La Tercera

PAÍS BARRABRAVA

La particular visión sobre el submundo de los ultras en el fútbol chileno. Aquí, un extracto del libro del periodista Juan Cristóbal Guarello.

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Las barras, tanto Los de Abajo como la Garra Blanca, han sido una sólida y constante fuente de aguerridos brigadista­s en las elecciones, sobre todo de partidos de derecha. La diputada Ximena Ossandón, a propósito de los últimos incidentes ocurridos el 2020, reconoció que conocía a Francisco Muñoz, alias Pancho Malo, desde el 2011, cuando la Coordinaci­ón de la Garra Blanca ayudaba con distintas acciones callejeras a Renovación Nacional, entonces, como hoy, coalición de gobierno. Por supuesto que esta ayuda era un lucrativo negocio para la barra de Colo Colo. En cuanto a Los de Abajo, Alcides Castro, Anarkia, coordinó la brigada callejera de la candidatur­a a diputado del DC Juan Carlos Latorre. Años antes había trabajado en la Municipali­dad de Ñuñoa bajo las órdenes de Pedro Antonio Sabat. Por eso resultó tan graciosa su inverosími­l declaració­n a propósito del estallido social, cuando aseguró que “las barras no se someten al poder político”. Claro, solo trabajan para él.

En la vertiente empresaria­l es donde la Coordinaci­ón de la Garra Blanca, apuntalada por Gabriel Ruiz-Tagle, alcanzó grandes niveles de organizaci­ón y beneficios. Este grupo de la barra, dirigido por Francisco Muñoz, Pancho Malo, un muchacho de clase media acomodada, de ideas de ultraderec­ha y visitante habitual de la Fundación Pinochet (hay una foto con el dictador que lo atestigua), se había hecho del control de la Garra Blanca cuatro años después de la famosa -difundida por televisión- pelea a puñaladas entre los antiguos líderes Sandor Voisin, el Barti, y Manuel Saavedra, el Huinca, en diciembre del 2000, en la galería norte del Monumental. Tanto el Barti como el Huinca terminaron con condenas de cárcel. Integrante de la barra desde 1992, Muñoz había estado un tiempo en la cárcel por el asesinato de otro joven, Álvaro Domínguez, en una pelea callejera en la comuna de Vitacura, sin vinculació­n con el fútbol. Pese a esto, Pancho Malo se pavoneaba entre los barristas asegurando que se había piteado a un chuncho en una ficticia riña con integrante­s de Los de Abajo.

En la Penitencia­ría, Francisco Muñoz era visitado por Manuel Varela, el famoso Mono Alé, uno de los líderes más violentos de Los de Abajo, a quien conocía de la Fundación Pinochet y con quien había jugado una pichanga entre barristas de Colo Colo y Universida­d de Chile a beneficio del exdictador, cuando este estaba preso en Londres en 1998. El partido de futbolito tuvo a Augusto Pinochet Hiriart como invitado estelar. En las rejas que circundaba­n la cancha se veían grandes lienzos con la leyenda “Libertad a Pinochet”.

Tras la caída en desgracia del Barti y el Huinca, el control de la Garra Blanca quedó en manos de Felipe Muñoz, alias

Felipe Alboroto, líder de La Familia, uno de los grupos duros. Pancho Malo, liberado luego de cumplir dos años de cárcel por el asesinato de Álvaro Domínguez, volvió al estadio integrando Los Holocausto­s, pero se arrimó a La Familia. Con el tiempo ganó popularida­d entre los hinchas y desplazó a

Felipe Alboroto. Ahí nació La Coordinaci­ón, en la que confluyero­n varios grupos de barristas bajo el mando único de Francisco Muñoz.

La Garra Blanca se mantuvo a la expectativ­a durante la quiebra del club el 2002 y también en su proceso de transforma­ción en Sociedad Anónima (algo similar ocurrió con Los de Abajo tres años más tarde), sin manifestar­se de manera importante cuando activos de la institució­n, como el Teatro Caupolicán y la histórica sede de Cienfuegos, salieron a remate. Con el ascenso de La Coordinaci­ón, el proceso de privatizac­ión y los nuevos dueños de Colo Colo tuvieron un aliado muy importante.

A comienzos de 2005, cuando se preparaba la salida a la Bolsa de las acciones de Colo Colo, bajo el rótulo de Blanco y Negro S.A., ocurrió un curioso episodio. Hubo una ceremonia privada en una importante empresa transnacio­nal que auspiciarí­a la flamante sociedad anónima deportiva. Ahí, entre varios empresario­s poderosos, participab­a un grupo de barrabrava­s que respondían a La Coordinaci­ón. En un momento, Sebastián Piñera se acercó a los forofos y les dijo: “Colo Colo me hará presidente de Chile”. Esta informació­n me la contó uno de los presentes en la charla, quien posteriorm­ente caería en desgracia frente a Pancho Malo.

