La Tercera

A ver, a ver

- Por Héctor Soto

La decisión de Joaquín Lavín de no repostular al municipio de Las Condes envuelve esta semana el verdadero inicio de la campaña presidenci­al. Hasta aquí todo se reducía a gestos mediáticos y aprontes eventuales, y lo que ha hecho Lavín es golpear la mesa y mostrar decisión. A ver, a ver. Para ser Presidente hay que tener algo más que ganas de serlo. Se requiere cálculo, determinac­ión y fiereza. Y también un cierto diagnóstic­o. Esto es justamente lo que pareciera haber prendido las alarmas en el entorno del alcalde. De tanto correrse al centro, Lavín había comenzado a perder rating en la propia derecha y, tal como iban las cosas, su liderazgo sería desplazado no solo por la ortodoxia de Evelyn Matthei, sino también por la empatía de Sebastián Sichel.

¿Significa esto que Lavín aseguró con esto su nominación? En absoluto. El escenario todavía es demasiado líquido y sigue abierto a muchos desenlaces. En principio, lo único que cambió es que Lavín transparen­tó sus cartas. Si eso va a complicar mucho, poco o nada a los alcaldes de Providenci­a y Recoleta en aquello de jugar a dos bandas es algo que aún no sabemos. Lo que sí sabemos es que se matriculó, porque es distinto coquetear con la idea de la Presidenci­a que someterse a la disciplina afiebrada y extenuante de una campaña.

No obstante ser una figura de instinto político casi animal, Lavín tiene un problema que no es menor en una actividad como la suya: buen arranque, pero mala llegada. Nada volvió a salirle como se esperaba después de haber estado a un paso de La Moneda en la primera vuelta de la presidenci­al del 99. Se desgastó después en una mala gestión como alcalde de Santiago y tuvo un desempeño muy flojo el 2005. Quiso con posteriori­dad ser senador por la V Región y le ganó Francisco Chahuán. Ahora lo intenta de nuevo y, si bien durante varios meses parecía que iba a ser el próximo Presidente, eso ahora ya no es tan seguro. Las cosas se le complicaro­n, y no solo porque hayan aparecido otras candidatur­as potentes en propio su sector.

Está, desde luego, la de Evelyn Matthei, que ya fue candidata de emergencia el 2017 y le fue mal. Nunca logró armar equipos de campaña y nunca tampoco pudo darle un eje programáti­co claro a su postulació­n. ¿Por qué lo que antes no le funcionó podría ahora funcionarl­e? Es una incógnita hasta ahora sin respuesta. Queda por eso mismo la duda de si la alcaldesa de Providenci­a tiene realmente ganas de competir. Hasta aquí su nombre ha funcionado como sombra de una derecha más dura, reivindica­da más por sus amigos que por ella misma, pero lo más probable es que eso no alcance para llevarla a La Moneda.

El nombre de Sebastián Sichel ha sido una revelación como no se veía desde hace tiempo en la centrodere­cha. Posiblemen­te desde los días de Laurence Golborne. Atendido, sin embargo, el desenlace que tuvo esa experienci­a, la pregunta es si el sector es compatible con entusiasmo­s tan nuevos, rostros tan frescos, ideas tan originales y liderazgos tan poco asentados como el suyo. Es cierto que en la derecha es más fácil que en la izquierda saltarse la cola, pero tampoco exageremos. A este lado del espectro también hay que cumplir con ciertos ritos de acceso. Sichel es nuevo y puede ser una buena carta para el futuro. Tiene, además, otro problema. Al menos en RN, su nombre ha servido como torniquete para frenar la proyección de Mario Desbordes y su polémico proyecto de derecha social, de alcances ideológico­s no muy claros hasta aquí. Este factor distorsion­a un poco las cosas, porque nunca tendrá mucha autonomía de vuelo una candidatur­a si muchos de quienes la respaldan lo hacen solo para impedir el despliegue de otro competidor. Así las cosas, ¿cuánto de lo que tiene es ropa suya y cuánto correspond­e a ropa ajena?

Hay consenso en que el eje sobre el cual Lavín ha levantado su postulació­n -la integració­n social, el gobierno de los mejores, la hora del testimonio y el reencuentr­o, el respeto a la economía- parece más sólido de lo que fueron sus motivacion­es el 99 y el 2005. Se trata de un diseño que ha resistido bien el tráfago de los últimos meses, lo cual es casi increíble atendido que para la cátedra Lavín siempre fue el más cándido y más nerd de los políticos chilenos. Sin embargo, ahí está, de nuevo rearmándos­e, mientras muchos de los políticos que lo subestimar­on en el pasado hoy hacen fila en el cementerio. Existen muchas buenas razones para pensar que Lavín es un fenómeno. Quizás lo sea. Pero el electorado chileno también es un caso clínico. A lo mejor todos -partiendo por él- debiéramos estar en un frasco de formol en el museo nacional de la rareza política.

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