Un año de mierda
Soy un privilegiado. No fui suspendido ni despedido del trabajo, ni siquiera tuve una disminución remuneracional. Durante los últimos nueve meses he trabajado a distancia la mayor parte del tiempo y he seguido cumpliendo mis labores desde la comodidad de mi hogar. Nadie de mi familia ni de mi círculo cercano se ha contagiado o enfermado gravemente, ni menos perdido la vida. Al contrario, el aislamiento nos ha permitido estar sanos y mis hijos han podido seguir asistiendo a sus clases con todos los medios para conectarse y seguir avanzando en su enseñanza.
¿Cómo fue el 2020 para mí? A nivel laboral, familiar y personal, probablemente ha sido el mejor año de mi vida. He podido ver y acompañar a mis hijos en su crecimiento; desarrollarme profesionalmente sin perder tantas horas en el auto o en interminables reuniones; disfrutar en espacios amplios y sin estar expuestos al peor virus que ha pasado por nuestra existencia.
Pero mi realidad es muy distante y distinta a la de millones de chilenos. Millones que sufrieron y siguen sufriendo las cuarentenas en condiciones miserables: viviendas indignas, temperaturas extremas en invierno y verano, falta de espacio y hacinamiento. Millones de chilenos que perdieron el trabajo, que fueron suspendidos o que tuvieron que sufrir una reducción en el sueldo; otros tantos que agotaron su seguro de cesantía y más de cuatro millones que se quedaron sin fondos de pensiones. Millones también, son los estudiantes que apenas estudiaron una hora al día y que no tenían computador, conexión o un apoyo mínimo para sobrellevar la compleja tarea de estudiar a distancia. Ni hablar de los miles de chilenos que perdieron a un familiar por Covid, al cual ni siquiera pudieron acompañar al funeral; o a las decenas de miles que se contagiaron gravemente.
Para todos ellos, sin duda, ha sido un año de mierda. Por lo mismo, a la hora de las reflexiones, espero que muchos se pongan en el lugar de aquellos chilenos que lo han pasado mal. Especialmente, los que minimizan los efectos de esta enfermedad y que no han estado dispuestos a postergar sus celebraciones y vacaciones, en beneficio del resto de la comunidad. Es cierto, nuestras libertades han sido cercenadas y no confiamos totalmente ni estamos seguros de las medidas que toma la autoridad. ¿Pero es tan grave no celebrar un Año Nuevo o la Navidad? ¿Es tan indispensable recargar las pilas en la playa si tu desgaste no es comparable con el calvario vivido por los demás?
Lo que aprendemos en tiempos de pestilencia es que hay más cosas que admirar en la humanidad, que aquellas que detestar, escribió Camus hace más de 70 años.
Yo, al menos, he contribuido con respetar al pie de la letra la normativa sanitaria, seguir las recomendaciones y postergar cualquier acto innecesario y temerario que pudiese exponerme a mí, o al resto, a seguir expandiendo esta enfermedad. Los privilegiados no merecemos un homenaje ni un reconocimiento especial, son otros a los que tenemos que admirar. Pero al menos, no hagamos nada que nos haga detestables e insensibles con los padecimientos del resto de la comunidad. Es lo mínimo y humano que podemos hacer, en este tiempo tan especial.