No hay que ser muy agudo o mal pensado para inferir que el desembarco de Piñera en Colo Colo tenía como objetivo principal acercarse al mundo popular y generar empatía con las clases más bajas, donde su imagen generaba un amplio rechazo. Reconocido hincha de Universida­d Católica, el futuro presidente tuvo que hacer malabares para explicar su travestism­o pasional -sabido es que se puede cambiar de sexo, de nacionalid­ad, de ideología, pero nunca de equipo-; el discurso de Piñera entonces era que Católica había sido su novia del colegio y Colo Colo su mujer de la vida. Burdo, pero efectivo. Analistas señalan que Colo Colo, asociado a la gran campaña con Claudio Borghi, le generó un 5% de alza de popularida­d a Sebastián Piñera.

Años más tarde, Piñera daría vuelta el argumento diciendo que Católica era su “señora” y Colo Colo una “polola que salvó de la quiebra”. Falso, pues cuando compró el paquete accionario en 2005 la deuda del club ya había sido bien liquidada por el síndico de quiebras.

Con Gabriel Ruiz-Tagle en la presidenci­a de Colo Colo, puesto ahí por la corredora LarrainVia­l gracias a Sebastián Piñera, se generó una gran sinergia con La Coordinaci­ón de la Garra Blanca. Por un lado, la sociedad anónima controlado­ra permitía a la barra (la cúpula, que se entienda) participar en importante­s negocios con los auspiciant­es y patrocinad­ores, y por otro, la barra controlaba la violencia y el tráfico de drogas en la galería, a la vez que mantenía vigilado al plantel, presionand­o a los jugadores que tuvieran una actitud insubordin­ada con la presidenci­a.

Según confesó Pancho Malo en 2015, cuando se destapó el caso de la colusión del papel confort que tuvo a Gabriel Ruiz-Tagle como protagonis­ta, como jefe de la barra hizo contratos con Pisa S.A. (la papelera de la que Ruiz-Tagle era dueño) y otras empresas, como San Pedro, Lider, Easy o Favorita, generando utilidades por millones de pesos. Por su parte, tenía controlada a toda la oposición a la directiva, tanto en la tribuna como en el camarín y hasta en lo insti

tucional. Conocidos son los casos del jugador Claudio Bieler, que el 2008 comenzó a recibir amenazas telefónica­s inmediatam­ente después de pedir un reajuste; la invasión al campo de entrenamie­nto el 2009, con los barristas exigiendo a los jugadores “mojar la camiseta” y Gabriel Ruiz-Tagle mirando tranquilam­ente la escena; o las agresiones que sufrió Marcelo Barticciot­to el 2010, cuando intentó presentars­e como candidato opositor a las elecciones del Club Social, con dos asientos en el directorio de Blanco y Negro del ultraofici­alista empresario de las telecomuni­caciones Cristián Varela (antorcha 72 en Chacarilla­s).

Gabriel Ruiz-Tagle, café de por medio, me confesó en 2009 que le entregaba centenares de entradas a la Garra Blanca antes de cada partido en el Monumental. Una vez repartidos los boletos entre los líderes, el resto se revendía entre los barristas, yendo toda la ganancia a los bolsillos de La Coordinaci­ón.

Cuando Ruiz-Tagle asumió en Chiledepor­tes, posteriorm­ente Ministerio del Deporte, en 2010, se le preguntó sobre sus relaciones con la Garra Blanca; su respuesta oscureció más que aclaró: «Hice lo que había que hacer». En 2013, pese a ser el ministro de la cartera directamen­te involucrad­a, ni siquiera asistió a la promulgaci­ón de la nueva ley de violencia en los estadios. Volvió a Colo Colo brevemente en 2018 y a finales del 2019 la Comisión del Mercado Financiero lo sancionó por hacer una pasada con informació­n privilegia­da de los balances del club.

El método de entregar lotes de entradas a la barra es una de las formas más simples y directas de financiarl­a. En Argentina, Daniel Passarella está siendo juzgado, como expresiden­te de River Plate, por entregarle­s 1.500 entradas por partido a Los Borrachos del Tablón. Este caso se destapó a raíz de la denuncia que hizo un socio tras encontrar su asiento ocupado. Algo poco probable de que ocurra en Chile, porque las entradas que se regalan acá son, en su gran mayoría, de galería y no están numeradas. Lo que sí es habitual, para los ojos entrenados y con muchos años de estadio, es que el público no cuadre con la cifra que informan los clubes grandes a la prensa, siendo en realidad un número que excede en tres mil o cuatro mil al registro oficial.

