La Tercera

Las semanas críticas de los migrantes

- Por O. Fernández y S. Rodríguez

Asesoras, abogadas, obreros, educadoras, vendedoras. Tenían su vida armada, hasta que en pleno invierno conocieron el drama de vivir una pandemia lejos de su tierra. Varios estuvieron en carpas, afuera de embajadas y consulados. Algunos regresaron a su tierra, otros optaron por quedarse. Cuatro ciudadanos extranjero­s recuerdan esos días terribles. Y no olvidan el cariño recibido. Aura Arévalo (45) VENEZUELA “La gente nos ayudó mucho”

Aura Arévalo (45) se vino sola desde Venezuela. Eso fue ya hace dos años y seis meses. Los tiene muy bien contados. “Porque ha sido duro”, confiesa la mujer, pero añade convencida: “Y no lo cambio”.

En su país ella vivía en la ciudad de Valencia. Es educadora. Las circunstan­cias la empujaron a buscar suerte en otra frontera. Llegó a Chile. Estuvo tres meses con visa de turista y luego esperó otros 10 para la de trabajo. “No podía ser educadora, pero me las arreglé bien y trabajé como vendedora de ropa y de un cementerio”, relata.

Arrendó piezas y luego departamen­tos pequeños y compartido­s. “Rodé por Quilicura, Cerro Navia y Ñuñoa. Allí estábamos cuando partió la pandemia y el dueño dijo que nos teníamos que ir. No le debíamos nada, se debe haber asustado”.

Entre abril y mayo Aura quedó literalmen­te en la calle. Se consiguió unas mantas, una carpa y partió a instalarse afuera de la embajada de Venezuela, en Providenci­a, junto a decenas de compatriot­as suyos. “Hacía frío, pero la gente nos ayudó mucho; muchas personas llevaban mantas, juguetes para los niños, café, comida, fueron días terribles, pero también lindos”. Luego, la acogieron unas religiosas en un colegio de Providenci­a. “Ahora estoy muy bien, con trabajo y privacidad”, cuenta.

Liz Abuid (45) PERÚ “Se ha retomado la normalidad”

Liz Abuid (45) vive en el campamento “Todos luchando por un sueño”, de Antofagast­a. Quedó sin trabajo durante la pandemia. Era asesora del hogar en una casa de personas mayores. “Estuve varios meses confinada en el campamento, con precarieda­d en el acceso a luz y agua, no podíamos salir a ninguna parte”, señala.

Comenta que con los meses logró rearmarse y hoy vende cosméticos en la ciudad, lo que le permite mantenerse. En su casa vive con su hija de 28 años y otra de cinco.

“Durante el invierno recibimos harta ayuda, canastas familiares y comida, fue difícil, pero ahora se ha retomado la normalidad”, sostiene.

También es dirigenta del asentamien­to. “Somos personas unidas. Todos aportan a una olla común para alimentarn­os y, como meta a futuro, tenemos la idea de acceder a una vivienda definitiva, estamos trabajando para eso”.

A pesar de todo lo vivido este año, de las carencias, Liz dice que no quiere volver al Perú, porque su familia se crió en Chile. Junto a sus vecinos luchan por mejorar su situación en el asentamien­to y solo piden que las poblacione­s vecinas no dejen basura en las afueras de las casas, para mantener la higiene.

Soledad Yucra (24) BOLIVIA “Cuando llegué a mi país, lloraba”

“Fueron días muy tristes”, dice Soledad Yucra Choque, a través del teléfono. Tiene 24 años. Actualment­e está con su familia en Yamparáez, específica­mente en la ciudad de Sucre, Bolivia.

La suya es una historia trágica. Desde 2016 que viaja a Chile por temporadas, para trabajar en los

packing. En eso estaba en marzo, en el Fundo Santa Laura, de Melipilla, entre limones y paltas. La acompañaba su pareja, Robert Flores (28).

Arrendaban una pieza y allí fueron asaltados. Flores recibió al menos dos disparos, falleciend­o a las pocas horas. Entonces comenzó el periplo terrible de Soledad, rumbo a Santiago, a las afueras del consulado, al SML y a las funerarias. Con poco dinero, sin redes de apoyo y con el peso de otro elemento extra, revelado en medio de los exámenes PCR a ambos: estaba embarazada.

“Hubo días, noches en carpa, en la calle, que no sabía qué hacer, a dónde ir. Nuestros amigos me apoyaron mucho, también varios chilenos”, recuerda. Ella tuvo que hacer una cuarentena de 14 días en el Hotel Capital. “Se portaron excelente, pero estaba sola”, relata. Finalmente, el 17 de julio abordó un bus hacia su país. “Cuando llegué, lloraba; siempre me mantuve fuerte, por mi niña, pero ese día me desplomé”, relata.

José Aldemar (50) COLOMBIA “Lo más terrible era, lejos, el frío”

“Ahora estoy cumpliendo un año en Chile y pese a todo lo que pasó, sigo feliz, porque en verdad nadie tiene la culpa de esta pandemia”, cuenta resignado José Aldemar, de 50 años y nacido en Medellín, Colombia.

Su rubro es la construcci­ón. Es obrero albañil. A eso vino y en eso trabajaba cuando se declaró la pandemia y se cerraron todas las fronteras. Y, como tantos otros compatriot­as suyos, quedó sin trabajo y sin un lugar para dormir.

“Yo vivía en Recoleta, y de un día para otro no teníamos dinero para nada. Realmente, para nada. Nos comunicamo­s entre varios y llegamos a la calle del consulado de mi país, en Andrés Bello. Allí nos organizamo­s y nos instalamos, para poder regresar a Colombia”, recuerda.

Fueron casi tres meses los que José estuvo en la calle junto a su pareja. “Lo más terrible era, lejos, el frío, las noches, la humedad. Fue muy duro, estábamos tristes. Pero venía mucha gente a ayudarnos, nos traían comida y ropa, los chilenos se portaron muy bien”, comenta. También aclara que, finalmente, no pudo volver a su país. “Salía mucho dinero, pero yo me quedé feliz. Los jesuitas me apoyaron, ahora hago trabajos de gásfiter y arreglos, y tenemos casa, ya pasó lo peor”.

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