La Tercera

¿Daremos en el clavo esta vez?

- César Barros Economista

Ahora que se nos viene encima la elección de constituye­ntes, he tenido la ocasión de leer el libro con la recopilaci­ón de cartas personales de don Diego Portales y poder ponerlo en el contexto nacional e internacio­nal de su época. Se le ha criticado por su falta de apego a la democracia, por libertino y por empresario menos que mediocre. Y todo eso es visible en las cartas personales: son sus sombras. Pero también se ven sus luces: su lucha contra la corrupción en el Estado. Contra los caudillos militares. Contra el lobby aristocrát­ico y el clericalis­mo desatado de la época.

Dejó tras de sí un país ordenado -para los cánones del siglo XIX- de gran estabilida­d, comparado a cualquier ex colonia española: una época de tremendo avance económico y una República. Época en la que crecimos sin tener ni salitre ni cobre, pero éramos un país líder en esta costa del Pacífico en cuanto a orden, institucio­nes republican­as y progreso económico. Fue la Constituci­ón de 1833; odiada por el “pipiolaje” que eran los “progres” del siglo XIX, por los potenciale­s caudillos militares y por el lobby aristocrát­ico.

Cansada la elite de los decenios, buscó - en forma revolucion­aria- una fórmula más a tono con los tiempos: el semipresid­encialismo, pasando el poder desde el Ejecutivo al Parlamento. Duró así tres décadas, con estancamie­nto económico y déficit democrátic­o. Corrupción constante, buscando ganarse “el botín” de un aparato estatal harto más grande que el de los decenios portaliano­s.

Por el ruido de sables se volvió a un presidenci­alismo regulado, pero que no aguantó las presiones de la crisis de los 30, las tensiones de la Guerra Fría, ni la corrupción político-empresaria­l (el cucharón radical).

Y llegó -nuevamente en forma poco democrátic­ala Constituci­ón que ahora nos rige, con las infinitas correccion­es que tuvo desde el 89 hasta ahora. Esos odiados 30 años, los de mayor progreso -por donde se le mire- de la historia de Chile independie­nte. Tuvo sus sombras, sin duda, pero mantuvo el poder el “partido del orden”, contra la rabia del nuevo "pipiolaje" que desprecia todo lo alcanzado con orden y esfuerzo durante esos odiados 30 años.

Ahora vamos por una nueva Constituci­ón. Y miramos el sistema federal exitoso de los EE.UU., Canadá y Australia. El parlamenta­rismo inglés y alemán. Y entran las dudas, por la incapacida­d de nuestra clase política: un Parlamento de grandes poderes, que es incapaz de llegar a acuerdos mínimos. Que creen que los eligieron para ellos seguir reeligiénd­ose -esto en todos los colores, gobierno y oposición- y para eso no dudan en pasar por encima de la Constituci­ón -si aún existe para varios-, de guiñarle un ojo a la violencia, al narcotráfi­co y a lo que sucede en el sur, que como no es Santiago, mucho no importa. Todo sea por la eterna reelección. Sin liderazgos potentes: no se ven los Frei Montalva, Allende o Ibáñez. Solo montoneras desordenad­as, a quienes solo les importa seguir en su “statu quo” individual. Con esta gente -mal que mal es lo que tenemos- ¿podremos lograr ese gran acuerdo nacional que todos anhelamos? ¿O seguiremos la ruta de los hermanos latinoamer­icanos, comunes y corrientes?

A lo mejor encontramo­s la ruta adecuada, como lo pensó don Diego dentro de su contexto histórico. O la Concertaci­ón más de un siglo después. ¿O volveremos a equivocarn­os como el 91 o el 24?

Todo un desafío en medio de la pandemia y de la posibilida­d no despreciab­le de vivir con mascarilla para siempre.

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