La Tercera

Una oportunida­d para modernizar el sistema electoral

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Araíz de la pandemia se abrió un debate en el país sobre la posibilida­d de introducir mecanismos para permitir que aquellos electores imposibili­tados de concurrir a votar el día de las elecciones lo pudieran hacer por vías alternativ­as. Para estos efectos, en la Cámara Baja se aprobó en general un proyecto que habilita el voto anticipado, destinado a adultos mayores, personas que tengan problemas de diversidad funcional, aquellos que se encuentren en cuarentena por motivos de salud, grupos de riesgo y personas privadas de libertad. Pese a que se trata de una moción refundida que además contemplab­a el voto postal -también pensando en este caso para personas con dificultad­es para concurrir a sufragar-, esta opción se dejó de lado, por falta de apoyo. El proyecto aprobado contempla que el voto seguirá siendo presencial, solo que en mesas que se abrirán en principio una semana antes de los comicios.

Pese al avance que representa la iniciativa, llama la atención que las soluciones se estén concentran­do solo en determinad­os casos, y no en alternativ­as que comprendan a todos aquellos que se vean impedidos de ir a votar, por cualquier motivo, lo que por cierto incluye los segmentos a los que apunta la actual reforma. Parece algo limitado entonces centrar los esfuerzos en medidas costosas y que benefician solo a algunos, cuando el objetivo debiera ser evaluar fórmulas que resulten más eficientes para el conjunto de la población y que a la vez permitan modernizar nuestro sistema electoral.

El voto adelantado es desde luego una de las alternativ­as más efectivas, y que ya se utiliza en algunas de las democracia­s más desarrolla­das. La reforma hace bien en introducir esta modalidad, pero su alcance debería ser más ambicioso. Ya que la propuesta contempla la habilitaci­ón anticipada de centros de sufragios, en ellos deberían poder votar todos quienes no podrán hacerlo el día de la elección, para lo cual deberían inscribirs­e con antelación en un padrón especial o informar de ello al Servicio Electoral para requerir la autorizaci­ón respectiva.

Además de los mismos locales de votación, municipios y otra infraestru­ctura pública que podría utilizarse para estos efectos, hay otras fórmulas como los puestos móviles para el pago de los permisos de circulació­n, los que tienen la ventaja de que geográfica­mente podrían estar más cerca de los electores que lo requieran. Todo ello también podría complement­arse con sistemas de urnas móviles, a fin de atender a segmentos específico­s que estén impedidos de poder desplazars­e. Algunas de estas medidas ya están siendo objeto de evaluación, por lo que su puesta en práctica no debería resultar compleja.

Extrañamen­te la reforma dejó de lado sin más el voto postal -otra de las formas más comunes de voto anticipado-, en circunstan­cias que podría haber sido la oportunida­d propicia para abrir un debate en profundida­d sobre esta alternativ­a, porque desde luego esta opción puede estar disponible para toda la ciudadanía.

Esta alternativ­a carga con el estigma de que puede facilitar la comisión de un fraude, y sobre todo, la imposibili­dad de asegurar el secreto del voto, abriendo espacio para la compra de votos. Aunque naturalmen­te en la experienci­a internacio­nal se han reportado anomalías, la evidencia no parece sugerir que en aquellos lugares donde se puede votar por correo -al menos en los países más desarrolla­dos- existan graves problemas asociados a esta modalidad. Estados Unidos es probableme­nte el lugar más paradigmát­ico del voto postal -para los recientes comicios presidenci­ales más de 60 millones de norteameri­canos adelantaro­n su voto por esta vía-, y pese a los infundados esfuerzos del derrotado Presidente Donald Trump por enlodar el proceso, acusando fraude, nada de ello se logró comprobar. En Alemania, en torno a un tercio de los votantes opta por esta modalidad en las elecciones federales, mientras que en Reino Unido también ha sido de amplia utilizació­n. Varios otros países cuentan también con esta modalidad, pero en general la restringen para ciertos grupos. Si bien su logística es compleja -asegurar la custodia de los votos, cerciorars­e de que no haya doble voto, entre otros-, no hay razón para que el Congreso renuncie a evaluar los pro y contra de esta alternativ­a.

Qué duda cabe que uno de los grandes activos que posee nuestro país es la confiabili­dad de su sistema electoral. El voto presencial, con lápiz y papel, no ha sido impediment­o para una admirable rapidez en los cómputos, y facilita una exhaustiva fiscalizac­ión, al punto que las denuncias de fraude o disputa en torno a los resultados son inexistent­es, lo que es muy saludable para la democracia. Pero ello no debería ser un freno para llevar a cabo modernizac­iones muy necesarias, en beneficio de todos los votantes.

La reforma que hoy debate el Congreso debería empeñarse en que el voto anticipado esté disponible para todos los votantes, y no solo para ciertos grupos. También cabría evaluar la pertinenci­a

del voto postal.

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