No es país para reglas
La estabilidad y fortaleza de cualquier sociedad es directamente proporcional a la de sus reglas. Muchas razones justifican esta afirmación, probablemente la más importante es que de esa consistencia se deriva una mayor confianza entre sus miembros. Una sociedad como la inglesa, por ejemplo, que viene construyendo desde 1215 el estatuto que rige las relaciones entre sus gobernantes y sus ciudadanos sabe a qué atenerse.
Nosotros no podemos decir algo parecido, más aún desde que en 2019 entramos en una espiral de debilitamiento de nuestro sistema normativo. Por razones conocidas, y respecto de la cual cada uno tiene su opinión, resolvimos expresamente que nuestra Carta Fundamental era un valor supeditado a otros y que se justificaba sacrificarla, lo que no solo se hizo, sino que se celebró y se celebra como un “gran acuerdo”.
Luego, otra norma con un enorme valor simbólico, en cuanto expresión de lo que podríamos llamar disciplina social, fue arrasada bajo la excusa de la crisis provocada por la pandemia: la que dispone que los ahorros previsionales tienen como único fin el financiamiento de una pensión y que, bajo ninguna circunstancia presente, por apremiante que sea, se puede echar mano a esos recursos. Una vez que se entreabre esa puerta, volver a cerrarla es casi imposible, porque las urgencias presentes son infinitamente más poderosas que la expectativa lejana e incierta de las necesidades que tendremos en 20 o 30 años más. Abrimos la puerta y no una vez, ya estamos discutiendo su tercera apertura.
Y como, parafraseando nuestra expresión popular, “no hay segunda sin tercera”, también hemos pasado por encima reiteradamente de las normas que sostienen el principio, esencial para cualquier sistema democrático, que las elecciones se establecen en base a un calendario objetivo, predeterminado, independiente de la voluntad del poder de turno. Es indiscutible que la pandemia plantea un problema sanitario grave, pero también lo es que el sistema político se ha aproximado a distintas elecciones de distinta manera; el plebiscito sobre si queríamos una nueva Constitución había que hacerlo casi a como diera lugar, ahora no se vio la misma convicción para hacer viable la elección del 11 y 12 de abril.
El problema no es solo que se haya alterado nuestro calendario electoral, sino que esto se da en el contexto de un deterioro inmenso del valor que nuestra sociedad le entrega a la solidez y estabilidad de sus reglas. Me sorprende cuando se afirma que haremos la Constitución para los próximos 50 años; cuesta creer que un país en que se ha debilitado así el valor de sus normas en sí mismas vaya a darle esa estabilidad a una nueva Carta. Si algo tenemos claro a estas alturas es que para nosotros ninguna norma es fundamental.
Evocando el título de la famosa novela de McCarthy, parece que este no es país para reglas.