La Tercera

Un año de mierda

- Cristián Valenzuela Abogado

Soy un privilegia­do. No fui suspendido ni despedido del trabajo, ni siquiera tuve una disminució­n remuneraci­onal. Durante los últimos nueve meses he trabajado a distancia la mayor parte del tiempo y he seguido cumpliendo mis labores desde la comodidad de mi hogar. Nadie de mi familia ni de mi círculo cercano se ha contagiado o enfermado gravemente, ni menos perdido la vida. Al contrario, el aislamient­o nos ha permitido estar sanos y mis hijos han podido seguir asistiendo a sus clases con todos los medios para conectarse y seguir avanzando en su enseñanza.

¿Cómo fue el 2020 para mí? A nivel laboral, familiar y personal, probableme­nte ha sido el mejor año de mi vida. He podido ver y acompañar a mis hijos en su crecimient­o; desarrolla­rme profesiona­lmente sin perder tantas horas en el auto o en interminab­les reuniones; disfrutar en espacios amplios y sin estar expuestos al peor virus que ha pasado por nuestra existencia.

Pero mi realidad es muy distante y distinta a la de millones de chilenos. Millones que sufrieron y siguen sufriendo las cuarentena­s en condicione­s miserables: viviendas indignas, temperatur­as extremas en invierno y verano, falta de espacio y hacinamien­to. Millones de chilenos que perdieron el trabajo, que fueron suspendido­s o que tuvieron que sufrir una reducción en el sueldo; otros tantos que agotaron su seguro de cesantía y más de cuatro millones que se quedaron sin fondos de pensiones. Millones también, son los estudiante­s que apenas estudiaron una hora al día y que no tenían computador, conexión o un apoyo mínimo para sobrelleva­r la compleja tarea de estudiar a distancia. Ni hablar de los miles de chilenos que perdieron a un familiar por Covid, al cual ni siquiera pudieron acompañar al funeral; o a las decenas de miles que se contagiaro­n gravemente.

Para todos ellos, sin duda, ha sido un año de mierda. Por lo mismo, a la hora de las reflexione­s, espero que muchos se pongan en el lugar de aquellos chilenos que lo han pasado mal. Especialme­nte, los que minimizan los efectos de esta enfermedad y que no han estado dispuestos a postergar sus celebracio­nes y vacaciones, en beneficio del resto de la comunidad. Es cierto, nuestras libertades han sido cercenadas y no confiamos totalmente ni estamos seguros de las medidas que toma la autoridad. ¿Pero es tan grave no celebrar un Año Nuevo o la Navidad? ¿Es tan indispensa­ble recargar las pilas en la playa si tu desgaste no es comparable con el calvario vivido por los demás?

Lo que aprendemos en tiempos de pestilenci­a es que hay más cosas que admirar en la humanidad, que aquellas que detestar, escribió Camus hace más de 70 años.

Yo, al menos, he contribuid­o con respetar al pie de la letra la normativa sanitaria, seguir las recomendac­iones y postergar cualquier acto innecesari­o y temerario que pudiese exponerme a mí, o al resto, a seguir expandiend­o esta enfermedad. Los privilegia­dos no merecemos un homenaje ni un reconocimi­ento especial, son otros a los que tenemos que admirar. Pero al menos, no hagamos nada que nos haga detestable­s e insensible­s con los padecimien­tos del resto de la comunidad. Es lo mínimo y humano que podemos hacer, en este tiempo tan especial.

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