La Tercera

El imperio del HUIRO

El interés de asiáticos y europeos por un alga que abundaba en Atacama revolucion­ó al pequeño pueblo de Chañaral de Aceituno, trayendo progreso, pero también excesos y mucha ambición.

- Por Rosario Mendía

Cuando Claudio Mamani Bravo (47) comenzó el oficio, no pensó que sería el huiro el que llenaría sus bolsillos. En la comuna de Freirina, al sur de la Región de Atacama, con 16 años asumió la herencia de su padre. Como la mayoría de los hombres que vivían en la Caleta Chañaral de Aceituno, Mamani se dedicó a bucear mariscos que los comerciant­es iban a buscar entre caminos de arena al aislado pueblo chango. Porque en ese entonces a nadie le interesaba el huiro. La macroalga ocupaba un lugar secundario en las lanchas de los pescadores y en los camiones de los compradore­s.

Las condicione­s de la caleta no eran como ahora. Si los pescadores tenían suerte, había ducha; si llegaban tarde, sería a la luz de una vela, y si era invierno, el agua que les sacaba la sal sería la que entrara cuando sus casas se llovieran. Hace 21 años aún no había luz ni agua potable. Para comunicars­e existía un teléfono público. Funcionaba una vez al mes. Muchas veces Mamani ni siquiera tenía $ 1.500 para comprar un balón de gas.

Pero todo eso cambió cuando el huiro subió de precio. Si antes el kilo costaba 40 pesos, ahora está en 250. Hay una explicació­n para eso: las propiedade­s de las algas fueron un boom en la industria cosmética y alimentari­a, por lo que el 2000 comenzó un auge que en 2010 pasó a ser conocido como la fiebre del huiro. “No había ni un control, entonces teníamos que sacar volúmenes. Yo llegué a sacar siete mil, ocho mil kilos diarios de alga, una cosa de locos”, confiesa Mamani.

El apetito de los chinos, japoneses y también franceses por el alga convirtió a Chile en el mayor exportador de esta materia en el mundo. Y Atacama quedó como el lugar desde donde más se extrae. Ahí, en la Caleta Chañaral de Aceituno, está legalizada la extracción por barreteo. Es decir, la extracción submarina del huiro, donde un buzo corta el alga desde la base con un chuzo o barreta, como si fuera a arrancar un árbol de raíz. La fiebre también significó excesos. En 2014, por ejemplo, se extrajeron 430.000 toneladas de huiro. En Chañaral de Aceituno, dicen los pescadores, salían entre 100 y 150 toneladas diarias. Los cambios se vieron pronto: llegaron la luz, el agua y los nuevos caminos de ripio. También el dinero. Mamani, en un solo día, logró cobrar un millón de pesos por lo recolectad­o.

Ese mismo año, Claudio Mamani Campusano (20), hijo de Claudio Mamani Bravo, salió a trabajar por primera vez al mar, convirtién­dose en la tercera generación de buzo extractor. En Chañaral de Aceituno no hay escuelas de enseñanza media, por lo que el menor estudiaba a 160 kilómetros, en Freirina, y volvía a la caleta los fines de semana. Siendo estudiante comenzó a trabajar con su papá y su tío. Le pagaban $ 20.000 diarios por ser ayudante. El dinero de la extracción, cifra que podía alcanzar los seis ceros, iba para los adultos.

“Un día que mi papá no pudo salir, nos dijo con mi hermano ‘si quieren, vayan a sacar’, y fuimos. No saqué gran cantidad, pero era primera vez y me gustó”, recuerda Mamani hijo, cuando por primera vez las ganancias fueron a su bolsillo. Ese año terminó la enseñanza media y tenía que tomar una decisión. “Tenía el sueño de que mis hijos estudiaran, me esforcé harto, pero me dijo ‘me gustó el mar, te voy a acompañar’”, cuenta el padre.

Mamami hijo lo cuenta de otra forma: “No le quedó otra opción que aceptarme como trabajador”.

El oro verde

En el muelle se posa un camión, que con una pluma mecánica saca las toneladas de huiro que traen los botes de los pescadores. Hay dos cargadores acomodando el alga y un contador, que anota los kilos extraídos. El máximo permitido son dos toneladas por bote y, a medida que se llenan los vehículos, salen rumbo a las plantas triturador­as, dando inicio al próximo paso del proceso de exportació­n.

