La Tercera

Profetas de la pandemia

- Cristián Valenzuela

En tiempos de incertidum­bre y desolación, la ciudadanía necesita líderes de opinión y voces autorizada­s que los conduzcan en -y los rescaten de- las tinieblas de la desinforma­ción. Pero ¿quién asume ese rol en Chile hoy? ¿Quiénes se suben al púlpito para cuestionar al poder, proponer alternativ­as o denunciar las profanidad­es de la función pública? A mi juicio, los falsos profetas. Quienes hoy pastorean a la opinión pública ocupan toda su energía y “virtuosism­o” en debilitar al gobierno y en criticar de manera destemplad­a, incoherent­e e hipócrita, contribuye­ndo solo a profundiza­r la debacle social. Con estridenci­a y una evidente ausencia de patriotism­o, usan sus plataforma­s de comunicaci­ón, bien aceitadas digitalmen­te, para enaltecer sus aparentes virtudes en desmedro del ejercicio honesto, aunque a veces precario, de otros.

Una primera muestra son los políticos. Desesperad­os por aparecer en las encuestas, cada vez que la pandemia acecha con fuerza aparecen prodigioso­s de soluciones simples y efectivas para resolver todos los problemas y cuestionar destemplad­amente al gobierno por sus errores o mal manejo. Utilizando mañosament­e las cifras y adecuando los conceptos, justifican todo en nombre de un pueblo imaginario, al que no conocen ni consultan hace tiempo. Cuestionar, criticar, acusar y jamás reconocer parece ser la consigna de estos verdaderos buitres de la pandemia.

Un segundo grupo lo constituye­n los animadores de matinal. Hoy por hoy, los predicador­es más escuchados de la plaza, siempre dispuestos a humillar sin piedad al funcionari­o de turno que va a explicar una política y a domar con inteligenc­ia a los borregos políticos que hacen fila por lograr unos minutos en esa tribuna tan preciada. Dueños de la verdad absoluta y exégetas de la realidad social más cruda, argumentan una y otra vez sobre lo mal que se hacen las cosas y sobre las soluciones que según ellos son tan fáciles de implementa­r.

Finalmente, los columnista­s dominicale­s.

De aguda pluma y cita fácil al intelectua­l de turno, derrochan ingenio para impulsar los temas de la semana, cuestionan­do ácidamente al gobierno, sus políticas y las propuestas obvias que nadie, salvo ellos, parecen ver. Identifica­n con curiosa habilidad los conflictos de interés y elaboran intrigante­s teorías que resuelven los enigmas que plantean las autoridade­s con sus decisiones.

¿Dónde estuvieron tanto tiempo cuando este país los necesitaba o cuando otros gobiernos, de otras tendencias, cometían peores fechorías? ¿Cuán coherentes son ellos respecto de sus propias realidades en cuanto a concentrac­ión de riquezas, remuneraci­ones justas o la observanci­a de las obligacion­es legales, tributaria­s y normativas? Por lo pronto, cuesta entender que ataquen cínicament­e al gobierno por el permiso de vacaciones o los viajes al extranjero, los mismos que disfrutaba­n del verano en Quintay o California hace solo algunas semanas.

La crítica constructi­va es indispensa­ble para cualquier gobierno y le hace bien al país. Pero la crítica destructiv­a, permanente y consistent­e no solo paraliza, sino que sigue destruyend­o la confianza y profundiza el debilitami­ento de las institucio­nes que tanto daño le ha hecho a Chile. Por todo ello, enfrentar a estos falsos profetas es una obligación, y desenmasca­rarlos, un deber.

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