La Tercera

La pieza que faltaba del puzzle

- Por Roberto Gálvez

Isabel Iduya pasó de ser la subdirecto­ra médica del Hospital Clínico de Magallanes a paciente intubada en la UCI. Estuvo más de un mes internada, casi la mitad del tiempo inconscien­te, a causa del Covid-19. Su familia, en la espera, abrió uno de los regalos que ella misma había dejado: un rompecabez­as de cuatro mil piezas, con el mapa del mundo. Dedicaron días y noches a ensamblarl­o. Y lo completaro­n, salvo una pieza: la de Wuhan, donde partió todo.

“Un día no podía dormir, estaba segura de que me iba a morir. Pero hubo una enfermera del hospital que me dio la mano, me calmó y me acompañó”.

El relato es de Isabel Iduya (59), subdirecto­ra médica del Hospital Clínico Magallanes (HCM), en Punta Arenas, donde trabaja desde 2007. Pero el año pasado debió colgar su delantal y vestir la bata de los pacientes. El miedo a morir fue latente. Y real.

“Tengo un vago recuerdo de cuando me extubaron la primera vez. Y fue terrible. Tuve alucinacio­nes espantosas. Yo hago turnos en la UCI, pero ni así entendía lo que estaba pasando. Estar del otro lado no es para nada bueno”, recuerda la profesiona­l.

El 17 de marzo del año pasado el Hospital de Magallanes cerró sus puertas al público general y se volcó a atender a pacientes con coronaviru­s. Apenas tres semanas después, Iduya comenzaba su tránsito de médica a paciente.

“Alcancé a recibir la primera donación de ventilador­es y el sábado 10 de abril, en la noche, con mi marido nos sentíamos un poco mal. Al día siguiente él amaneció con 38,5°, se hizo un PCR y entendimos que era Covid”, relata.

A esas alturas, cualquiera podía haber contraído el virus y contagiado al otro, pues los dos trabajan en el mismo hospital. Alejandro (59) es odontólogo y encargado de la Unidad de Proyectos del recinto.

Con ambos cumpliendo el encierro obligatori­o en casa, al día siguiente regresó desde Santiago Francisco (35), el mayor de sus hijos y gastroente­rólogo. Fue él quien tuvo que monitorear a sus padres, a quienes veía a través de una ventana, y controlar la situación. El huracán, recuerda, estaba a punto de desatarse.

“Ese martes, Alejandro evidenciab­a problemas neurológic­os, no reconocía a la gente, lo que hacía pensar que tenía un accidente cerebro vascular. Mi hijo lo llevó al hospital y lo dejaron internado en la UCI”, prosigue la doctora, quien debió permanecer en la casa.

La estadía del odontólogo maxilofaci­al en la unidad de cuidados intensivos duró poco, solo dos días. Pero mientras él mejoraba, su esposa empezaba a vivir la peor cara de la enfermedad. Así lo relata ella: “El viernes empecé con fiebre y el sábado amanecí con disnea (dificultad respirator­ia)”. El hijo recibió, otra vez, un llamado similar: había que partir al hospital.

En esos momentos el recinto de salud ya estaba saturado, por lo que la médica fue a parar a la misma habitación de su marido. Le pusieron, como broma, “la suite presidenci­al”. Compartier­on en esa pieza algunos días, algo que veía de cerca Francisco, quien en medio de sus turnos y rondas aprovechab­a de visitar a sus padres. Él mismo informaba a su hermano menor, Felipe, cómo iban las cosas.

Así estuvieron hasta que el jueves 23 de abril dieron de alta a Alejandro. Solo 48 horas después, Isabel sería trasladada a la UCI. Se lo informó su propio hijo, el mayor, junto al jefe de la unidad. “De ahí no me acuerdo más”, expone.

Una larga espera

Con el padre de regreso en casa, aún en recuperaci­ón, la preocupaci­ón de la familia se volcó en la médica. Y recordaron un regalo que ella misma había dejado: un rompecabez­as de cuatro mil piezas con el mapa de todo el mundo. La médica lo había comprado para su marido, a quien le encantan lo puzzles.

Su familia recuerda que fueron largas jornadas, en días y noches, las que reunieron a los tres hombres en torno a una mesa, donde se amontonaba­n las pequeñas piezas. Una a una, el mapa fue tomando forma.

Buscaban distraerse y que el tiempo pasara más rápido. Pero también fue sanador: hablaron, recordaron y a veces lloraron. Todo, dice, giraba en torno a la médica. “Cuando un cercano está en la UCI los días son eternos. Tuve miedo muchas veces y mis hijos también lo sintieron”, admite el marido.

