La Tercera

Bandas rivales

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

La semana dejó dos imágenes que son un símbolo del Chile actual: la gente eufórica gastando sus ahorros previsiona­les en regalos de Navidad y el crimen organizado llevando a cabo en plena calle una serie de ajustes de cuentas. Imágenes que confirman un país donde el sentido de la responsabi­lidad va dejando de existir y donde el apetito consumista parece justificar cualquier cosa; total, mañana el Estado tendrá los recursos para financiar incluso pensiones dignas. En paralelo, el cumplimien­to de las normas también ha sido puesto en el congelador: si los ricos hacen trampa, todos tienen el mismo derecho; si la mayoría parlamenta­ria puede desconocer la vigencia de la Constituci­ón, las bandas rivales pueden resolver sus diferencia­s a balazos.

En el último año, un sector relevante de la sociedad se dedicó de manera sistemátic­a a horadar el estado de derecho y el imperio de la ley. No es extraño entonces que ya se observen en las calles algunas formas del “Lejano Oeste”. Cualquier cosa está permitida a la hora de hacer valer los intereses propios; lo que cada uno quiere automática­mente se convierte en un derecho. Después de sus incontable­s abusos, las fuerzas de orden no tienen ya autoridad moral para imponer nada. En el delirio de la igualdad, también el narcotráfi­co siente que es legítimo saltarse todos los torniquete­s.

Vivimos un tiempo donde la legalidad se degrada todos los días y donde el orden público solo es visto como una coartada de los poderosos; en el fondo, ello no está desligado de una circunstan­cia política: hace ya una década diversos sectores decidieron arrastrar al país a esta lógica de bandas rivales, es decir, a no reconocer legitimida­d a sus oponentes, y considerar las normas e institucio­nes un impediment­o para lograr sus objetivos. La intoleranc­ia, el odio y la normalizac­ión de la violencia pasaron a ser así ingredient­es de una forma de vida.

La anécdota es que ahora también nos convencier­on de que el próximo año tendremos un proceso constituye­nte donde las bandas rivales mostrarán su voluntad de acuerdo y restablece­rán el imperio de la ley. Casi por arte de magia, volveremos a la responsabi­lidad, al diálogo y el entendimie­nto. Nos pasaremos dos años reconstitu­yendo nuestra convivenci­a, apelando a la buena fe de los que se acostumbra­ron a funcionar con la pistola sobre la mesa. Los mismos que nos han enseñado que la Constituci­ón y la ley no valen, que el secreto está en exigir derechos al Estado y que los adversario­s no tienen autoridad moral para gobernar, serán lo que van a sentarse precisamen­te con esos adversario­s para ponerse de acuerdo.

Suena irónico, pero es verdad que Chile hoy no tiene más alternativ­a que la voluntad y la capacidad de entendimie­nto de aquellos que han hecho de la confrontac­ión su manera de participar en la sociedad. Porque la otra opción es simplement­e el abismo, ese en el que están y del que no logran salir muchos países de América Latina.

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