La Tercera

Una cultura peligrosa

- Yanira Zúñiga Profesora titular Instituto Derecho Público Universida­d Austral de Chile

En una reciente intervenci­ón en el Congreso, el diputado Urruticoec­hea afirmó que “la cultura feminista es muy peligrosa”. Insinuó también que las leyes contra la violencia de género castigan a los hombres por el solo hecho de serlo. Dichas palabras destilan una inaceptabl­e caricatura de las leyes contra la violencia de género. Quienes son castigados con base en estas leyes lo son porque dañan, maltratan, violan, desfiguran, mutilan o asesinan a mujeres. No porque sean hombres.

El discurso de Urruticoec­hea es típicament­e antifemini­sta. El antifemini­smo (una gama del discurso sexista) no es nuevo, pero tiene ciertas particular­idades en su versión contemporá­nea. Sostiene que las mujeres ya han obtenido una igualdad de derechos. Niega y reescribe las luchas históricas de los movimiento­s de mujeres, lo mismo que las estadístic­as que dan cuentan de la desigualda­d estructura­l de género. Unas y otras serían una invención feminista cuyo objetivo es instalar artificios­amente una “guerra de sexos”. En estos inflamados discursos el feminismo es presentado como “un enemigo poderoso”, castrador, una ideología extremadam­ente peligrosa (“la ideología de género”), que amenaza no solo a los hombres, sino también a las mujeres o, más bien, a la “verdadera feminidad”. Esa feminidad, reclamada habitualme­nte por ventrílocu­os masculinos, en la que, tomando prestada la exquisita fórmula de Virginia Woolf, la virtud femenina consiste en ser “espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural”.

En julio de este año, la congresist­a Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) denunció, en pleno Congreso estadounid­ense haber sufrido los insultos de un legislador republican­o. En su discurso, ella recordó que la violencia machista es una constante en las vidas femeninas, “todas hemos tenido que lidiar con esto, de alguna forma, de alguna manera y en algún punto en nuestras vidas”—dijo-. Recordó también que, tras el incidente, el congresist­a justificó su comportami­ento atribuyénd­olo a la intensidad del debate previo, e invocando a su esposa e hijas. AOC destacó la hipocresía de dicho alegato: “No fue solo un incidente dirigido hacia mí, cuando hace eso a cualquier mujer, lo que [él] hace, es darles permiso a otros hombres para hacer lo mismo a sus hijas, su esposa y las mujeres en su comunidad”, apuntó.

El diputado Urruticoec­hea también invocó a su madre, esposa e hija para intentar esconder y legitimar su diatriba antifemini­sta alrededor de este parentesco. El argumento es absurdo. Todos los agresores de mujeres han tenido madre, y aún así, maltratan a sus esposas, compañeras, amigas o hijas. Por tanto, no hay nada en la calidad de hijo, cónyuge o padre que pueda ser considerad­o una especie de acreditati­vo de buena conducta o de altura moral respecto de la violencia de género.

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