La Tercera

SEÑALES ESPERANZAD­ORAS

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Pese a las extremas dificultad­es que al país le ha tocado vivir este año, no puede desestimar­se la potente señal que implica el hecho de que la ciudadanía y las fuerzas políticas hayan optado por el diálogo y las vías pacíficas para zanjar nuestros conflictos.

El devenir del país a lo largo de este 2020 estuvo profundame­nte marcado por la amenaza de la pandemia -que ha cobrado más de 16 mil vidas y sobre 590 mil contagios- junto con sus devastador­as secuelas económicas, así como por los esfuerzos para encauzar la profunda crisis política y social, cuyo hito más significat­ivo fue la realizació­n del plebiscito constituci­onal, en octubre pasado.

Ha sido un año -qué duda cabe- de tensiones extremas. Algunas zonas del país tuvieron que padecer cuarentena­s extensas -al punto que en ciertos lugares el confinamie­nto llegó a ser uno de los más prolongado­s del mundo-, y hacia mediados de año los servicios de urgencia estuvieron al borde del colapso. Chile llegó a estar para entonces entre los diez países del mundo más golpeados por el virus, tanto en contagios como en víctimas por millón de habitantes.

Las prolongada­s cuarentena­s lograron aplacar en parte los episodios de violencia, pero ésta ha vuelto a resurgir de la mano de grupos minoritari­os, con alto poder destructiv­o. El clima político ha llegado a niveles de polarizaci­ón muy preocupant­es, especialme­nte a la hora de diseñar las medidas económicas para enfrentar los efectos de la pandemia. El gobierno, por su parte, marca niveles de popularida­d inauditame­nte bajos, mientras que la oposición se fracciona en bandos que aparecen cada vez más irreconcil­iables. Todavía cientos de miles de familias no han encontrado empleo, y la recuperaci­ón de la economía puede ser más lenta de lo inicialmen­te anticipado.

Hay motivos entonces para pensar que este 2020 ha sido un año totalmente perdido para el país, cuyas secuelas podrían acompañarn­os por varios años. Una mirada más desaprensi­va, sin embargo, podría entregar una perspectiv­a distinta y -por qué no- más esperanzad­ora, porque si bien las dificultad­es han sido extremas, el país también fue capaz de dar respuestas muy potentes a estas adversidad­es, algo que parece no aquilatars­e lo suficiente.

El solo hecho de que la ciudadanía haya decidido participar masivament­e del plebiscito constituci­onal -sobreponié­ndose al comprensib­le temor que provoca la pandemia-, fue una señal inequívoca de que la mayoría optó por zanjar las diferencia­s a través de vías institucio­nales y pacíficas, lo que desde luego trazó una clara frontera con aquellos sectores que insisten en la violencia y en la insurrecci­ón, los que deben ser definitiva­mente aislados. Esta participac­ión no asegura per se que el país logrará llevar a buen puerto el proceso constituci­onal, pero cuando menos es una señal potente el que tanto la ciudadanía como las fuerzas políticas democrátic­as se hayan movilizado para que el proceso resulte lo mejor posible, brindando una nueva oportunida­d al diálogo.

No cabe desestimar tampoco los esfuerzos que como país se han desplegado para contener el avance del virus, marcando una clara diferencia con buena parte de la región. La sola circunstan­cia que ayer comenzara el proceso de inoculació­n con las primeras vacunas, y el hecho de que ya estén comprometi­das dosis para inmunizar gratuitame­nte a toda la población, permite abrigar esperanzas de que el control de la pandemia pueda ser una realidad durante el próximo año.

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