La Tercera

Negativas señales ante la crisis venezolana

La resolución del Consejo de DD.HH. de la ONU contra el uso de sanciones cuestiona la principal herramient­a de la comunidad internacio­nal para presionar a regímenes dictatoria­les como el venezolano.

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Amediados de marzo pasado la Alta Comisionad­a de Naciones Unidas para los Derechos Humanos entregó un nuevo balance sobre la situación en Venezuela ante el Consejo respectivo. El panorama que describió en esa ocasión estaba lejos de ser auspicioso. No solo expresó su preocupaci­ón por “las recientes iniciativa­s para imponer restriccio­nes indebidas a la capacidad de actuación de las ONGs, incluyendo la congelació­n de activos”, sino también por los “crecientes signos de reducción del espacio cívico”. Y alertó, además, sobre las reiteradas denuncias de “ejecucione­s extrajudic­iales” y el “agravamien­to de la situación humanitari­a”.

Paralelame­nte, Human Rights Watch, aseguró, ante el mismo Consejo de Derechos Humanos que la pandemia de “Covid-19 se ha vuelto una excusa convenient­e para el gobierno de Nicolás Maduro para reprimir a las voces disidentes”. “La brutal represión continua con (…) desaparici­ones forzadas por periodos cortos, arrestos arbitrario­s y torturas”, aseguró la ONG, insistiend­o también en la severa crisis humanitari­a que enfrenta la población venezolana y en que “la presión internacio­nal es indispensa­ble para poner freno a los abusos, permitir que las personas accedan a la justicia y asegurar que haya elecciones libres y justas”.

Por ello, resulta especialme­nte preocupant­e que, a la luz de ese panorama, ese mismo Consejo aprobara solo días después una resolución condenando el uso de sanciones internacio­nales de parte de la comunidad internacio­nal, consideran­do que ese tipo de acciones son hoy el principal instrument­o de que disponen los países para presionar a gobiernos que violan sistemátic­amente los derechos humanos, como es el caso del de Venezuela. Preocupa que una instancia de Naciones Unidas destinada supuestame­nte a favorecer la defensa de esos derechos, termine restringie­ndo las herramient­as disponible­s para presionar a ese tipo de regímenes.

El gobierno venezolano celebró ampliament­e la votación del documento de 31 apartados, que entre otras cosas cuestiona el uso de sanciones o “medidas coercitiva­s” por sus “repercusio­nes negativas” en la población; llama a los países a abstenerse de recurrir a ellas, y sostiene que este tipo de acciones impiden “el pleno disfrute de los derechos humanos”. Pero Caracas obvió que no han sido las sanciones sino su propia incompeten­cia y su actuar autoritari­o el que ha vulnerado los derechos de la población venezolana, la que hoy no solo atraviesa la peor crisis económica de su historia, sino que además carece de las mínimas condicione­s sanitarias para afrontar la peor pandemia en más de un siglo.

Al restringir las herramient­as con que cuenta la comunidad internacio­nal para presionar a un gobierno que viola sistemátic­amente los derechos humanos, la resolución puede terminar favorecien­do que este tipo de regímenes se eternice en el poder, con graves efectos para la población que supuestame­nte se aspira a defender. Ello es aún más grave en el caso de Venezuela, porque se suma a la reciente decisión de Argentina de retirarse del Grupo de Lima, que mina el actuar de la que era hasta ahora la principal instancia regional para abordar la situación venezolana. Una crisis, además, cuyas repercusio­nes alcanzan a la mayoría de los países sudamerica­nos, a causa del masivo éxodo de sus habitantes.

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