La Tercera

Es la familia, estúpide

- Por Pablo Ortúzar

La crisis social chilena es, en buena medida, una crisis económica e institucio­nal de las unidades domésticas de clase media. Es decir, un colapso de las familias. Ellas se encuentran sobrecarga­das de funciones y expectativ­as, a la vez que desprovist­as de los apoyos básicos para sostener dichas cargas.

La familia de clase media chilena es demasiado rica para lo que ofrece el Estado, a la vez que demasiado pobre para lo que ofrece el mercado. Esto significa que se integran de manera desventajo­sa en todos los subsistema­s sociales: no disfrutan ni de los mecanismos estabiliza­dores de la pobreza ni de aquellos de la riqueza. La creciente deuda es el reflejo económico de dicha integració­n deficiente.

Uno de los golpes de gracia a esta inestabili­dad estructura­l lo está dando el proceso demográfic­o: la jubilación precaria de los nacidos entre fines de los 40 e inicios de los 60 es un tsunami generacion­al. El índice de fecundidad (hijos promedio por mujer) de aquellos años es de alrededor de 5, cayendo a 3 a inicios de los 70 (hoy ronda 1,5). Mientras, la esperanza de vida llega hoy a los 80 años (sólo a finales de los 60 llegó a los 60).

¿Qué implica esto? Que una pareja promedio de chilenos de clase media nacidos en 1980 tendrá, cada uno, ente uno y dos hermanos. Cuando sus padres, nacidos alrededor de 1955 y con una trayectori­a laboral precaria, se jubilen, el cuidado de ellos, con costos crecientes, deberá ser distribuid­o entre esos hermanos durante 15 años. Cada uno de esos hermanos, a su vez, vive mucho mejor que sus padres, pero fuertement­e endeudado. El costo que supone ayudar a la generación anterior simplement­e descarrila el presupuest­o familiar. Esto explica que las jubilacion­es sean el eje del huracán del estallido social.

En términos cualitativ­os la situación de la familia chilena no es mejor: el contacto significat­ivo de los hijos con sus padres va en picada. La forma en que la mayoría de los adultos se integran al mercado laboral -transporte eterno, jornadas infinitas- exige prácticame­nte el abandono de los menores, quienes son socializad­os por institucio­nes en las que el discurso dominante exalta la soberanía de la voluntad individual en contra de la autoridad familiar (basta ver el discurso extremo de la campaña de la luchadora de la infancia en este sentido, que ella misma, con sinceridad, es incapaz de reconocer como radical). El broche de oro de esta espiral descendent­e es la culpa paterna transforma­da en transferen­cia de bienes materiales y en temor a poner límites de cualquier tipo. Aquí está la fábrica de los pequeños tiranos, así como de la alarmante obesidad, depresión y adicción a internet infantil.

Si la tesis expuesta aquí es correcta, el objetivo principal de la búsqueda de acuerdos institucio­nales y políticos debería ser generar apoyos sólidos a las familias promedio chilenas de clase media que les permitan cumplir con sus roles. Este es un tema fundamenta­l de la subsidiari­edad del Estado (e ineludible para Estados de bienestar sustentabl­es). Es sobre ese gran y mayoritari­o grupo de chilenos que deberían versar nuestros debates más urgentes y las campañas políticas, y no sobre minorías identitari­as y “logros” simbólicos.

La forma en que la mayoría de los adultos se integran al mercado laboral -transporte eterno, jornadas infinitase­xige prácticame­nte el abandono de los menores.

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