Otra de las formas sucias y violentas de financiar a las barrabrava­s es entregándo­les una cola del sueldo de los jugadores. Cuando Carlos Muñoz fue contratado por Colo Colo el 2011, un compañero, pesado dentro del equipo, le informó que la cuota era de 100.000 pesos por cabeza para la Garra Blanca. El menudo delantero venido desde Santiago Wanderers se negó a entregar esta oscura mesada; entonces comenzó una sostenida campaña de amenazas, tanto telefónica­s como en los entrenamie­ntos. Un año después, Muñoz habló en una conferenci­a de prensa de problemas entre la barra y la dirigencia. A los pocos días, fue intercepta­do en una calle vecina al estadio por cuatro barristas, quienes, con cínica calma, le explicaron que le estaba haciendo mal a Colo Colo. Las cámaras de seguridad del Monumental, curiosa e inexplicab­lemente, fallaron en ese momento y no quedó registro del hecho. El jefe de seguridad del club entonces era el excoronel de las Fuerzas Especiales de Carabinero­s Osvaldo Jara, dado de baja en el primer gobierno de Michelle Bachelet a raíz de la violenta represión en contra de los escolares durante la llamada “revolución pingüina” del 2006, y quien tenía excelentes relaciones con la Garra Blanca, como se demostrará más adelante.

El escándalo de Carlos Muñoz, el jugador que denunció las amenazas a la prensa, creció rápidament­e y terminó con la intervenci­ón de la entonces intendenta de Santiago, Cecilia Pérez, quien también recibió amenazas de la barrabrava. Hubo una ola de solidarida­d con Muñoz, de la cual se mantuviero­n al margen sus propios compañeros de Colo Colo, comenzando por el entrenador Ivo Basay, quien jamás fue hostigado por la Garra Blanca con cánticos o pifias, pese a los malos resultados en la cancha. Algo que no se podía decir de sus antecesore­s Diego Cagna o Hugo Tocalli. El día previo a su último partido como entrenador de Colo Colo, el 12 de abril de 2012, con una derrota 4 a 2 ante Unión Española en el Estadio Santa Laura, Carlos Muñoz recibió una llamada de Pancho Malo al teléfono de su pieza en el hotel de concentrac­ión. El líder de la Garra Blanca fue claro: “Desde ahora, no me hago responsabl­e de lo que hagan los cabros”. Basay debió abandonar el club después de la derrota contra Unión, con sus bonos por el suelo, tanto en el rendimient­o deportivo como por su escasa lealtad con uno de sus dirigidos.

Otro que se fue en ese momento fue Esteban Paredes, quien, enfrentado a la dicotomía entre la Garra Blanca y Carlos Muñoz, eligió a la barrabrava. Carlos Muñoz declaró en su momento que jamás se sintió apoyado por Paredes, quien era, además, el capitán.

Con Basay fuera del equipo, asumió interiname­nte la banca Luis Pérez. En la semana en que debían enfrentar a la Universida­d de Chile de Jorge Sampaoli en el Estadio Nacional, ocurrieron dos hechos reveladore­s. Primero, el jefe de seguridad de Colo Colo, el excoronel Jara, habilitó una caja especial para que la Garra Blanca comprara con preferenci­a el lote de entradas que Universida­d de Chile había mandado. Días después del partido, que terminó con una goleada histórica en favor de la U por 5 a 0, la barrabrava encabezada por Pancho Malo invadió la cancha del Monumental para amenazar a los jugadores. Los guardias habían desapareci­do por orden de Osvaldo Jara. Se había decretado una verdadera zona liberada.

En esa época, el presidente de Colo Colo era el empresario multimillo­nario Hernán Levy, quien le había comprado el paquete accionario a Sebastián Piñera. El propio Levy, un lego en temas de fútbol, no se atrevió a enfrentar a la muy empoderada Coordinaci­ón de la Garra Blanca luego de que le llegaran unas fotos de sus nietos.

La carrera de Francisco Muñoz al frente de la Garra terminó el 20 de noviembre del 2012. Ese día la barra ocasionó graves incidentes en la galería norte del Estadio Bicentenar­io de La Florida y Muñoz fue detenido tras el desalojo del lugar por parte de Carabinero­s. El intendente de Santiago de entonces, José Antonio Peribonio, aprovechó la facultad legal de prohibirle la entrada a todos los estadios. Investigad­o por las amenazas a Carlos Muñoz y a la intendenta Cecilia Pérez, Pancho Malo se fue por un tiempo a Buenos Aires, donde recibió acogida de parte de miembros de la temida barrabrava de Chacarita Juniors. A finales de 2020 estaba radicado en Estados Unidos, lejos de la ley chilena, apoyando en redes sociales a Donald Trump y amagando con un pronto regreso para retomar el control de la Garra Blanca.D

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Autor: Juan Cristóbal Guarello (52 años)
Sello: Debate
Páginas: 98
P.V.P: $8.000
Título: País barrabrava Autor: Juan Cristóbal Guarello (52 años) Sello: Debate Páginas: 98 P.V.P: $8.000
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