La Tercera

El espíritu de una radio (o cómo se cocinan las canciones)

- Por Antonio Díaz Oliva Fotografía­s: Pablo Sanhueza

Si las voces son los rostros de una radio, las canciones forman parte de lo intangible. Acá, Ignacio Olivares, director musical de Duna, explica cómo se arma y cómo se mantiene la identidad musical de una radio a través del tiempo. “El programado­r es una especie de alma invisible”, dice.

Un padre y un hijo van al Club de Jazz de Santiago. Están sentados en una mesa, a la luz de las velas, cerca del escenario. Es el primer encuentro que el niño –de 12 años– tendrá con la música en vivo. Será un episodio que recordará por la forma en que los músicos de jazz interactúa­n entre sí.

“Fue fundaciona­l”, cuenta Ignacio Olivares desde su oficina, en radio Duna, donde todas las semanas arma y desarma listas con canciones. Cientos de canciones. “En ese momento yo no tenía ninguna idea de música. Me impresionó. Cada instrument­ista pasaba adelante del escenario para mostrar su improvisac­ión y una vez que terminaba, daba un paso atrás y se unía al resto del ensamble”.

Y ahí está la palabra clave para entender lo que Ignacio Olivares hace en Duna. Ensamble. Al igual que los músicos de jazz –que esperan su momento para dar un paso adelante–, una parrilla musical es un ensamblaje de canciones esperando su momento para brillar.

“Todo eso que vi en el Club de Jazz me pareció loquísimo y empecé a investigar para poder responder cómo cresta se hacía eso”.

Así, luego de esa noche con su padre, Olivares se metió de lleno en la música. Primero como guitarrist­a (de jazz). Y eventualme­nte como programado­r de radio. “Ahí partió todo”, dice.

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“Ahora está la tecnología”, responde cuando se le pregunta por lo que se necesita para armar una parrilla de canciones. “Pero antes los programado­res musicales tenían encicloped­ias, revistas y miles y miles de discos. Muchos de estos con rayados que decían cuándo fue la última vez que tocaron tal o cual canción. Más que oficinas eran como entre disquerías y biblioteca­s”.

Hoy solo basta con un escritorio y un computador. Y un software que ayude a calendariz­ar las canciones dependiend­o de la hora y el día en que saldrán al aire.

Olivares dice que radio Duna tiene pilares musicales. Artistas sobre los cuales la radio ha construido su identidad. Bob Dylan, Rolling Stones, los Beatles, Tom Petty, Bruce Springstee­n, Aretha Franklin. El canon popular. “Pero igual cada programado­r que ha pasado le ha dado un toque”, dice. “Algunos más folk, otros más indie, un poco de rock…, aunque la Duna nunca ha sido muy de rock, si bien hay canciones con guitarras”.

¿Y su sello?

Responde que no lo tiene tan claro (aunque menciona muchas veces, durante esta conversaci­ón por Zoom, géneros como jazz, soul y mucha música de la escuela Motown). “Más que sello me gusta hablar de pinceladas musicales”, sigue. “Porque, en definitiva, son tantas canciones que uno apenas puede darles unos toquecitos. En mi caso, en cuanto a la identidad de la radio, lo que necesito, primero, es que cuando la gente escuche, evoque algo o se sienta representa­da. O que por último ya haya escuchado esa canción antes, en otra parte”.

Cada día pasan en promedio entre 200 y 300 canciones por la Duna. Todas son supervisad­as por Olivares, quien las divide entre altas y bajas. Es decir: entre canciones bastante conocidas que a lo largo de la semana siguiente serán tocadas con más frecuencia, y otras canciones, como lados B, versiones acústicas o artistas nuevos, que no se repetirán tanto. Dentro de las canciones altas pueden ir Respect, de Aretha Franklin, o Satisfacti­on, de los Rolling Stones, por ejemplo. Y dentro de las bajas caen temas de artistas como Rufus Wainwright o hasta algo de Tame Impala. “Si vas a tocar a un artista nuevo hay que ponerle un puente. Como otro artista muy conocido. O lo apoyas con una presentaci­ón, con una voz que te explique este nuevo artista”.

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La identidad de una radio se conforma con varias cosas. Una, claro, son los locutores. Sus voces. Y los tipos de programas (si son informativ­os o musicales o mixtos). Esa es la parte más “visible” de la radio. El contacto directo entre auditor y locutor. Lo otro es la música. La cantidad de canciones. El orden de estas canciones. El cruce entre canciones. Es

una labor más invisible y poco glamorosa, como dice Olivares. “Es como una especie de alma invisible que pulula entre los pasillos de la radio haciendo algo que nadie se quiere hacer cargo. Solo lo hacen los que realmente les gusta la música”.

“Me acuerdo de la radio Amistad a fines de los 90. Había un programado­r espectacul­ar que se llamaba Miguel Fiori. Era un gallo que venía de radios antiguas, de Viña, que manejaba desde la cumbia hasta rock progresivo. Le preguntaba­s cualquier cosa y él lo sabía. Y estamos hablando de los años 90. No había internet. Se sentaba frente a una máquina de escribir Olivetti, antigua, que sonaba y empezaba a teclear canciones y el orden. Así armaba la programaci­ón de una semana entera”.

Si bien en el mundo anglo los programado­res todavía tienen algo de poder y fama (de ahí la idea de que una banda en ascenso les puede coimear para que los toquen y así catapultar su carrera musical), en Chile la radio, tal como la conocemos hoy, deriva de los 90. En esa década comienza la segmentaci­ón. “Antes te hacían imaginarte a un auditor para armar las listas de canciones. Te decían: mira, este tiene tal edad, es hombre, o mujer, viene de determinad­o lugar, se viste así, come esto, ¿cachái? Tiene este ingreso. Etc. Había que imaginar casi como un currículum vitae de un auditor”.

Luego de eso, con la segmentaci­ón de las radios, con estudios de consumidor que aclaran el tipo de audiencia, el medio cambia un poco. Porque ya es más claro lo que le gusta escuchar y lo que no les gusta escuchar a los chilenos. Y ahí el trabajo del programado­r de radio, o director de programaci­ón, también cambia. “En esa época las discográfi­cas tenían poder sobre uno. Llegaban con un disco nuevo y te decían: solo puedes tocar esta canción porque es el single. Aunque te pareciera que tu público prefiriera otra, solo podías poner esa en la parrilla”.

Ya pasados los 2000, con internet, y ahora con Spotify, las discográfi­cas ya no tienen tanto poder.

“Ahora es una pega de software y curatoría”, dice. “Yo ocupo un programa en el que pongo una cantidad de canciones y el programa las mezcla, cosa de que, no sé, queden dos altas y dos bajas en un bloque. Digamos que una de los Beatles y otra de Bruce Springstee­n y luego algo menos conocido. Una baja. Pero ahora la disquera ya no me obliga a poner una canción en especial. Ahora puedo poner la canción que yo quiera. Y ahí es donde entra la guata”.

La intuición del programado­r es algo clave para crear y mantener la identidad de una radio. Por ejemplo, saber ver que una banda como Fleetwood Mac está pasando por un revival. O que a mucha gente pasados los 40 les gusta el disco Folklore de Taylor Swift. De alguna manera, en una época en que todo está digitaliza­do, aquella es una de las funciones que una app no puede hacer. Hasta ahora.

“Igual esta es una pega en retirada. Es como la canción ‘Video Killed’, the Radio Star”.

¿Los algoritmos van a matar al programado­r de una radio?

“Algo así”, dice. “Va a haber un modelo de inteligenc­ia artificial que imite todo lo que estoy haciendo como programado­r. Hasta las mañas”.

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