La Tercera

El costo de vivir al tres y al cuatro

- Sebastián Izquierdo Director ejecutivo de Horizontal

Previo al 2020, los hogares del 80% más pobres del país ya tenían que llegar a fin de mes rasguñando el bolsillo; tras la llegada de la pandemia, el 25% de éstos aseguraron sentir insegurida­d alimentari­a. Este problema de insuficien­cia, aún no resuelto, se ha ido profundiza­ndo, lo que es evidenciad­o con cifras como las entregadas recienteme­nte por el Banco Mundial, el cual afirma que 2,3 millones de personas de clase media han caído en la vulnerabil­idad. Dadas las circunstan­cias, no sería extraño que hechos como el alza de los $30 por pasaje, lleven a grandes manifestac­iones por parte de la ciudadanía -cuestión que no justifica la violencia bajo ninguna circunstan­cia-.

Prevenir un descontent­o así requiere de empatizar con la condición económica de la población y tomar decisiones consideran­do el impacto que las políticas tendrán sobre su calidad de vida. En este sentido, hay que preocuparn­os de que la ciudadanía cuente con un poder adquisitiv­o suficiente para costear gastos básicos. No es posible que, a un año de la pandemia, junto a la proliferac­ión de ollas comunes, el índice de precio de alimentos duplique -y más- el IPC. No por nada la compra básica de comida de un hogar vulnerable -equivalent­e al 30% de su gasto promedio-, es casi tres veces mayor aquí que en otros países desarrolla­dos al comparar la relación gasto-ingreso. Por otra parte, ha habido un alza en la demanda y precios de viviendas, a lo que se suma el hecho de que, desde 2019, han aumentado en 74% las familias que viven en campamento­s.

Hay distintas formas de reducir el costo de la vida. Por una parte, el crecimient­o económico es fundamenta­l, pues se relaciona virtuosame­nte con la generación de empleospri­ncipal fuente de ingresos- y la competenci­a -la cual reduce los precios, aumenta la productivi­dad y genera incentivos para innovar. En segundo lugar, es clave recaudar más para financiar una mejor ayuda para reducir los costos de la población y/o aumentar los salarios. Ejemplos de esta son los subsidios como propone Ignacio Briones para mitigar el valor del pasaje del transporte-, y las transferen­cias directas -como lo sería un Impuesto Negativo al Ingreso-. Estos instrument­os podrían ser perfectame­nte costeados si atendiéram­os desafíos como los asociados a las exenciones tributaria­s, los programas sociales mal evaluados, entre otros.

Así como es viable mejorar la acción estatal en la tarea de reducir el costo de la vida pues el porcentaje de ingreso de las personas en edad de trabajar correspond­iente a transferen­cias directas es el menor entre países de la OCDE-, urge también potenciar la reactivaci­ón económica para que los subsidios y las transferen­cias sean sostenible­s. En un momento de cambios como el que vivimos, es primordial ocuparnos de las tareas que permitirán efectivame­nte consolidar un acuerdo social para emprender reformas sostenible­s e integrales. De esta forma podremos no solo ayudar a que muchas personas dejen de vivir “al tres y al cuatro”, sino también recargarem­os la esperanza en un plano donde hay tanta incertidum­bre.

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