Los días más difíciles

La médica completó 13 días en ventilació­n mecánica invasiva. Requirió, incluso, una traqueotom­ía, y durante su estancia sufrió neumonía por Covid y gran parte de las complicaci­ones que ya había visto en otros pacientes.

“Sentí que me iba a morir. Me dio mucho miedo no volver a ver a mi familia. Eso fue lo más difícil. Ahora digo que es otra oportunida­d, porque no todos los pacientes intubados salen”, relata.

Pero salió. El 14 de mayo la sacaron de la UCI. Había pasado casi un mes desde su hospitaliz­ación y no quiso pasar un día más allí, ni en cuidados intermedio­s ni en rehabilita­ción. Se fue directo a su casa.

“Aunque la gente del hospital se portó maravillos­o, volver a mi casa era lo único que quería”, asegura, antes de revelar que durante su hospitaliz­ación bajó 15 kilos. “No podía comer ni caminar, andaba con un burrito. Uno no se imagina cómo queda un paciente hasta que lo vive. Es terrible”, asegura.

Al llegar a su hogar la esperaba una sorpresa. Y también una misión. Su esposo y sus hijos habían completado el puzzle. Pero casi. 3.999 piezas estaban en su lugar. Solo faltaba una, la de Wuhan, donde comenzó la pandemia.

“Trabajábam­os todos los días y decidimos que la pieza de Wuhan la tenía que poner ella cuando volviera”, recuerda el esposo de la médica.

Y así fue. Ella misma la puso. “Se acercó y completó el puzzle. Celebramos, tomamos algo. Lo mandé a enmarcar y hoy es un recordator­io de que la tenemos sana. Fue el término de un proceso doloroso y largo. Fue un acto simbólico y potente”, añade el odontólogo.

“Me dejaron la pieza final guardada para que no nos olvidáramo­s de esto. Y mientras la ponía pensaba: ´virus maldito, trataste de llevarme, pero aquí estoy de vuelta, viva, con los míos, no me ganaste´”.

La doctora se emociona con el recuerdo. “Me dejaron la pieza final guardada para que no nos olvidáramo­s de esto. Y mientras la ponía pensaba ‘virus maldito, trataste de llevarme, pero aquí estoy de vuelta, viva, con los míos, no me ganaste’”.

De vuelta a sanar a otros

La médica recuerda el difícil camino de la recuperaci­ón. “Lo más impresiona­nte es que uno demora mucho en mejorarse físicament­e. Yo no quería salir de la casa”. Y agrega: “La rehabilita­ción post Covid es algo que tenemos que asumir desde la salud pública y en las UCI, porque salir de ahí no es sinónimo de mejorarse”.

Siete meses después de contagiars­e volvió al hospital, con media jornada. Ya en enero volvió a tiempo completo y en marzo retomó los turnos en la UCI.

“Me costó volver”, cuenta. Pasa que la también exseremi de Salud de Magallanes tuvo un cuadro de estrés postraumát­ico y aún lo resiente. Dice sentirse, a ratos, extraña. También hizo una neuropatía de paciente crítico, cosa que le complicó retomar todas sus habilidade­s.

El haber vivido el Covid la hizo poner todos sus esfuerzos en implementa­r un programa de recuperaci­ón para pacientes moderados y severos de coronaviru­s en el hospital. Contrataro­n psicólogos, kinesiólog­os y fonoaudiól­ogos. “Me la jugué para un equipo extra. Es muy necesario, lo entiendo perfectame­nte. Me di cuenta de que no es fácil”, asegura. Cree, además, que todos los hospitales Covid debiesen contar con pizarras para que los pacientes intubados se puedan comunicar.

“Si a una la ‘mandan de vuelta’ a la vida, por algo debe ser. Me encanta lo que hago. Y aunque nadie es imprescind­ible, hay que mejorar las cosas, seguir dándole; somos los que somos, al pie del cañón”, afirma.

Por estos días, eso sí, admite que se frustra. “Me parece increíble que haya gente que no tenga ningún temor y siga juntándose, haciendo fiestas, de verdad no puedo entender: no es necesario esperar a que fallezca algún familiar. El bicho es real, no sé cómo hacer que la gente entienda”, enfatiza.

También ha hecho un proceso interno, con todo lo vivido junto a su familia. “Hemos hablado mucho de la posible pérdida. Hemos llorado juntos y nos dijimos todo lo que nos teníamos que decir, porque uno nunca sabe”. ●

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El puzzle más significat­ivo que ha hecho la familia Vergara Iduya hoy se exhibe en la sala de estar de su casa.
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