Felicidad de reencontrarse a sí misma
“Sin darme cuenta, siempre viví respondiendo constantemente al deber ser. Me casé hace 32 años para formar un matrimonio donde yo siempre sentí, desde lo más profundo de mi corazón, que tenía que cumplir, no disfrutar. Después nacieron mis dos hijas y ellas empezaron a indagar en el feminismo, a trabajar en pos de la libertad de las mujeres y, sobre todo, a inquietarse por mi relación. No fui yo quien se dio cuenta de que en mi matrimonio no había amor. Fueron ellas las que me lo mostraron.
Soy artista, me gusta escribir y cantar canciones folclóricas. Cuando comenzó la cuarentena, coincidió con que me encontraba en el campo sola, porque mi marido trabaja en otra ciudad. Así, en el encierro, empecé a cantar todo mi sentir de desamor. Y me encontré con el dolor verdadero frente a frente. Recordé que cuatro años antes, cuando me había enfermado de cáncer, él jamás me preguntó cómo me iba en los controles y si yo no lo mencionaba, no se tocaba el tema. Había vivido toda mi vida pensando que el buen hombre era el que no te hacía daño, por lo que no esperaba mucho más y justificaba vivir en un abandono tremendo.
Después de seis meses, se lo conté a mi hijas. Y ellas sacaron la radiografía: “Mamá, te tienes que separar”. Transformé todo lo que había escrito en un testimonio para él y se lo mandé en un correo electrónico. La pregunta final era: “¿Y ahora qué?”. Luego, me respondí a mí misma: avanzar sin él. En la pandemia pude sanar y tras tantas décadas de espera, me liberé. Si no hubiese sido por mis hijas, jamás habría podido abrir mi corazón y pensar en mí. Gracias a la soledad que me regaló este encierro, entendí que ya era hora de volar con mis propias alas”.