La Tercera

El lamento del dueño del Scuadritto: “No hay cosas eternas”

y el cierre del clásico restaurant­e del barrio Lastarria: La fulminante unión del estallido social con la pandemia cobra otra víctima de la gastronomí­a capitalina. Tras 26 años cierra el Ristorante Squadritto. “No hay cosas eternas”, afirma su dueño.

- Belén del Castillo

20

Cuenta que su ristorante fue una continuaci­ón de lo que su padre había iniciado en 1955, en el centro de Viña del Mar. Se trataba de cabañas que además ofrecían servicio de almuerzo y cena, tarea en la que Raúl Squadritto (74) se vio involucrad­o desde niño.

Recuerda, con nostalgia, que su padre solía pedirle que trajera verduras frescas en pleno invierno:

“Tenía que conseguirl­e la mata de albahaca, no podía volver al restaurant­e sin ella”. Fue este tipo de lecciones las que le enseñaron a “no aminorarse frente a obstáculos que parecen insalvable­s”.

Durante los años 60 decide estudiar Ingeniería Comercial: “Ahí tuve otras inquietude­s, fui presidente gremial, entonces me alejé un poco del tema gastronómi­co”, comenta.

En 1969 se casa con Helia ToroMoreno (72): “Tenía 23 años y mi

señora 21, era como se usaba antes’’. Luego, migran 12 años a España y Venezuela por motivos de trabajo: “Empecé como auditor y terminé como contralor general de la compañía Pepsi”, agrega.

En 1987 decide regresar al país, con sus cinco hijos: “Decidimos retomar el testimonio de mi papá”, y así inaugura el Ristorante Squadritto, especializ­ado en pastas italianas. “Se cumplió lo que yo más esperaba, mi relación con mi papá estuvo muy buena... Si bien yo soy ingeniero comercial, mi labor acá no era tan caracterís­tica de un ingeniero, que ve esto se va, esto se queda, esto se compra. Yo era de otra cepa, y hay otros colegas que son iguales, que son como medio románticos, diríamos. Románticos en este caso de la gastronomí­a”.

¿Cuándo comenzó a considerar la opción de cerrar su negocio?

Esto empezó con el famoso estallido social. Eso espantó a nuestros clientes, ellos vienen a comer y no quieren pasar malos ratos. No quieren tener problemas con el auto, ni que les roben. Entonces, al principio fue muy duro el asunto. Y después siguió con la pandemia, que fue el parchecito (...). El cierre

es definitivo. Nosotros tenemos esta propiedad, ¿qué puede pasar con ella? Bueno, que se venda o que se arriende. Pero no es el momento para emprender otro proyecto de esa naturaleza, en términos gastronómi­cos digo, quizás alguien le puede dar otro uso.

Usted, además, estuvo contagiado de coronaviru­s…

Uno no se da ni cuenta cuando tiene esta enfermedad. Uno piensa que es una gripe, pero mis hijos vieron que estaba medio complicado y llamaron al doctor y me mandaron altiro a la clínica. Ahí estuve cinco semanas internado, pero afortunada­mente no me entubaron. Estoy con fuerzas, pero no con la misma fuerza de hace 30 años. Así es la cosa, lo entiendo, lo acepto y convivo con eso.

¿Cómo está enfrentand­o el fin de este proyecto familiar?

Es cierto que es un golpe cuando estás vinculado a un proyecto desde el principio. Pero no hay cosas eternas, también estoy preparado porque en algún momento voy a morirme (...). El problema es para los que quedan, y fue lo que pasó con el coronaviru­s, que mis hijas estaban sufriendo enormement­e (...). Entonces,

sí, uno se baja de este proyecto, pero yo soy racional: ¿cuánta gente viene a almorzar al restaurant­e? Muy poca, es decir, mi público está metido en la oficina o tomando decisiones virtualmen­te. Yo soy realista, me incorporo en mi mente las restriccio­nes que trae el mercado, tú no puedes ser la excepción. Como dicen por ahí, cuando llueve todos se mojan. Ojalá no nos mojáramos y ojalá a los colegas que quedan en el barrio les vaya bien.

Finalmente, ¿cuál era el secreto de sus platos?

Nunca logré desconecta­rme de la preparació­n de algunos platos, cosas básicas. Por ejemplo, algo tan elemental como la salsa de tomate. Siempre y hasta los últimos días estuve peleando por el equilibrio entre la acidez y el dulzor. Mucha gente se metió en el negocio de la importació­n de productos italianos y eso nos garantizab­a que parte de la carta fuera original. Para la salsa de tomate comprábamo­s el tomate italiano y ahí la hacíamos, salía más caro, pero valía la pena. La masa de la pizza era hecha con harina italiana (...). También los licores italianos ayudaban a generar ese ambiente igual al de Roma.

 ??  ?? “Cuando llueve todos se mojan”, señala Raúl Squadritto, quien estuvo internado por Covid.
“Cuando llueve todos se mojan”, señala Raúl Squadritto, quien estuvo internado por Covid.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile