La vida y la muerte
Su proyecto de eutanasia, que la Cámara ya aprobó en general, está desatando debates álgidos. ¿Qué cree que este proyecto pone en juego?
Creo que pone mucho en juego. Construir este nuevo derecho −algunos lo llaman “la última libertad”− significa consagrar algo que, pese a tener oficialmente un Estado laico, no hemos logrado consagrar: un espacio de soberanía individual donde ni la sociedad, ni el Estado, ni mucho menos las iglesias, tengan derecho de decidir por ti. En el fondo, estamos controvirtiendo un fenómeno que atraviesa la historia completa de la humanidad: el miedo a la libertad de los otros. La tendencia al control, a mirar la sociedad como un rebaño que necesita ser guiado por tus propias convicciones. Y en Chile, lamentablemente, durante muchísimo tiempo se han utilizado las leyes y la fuerza del Estado para imponerle creencias particulares a toda la ciudadanía. Creo que el temor a perder esa prerrogativa es lo que impulsa a quienes están preocupados de que el resto no se practique una eutanasia, más allá de que no se la practiquen ellos mismos. Ahora están intentando boicotear el proyecto en la Cámara, abiertamente.
¿Cómo así?
El proyecto volvió a la Comisión de Salud y ellos presentaron 70 indicaciones para obligar a repetir toda la discusión, como una manera de dilatar el proyecto para que nunca termine viendo la luz. En eso están. Aun así, vamos a exigir que se cumplan los plazos que establece el reglamento, así que el proyecto va a ser despachado igual.
Desde la derecha, y a veces también desde la izquierda, se los ha criticado como liberales hipsters preocupados de temas culturales que no interesan a las mayorías.
Eso se presta para un debate bien de fondo, pero en la corta les respondería que entre un 70% y un 80% de los ciudadanos, según la encuesta que uno mire, apoya este proyecto. Para mucha gente esto sí es una preocupación y lo he visto desde que el proyecto se empezó a debatir.
¿Diría que el proyecto también busca abrir una reflexión sobre la muerte, con alcances sobre la propia concepción de la vida?
Absolutamente. El proyecto combina una necesidad práctica con una pregunta muy necesaria y jamás respondida sobre la muerte. Y eso abre un debate sobre el significado de la vida que fue un tabú durante mucho tiempo. Cuando presenté el proyecto, el año 2014, yo pensé que iba a ser interpretado como una cuestión hasta criminal. De hecho, muchos diputados no me lo quisieron firmar y no sólo me decían “la sociedad chilena no está preparada para esto”, también me decían “esto te garantiza perder tu reelección”. Pero la sociedad chilena entendió que detrás de este proyecto no sólo está el valor de la libertad para decidir sobre uno mismo, que es la base de toda dignidad, sino también el valor de la compasión, en el sentido más laico y universal de la palabra. Gracias a eso el tabú se ha ido terminando. Y gracias a eso, también, la gente está más abierta a discutir sobre algo problemático e incómodo como es la muerte.