La Tercera

De corazón, tripas.

- Por Pablo Ortúzar

El poder político en Chile se encuentra en un mínimo de legitimida­d histórica. Ya casi nadie le cree a la clase política. Nuestra democracia, entonces, está en el suelo. Sus formas siguen operativas, pero nadie se va a meter en problemas por defenderla­s. Treinta años después del fin de una dictadura, otro ciclo democrátic­o termina en el suelo.

La mecánica de nuestra situación ya la conocemos. Desde Grecia y Roma es lo mismo. La unidad política decae, la violencia y el crimen aumentan, la oligarquía se aísla. No hay lealtad respecto al orden establecid­o. La clase gobernante debe, entonces, comprarla.

Mientras el gobierno de Piñera parece esforzarse por lograr hacer de corazón, tripas, la degradació­n clientelis­ta de la política avanza. La estrategia de Pamela Jiles es básicament­e comprar votos, primero con los ahorros previsiona­les de cada uno y, luego, con dinero fiscal (para “devolver” esos ahorros). Ella, así, es una empresaria del voto. Y sus colegas, incluyendo a la derecha, no pueden ofertar menos. Cuando la política democrátic­a está muerta, le sobrevive la subasta.

Sin ahorros previsiona­les, la pregunta es a qué le echarán mano después los políticos para financiar sus operacione­s de transacció­n electoral. La anticandid­atura de Paula Narváez ya propone: #ImpuestoAL­osSuperRic­os y #RoyaltyMin­ero. Y la preocupaci­ón no es por la eficacia técnica de las medidas, sino por su eficacia política: “recuerde que yo doy”. Otra potencial fuente de recursos son las Fuerzas Armadas, pero para esquilmarl­as habría que debilitarl­as más (Argentina es un caso exitoso, razón por la que hoy no pueden defenderse del saqueo de la pesca ilegal).

Cuando ya no queden vacas lecheras, el truco siguiente es ofrecer dinero, pero devaluado. Expropiaci­ón por vía inflaciona­ria. Para ello es clave destruir la autonomía del Banco Central (Atria y Ruiz ya revuelven excusas). Los emperadore­s romanos adulteraba­n la cantidad de plata en sus monedas. Los líderes modernos imprimen billetes. Y si agarran la impresora sin contrapeso, pueden imprimir hasta que sirvan para calefacció­n, a la Weimar o Caracas.

Cuando los precios se ajustan y la trampa queda al descubiert­o, se culpa a los productore­s por “acaparar” (no vender a pérdida) y las áreas “estratégic­as” son intervenid­as. Para ese momento las clases altas ya operan todo en dólares hace rato, y viven, cuando no están afuera, en un país paralelo a punta de mercado negro (que comparten con la nueva oligarquía fiscal). Se rematan las materias primas a potencias extranjera­s. El Estado pasa a ser el gran empleador, que paga en fichas y exige lealtad o corta el suministro de bienes básicos. Ahí viene el miedo. El orden se estabiliza. Los pobres se callan.

¿Es este el futuro de Chile? ¿La nueva Constituci­ón nos hundirá o alejará del peligro? ¿Vivirá la clase media chilena, a mediano plazo, lo que le tocó vivir a la venezolana? ¿Estarán en 15 años los hijos de octubre, cartón universita­rio en mano, agradecido­s de repartir comida en otro país, donde todavía se pueda comprar víveres con la moneda local? ¿Será la terrible pobreza mezclada con estado de excepción que hoy nos impone la pandemia un ingredient­e estructura­l del Chile de mañana?

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