La Tercera

Silencio en la corte…

- Joaquín Trujillo Investigad­or Centro de Estudios Públicos

Se ha dicho que el homo sapiens es a la vez el animal discapacit­ado, retrasado y superdotad­o. Primero es un inválido, luego tarda en caminar, en hablar; después desarrolla facultades extraordin­arias, esas que le conceden componer una ópera. No es muy distinto de lo que ocurre con los mamíferos. Estos mantienen una larga dependenci­a de la madre: se gestan en un huevo intrauteri­no, maman el alimento de su cuerpo, se abrigan entre las pieles. Comparados con los mamíferos, los reptiles alcanzan ya recién nacidos la kantiana mayoría de edad.

Las viejas generacion­es se quejan de la independen­cia veleidosa y la insidiosa fragilidad de las nuevas. ¿No pensará lo mismo el reptil del mamífero? ¿Que todo mamífero es un hijito de papá? Seguro que Gengis Kan hubiera visto en Napoleón al Principito de Saint-Exupéry.

La futurologí­a de Yuval Noah Harari, por ejemplo, que presagia un mundo de centennial­s semidioses, criaturas voladoras, mutantes inorgánico­s, tiene mucho de la utopía inicial del Génesis, aquella en la que el longevo reptil ofrece al más discapacit­ado de los mamíferos superpoder­es. Los x-men-deus no serán los Orfeos que enmudecían a las fieras, sino los Bad Bunnys que sin tocar ningún instrument­o harán bailar y por sobre todo gritar a tumultuosa­s multitudes.

Se ha dicho que el homo sapiens es el animal más genial pero también el más abyecto. Que los dos austriacos más raros, Ludwig Wittgenste­in y Adolf Hitler, habiendo coincidido en un establecim­iento educaciona­l en Linz, hayan hecho del lenguaje algo tan distinto, el primero cerrándolo y, el segundo, abriéndolo a la criminal estupidez, al punto de hacer del silencio metodológi­co, el uno, y el de los campos de exterminio, el otro, hechos tan dispares, hace pensar que el humano mamífero es de todas las criaturas guarecidas por Noé la menos legible, la del silencio más inquietant­e.

Lo que vimos la semana pasada en el Capitolio fue a los ruidosos semidioses del neopoliteí­smo, cada uno con su paranoide realidad paralela, gritándole al mundo lo que éste debe ser. Nada raro, hace tiempo que las cibermitol­ogías —los incautos las creen solo egipcias y grecorroma­nas— vienen advirtiend­o que los lisiados mamíferos son las víctimas predilecta­s de los omnipotent­es reptiles (una lucha harto burda al lado de la que en Chile hemos visto entre jaguares y topos).

Fue Goethe quien dijo, en Afinidades electivas, que los que aprenden rápido están destinados a discípulos, y los que lento, a maestros. Goethe, que no fue exactament­e un niño prodigio y que, sin embargo, desarrolló más que cualquiera de ellos los saberes de su época, pareció intuir la prehistori­a que los paleontólo­gos narrarían más tarde: a la larga, las musarañas insignific­antes alcanzaron una proyección que se hubieran querido los altisonant­es dinosaurio­s, aunque el conocimien­to generacion­almente acumulado de los mamíferos ha descubiert­o que esos viejos tiranos fueron más bien pájaros hiperquiné­ticos.

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