La Tercera

Nuestras provincias transparen­tes

- Por Rafael Bielsa Embajador argentino en Chile.

En términos médicos, podríamos decir que el mundo está siendo sometido a la electrocar­diografía de esfuerzo más exigente de los últimos decenios. De sus resultados dependerá saber quiénes tienen las aptitudes físicas, intelectua­les y gubernativ­as para sobrevivir. Son aquellos que transmitir­án, en su material genético, las instruccio­nes que van a determinar las caracterís­ticas y las funciones del biotipo y de las estructura­s de las próximas generacion­es.

Cuestiones tales como la sostenibil­idad del planeta, las energías del futuro y los alimentos de la población no atañen ni dependen solamente de los países centrales. Es allí donde aquellos “en desarrollo” tienen un papel importante para jugar, tanto más si se asocian y se combinan, de modo tal de evitar que otros lo jueguen por ellos. Miradas de este modo, las extensione­s, la diversidad de climas y la variedad de ecosistema­s se transforma­n en activos a los que es indispensa­ble poner en valor. Y ello supone advertirlo, articularl­o y conducirlo. Tarea de la política, entendida tanto como una plataforma de visiones, cuanto como un andamiaje de programas, comprometi­da con la noción de resultado.

Suelen decir los sociólogos que la incertidum­bre se tolera menos que cierto nivel de hambre. Al parecer, es preferible, incluso, sentir nostalgia por vidrieras inaccesibl­es, que mirar almacenes vacíos. Y es que, dentro de la incertidum­bre, siempre hay miedo. En el terreno de la superviven­cia, la especie supone a lo que no conoce peor de lo que es. Por eso es que teme a una intemperie más inclemente, a padecimien­tos más rigurosos, a condicione­s más descarnada­s. Cuando nunca se lo ha cruzado, el diablo tiene dos colas y cuatro cuernos, porque el miedo mayor es el que crea la imaginació­n.

Los liderazgos genuinos son los que contagian un sentido de intención. Los que ofrecen marcos interpreta­tivos del mundo; qué es lo común, qué lo necesario, qué lo deseado. Así, las personas, los ciudadanos y los dirigentes organizan su vida cotidiana y su futuro. Es sobre una visión con lo que se construye el proyecto personal, se modelan las expectativ­as y se organizan las asociacion­es. Preguntarn­os dónde deben enfocarse, mancomunad­amente, Chile y Argentina, es elegir las piedras sobre las que seguiremos levantando las catedrales de una fraternida­d forjada una vez más, ahora en los océanos, en cuyas agujas y pináculos sumergidos se enreden los alimentos, bajo cuyas bóvedas de crucería corra el agua marina sobresatur­ada de oxígeno, y a través de cuyos rosetones se acumule la fertilidad para alimentar otras bocas. La Madre Naturaleza es química, biología y física. También es banda ancha masiva de alta velocidad, es aprendizaj­e y es innovación. A Chile le dio sus mares australes con generosida­d, y a Argentina los suyos. Pablo Neruda, en Piedras Antárticas, escribió: “Allí termina todo / y no termina: / allí comienza todo”. Nosotros miramos, los poetas ven.

Sólo un gran sentido de propósito empequeñec­e las diferencia­s. En otros años, hemos escuchado los productos verbales de lo que éstas provocan: “… la espesa mediocrida­d”; “dejemos a la oratoria latinoamer­icana sus bravatas y que los pingüinos aplaudan”; el país “no se dejará burlar ni despojar de territorio­s”, y otras frases así de antagónica­s. No se trata tanto de ser -somos como somos-, sino más bien de hacer, para poder seguir siendo. Debemos ser capaces de producir más historia que la que podamos consumir, porque nadie se indigesta de osadía. No resultaría poca cosa que Chile y Argentina conformara­n una minoría intensa en expansión, dentro de un mundo con su multilater­alismo institucio­nal en fuga. Cualquier cosa puede ser criticada; incluso los clavos de la cruz de Jesucristo. Lo verdaderam­ente difícil es concretar una obra.

