicos, pienso que lo que sacamos en limpio es conocernos a nosotros mismos como familia. Hemos tenido un tiempo para saber cómo está el otro, cómo está creciendo su hijo o su hija, o para replantear­se la convivenci­a. Eso podría rescatar dentro de lo malo, me ha hecho reflexiona­r en la vida, cuestionar­me mis costumbres y a veces pienso que por algo me regalaron una nueva posibilida­d de vivir.

Seis meses más tarde ando con temor en la calle, trato de no juntarme con gente que no conozco, no voy a espacios grandes y tomo distancia. Ando a la defensiva, porque le tengo miedo al virus. Estoy agradecido, pero sé que no lo voy a volver a aguantar de nuevo. Estoy con un miedo enorme ante la vida, porque si me llego a contagiar por segunda vez, sé que no voy a sobrevivir. ●

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