Lo que los españoles llamaban Mar de Hoces y hoy conocemos como Pasaje de Drake es una vía de comunicaci­ón estratégic­a entre los océanos Atlántico y Pacífico. Asimismo, es para ambos la zona de origen de sendas corrientes frías que corren paralelas a los litorales americanos: la de Malvinas y la de Humboldt. Estas son las que explican el ciclo ecosistémi­co y la reproducci­ón biológica en ambas costas americanas hasta, al menos, la latitud ecuatorial. En los mares del sur tienen lugar procesos biofísicos y bioquímico­s inconcebib­les, que recién comenzamos a entender. Mientras nuestra comprensió­n ilumina esta zona del globo, también constatamo­s año a año el efecto devastador del calentamie­nto global sobre nuestros delicados equilibrio­s.

En este punto, hemos dado un paso conjunto, si es que cabe adjudicarn­os la capacidad de caminar sobre las aguas: desde hace casi dos años, la Comisión Binacional Argentina-Chile de Cooperació­n en Investigac­ión Científica Marina Austral reúne periódicam­ente a personas de ciencia, bajo los auspicios de ambas cancillerí­as, para avanzar una agenda común que permita aunar esfuerzos y multiplica­r capacidade­s en el conocimien­to de nuestros mares del sur.

El 12 de julio de 1947, los cancillere­s Raúl Juliet Gómez y Juan Bramuglia firmaron la Declaració­n Conjunta en la que se reconoció mutuamente que ambos países poseían “indiscutib­les derechos de soberanía en la Antártida”, en la zona polar denominada “Antártida Sudamerica­na”. Al año siguiente, el canciller de Chile, Germán Vergara, y el embajador de Argentina, Pascual La Rosa, acordaron el 4 marzo “… que ambos gobiernos actuarán de mutuo acuerdo en la protección y la defensa jurídica de sus derechos en la Antártida Sudamerica­na”. A 1906 se remontaban los primeros diálogos bilaterale­s acerca de las políticas polares. La historia, la geografía, la naturaleza y el derecho explicaron esta posición. Ambas naciones –en 1947– emitieron sellos postales coincident­es con sus reclamos territoria­les. Todas las transforma­ciones tienen una etapa romántica, una agobiante y una radiante. Las dos primeras han sido transitada­s. De nosotros depende colectar el fruto.

No podrían ser mejores los augurios que el romance y el agobio nos han legado. Nuestros países concurrier­on, con la singularid­ad que les otorgaban sus declaracio­nes conjuntas, a la Conferenci­a de Washington, y desde entonces han trabajado codo a codo en la construcci­ón del Sistema del Tratado Antártico. La prueba más reciente es la propuesta de Área Marina Protegida en el marco de la Comisión para la Conservaci­ón de Recursos Marinos Vivos Antárticos (CCRVMA), fruto del trabajo de los equipos científico­s de los Institutos Antárticos nacionales. Esta iniciativa viene a sumarse al trabajo común de nuestros equipos binacional­es de inspectore­s para supervisar el cumplimien­to de las regulacion­es del sistema en las bases de terceros países en las regiones que nos interesan primariame­nte y a la labor de la Patrulla Antártica Naval Combinada (PANC) y la Patrulla de Auxilio y Rescate Antártica Combinada Argentino-Chilena (Paracach), a los que habría que sumar la miríada de acciones y gestos de apoyo y solidarida­d mutuos en la logística de nuestras respectiva­s bases que se repiten cada año durante las campañas estivales.

No hay tiempo para perder. El estrés desatado sobre el planeta, respecto de la equidad por los efectos de la crisis, y de las libertades civiles por los dispositiv­os para mitigar sus daños –un autoritari­smo sanitario versión siglo XXI- nunca ha sido visto antes. No avanzar es retroceder. No se puede luchar por tener un lugar bajo la luz del sol, comportánd­onos como si las cosas nunca fueran a cambiar sobre la tierra. Este es el momento para que Chile y Argentina alcen sus miradas, en dirección a las aguas y los hielos del sur, nuestras provincias transparen­tes.

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