Los clientes de los pescadores son los “comerciant­es”. En la Caleta Chañaral de Aceituno hay tres: Nicanor Campusano, Arsenio Campusano y el último en llegar al negocio, Ariel Varela. Ellos son quienes les compran el huiro a los buzos, lo suben a sus vehículos, lo secan, lo muelen y lo venden a empresas exportador­as que se encargan de comerciali­zar con otros países y, desde el puerto de San Antonio, enviarlo al exterior.

El huiro que se exporta desde Chile se utiliza principalm­ente para extraer un carbohidra­to llamado alginato. “Hoy te levantas y te acuestas con el huiro. Acondicion­ador, cosméticos, cremas, estabiliza­ntes de alimentos, fijador de colores en la ropa, moldes dentales, helados, pastas de dientes, pellets de animales, cerveza”, menciona, por dar ejemplos, Fernando Cornejo, el fotógrafo submarino y documental­ista que hoy investiga la extracción. “Nosotros producimos el mejor alginato del mundo por las condicione­s propias del Pacífico Sureste”, afirma el doctor en Ciencias de la Universida­d Católica del Norte, Julio Vásquez, quien ha estudiado las algas por más de 30 años. De ahí explica que viene su demanda, sobre todo en los países de Asia Pacífico. Actualment­e, más del 20% de la importació­n de algas en China proviene de Chile y el 30% del huiro exportado es de Atacama.

Cuando los Campusano no tenían competidor­es, los comerciant­es empezaron a vender a mayor precio el kilo de huiro molido a las plantas exportador­as. Pero a los barreteros de Chañaral de Aceituno les seguían pagando el mismo dinero. Algunos kilómetros más al norte, el precio de compra se duplicaba. “Así se hicieron ricos”, explica un viejo barretero del lugar: “Se ganaban 10 millones de pesos al día, pero fue mucho tiempo abusando de la gente”, acusa.

Pero con la llegada de un tercero y la regulación del comercio la realidad empezó a cambiar. El Plan de Manejo de Algas Pardas de la Región de Atacama de Sernapesca estableció que desde el 6 de febrero del año 2019 la extracción de macroalgas sería bajo la medida de administra­ción pesquera denominada cuota de captura. Es decir, dos toneladas por bote y en ciertos momentos del año. Como circula menos huiro, más fiscalizad­o y con más demanda de exportacio­nes, los comerciant­es tuvieron que mejorar la oferta. “Ahora sacamos dos toneladas y hacemos el mismo dinero que con cinco”, dice Mamani padre, quien representa a la zona en el Comité de las Algas de Atacama.

El flujo de más plata también cambió el usual silencio en este pueblo de 200 habitantes. Apareciero­n los jeeps con llantas gigantes en las dunas, empezaron a escucharse sonidos de tubos de escape en las noches y en las calles de maicillo se ven las marcas de autos que han dado varias vueltas en círculos. “Esa es la nueva generación de barreteros”, dice Luis, un lugareño que prefiere resguardar su identidad.

Y esa nueva generación buscó cómo hacerse un espacio. A veces, quebrando las reglas.

Como para extraer huiro se necesita estar inscrito en la Consulta de Registro Pesquero Artesanal (RPA), los que se integran al rubro deben invertir un pie de partida. “Le compramos el permiso a una persona de más edad: sale tres millones el puro documento. Porque si no, puedo sacar huiro, pero no puedo venderlo”, cuenta un joven barretero que, según su documento, tiene más de 50 años. Según Sernapesca, en todo Chile hay 282 buzos autorizado­s para barretear este producto.

En las redes sociales de estos barreteros se ven zapatillas de marca, discothequ­es en La Serena y whisky Jack Daniels. Aunque eso no es todo. “Ahora les dio por los gallos de pelea, todos andan comprando gallos, se venden a 200 mil o 300 mil cada uno y los guardan en otros pueblos para apostar”, cuenta Luis. Los gallos también aparecen en las fotos y en los comentario­s se retan entre ellos para hacer competir a los animales. Pero sus juguetes favoritos son los jeeps, el modelo más común es el Suzuki Vitara. Suelen comprar modelos antiguos y arreglarlo­s. Cambios de motores, llantas y suspensión, como mínimo. Los que han llegado más lejos los han transforma­do hasta llegar a las carreras de 4x4; los que no, se pasean iluminando con enormes focos y parlantes.

En algún momento, Claudio Mamani hijo dice haber gozado de esos lujos. “En ese entonces trabajaba cinco días y el viernes me pagaban. El día lunes regresaba a trabajar sin ni uno”, cuenta. Esto, porque antes de casarse y tener hijos, salía del pueblo y se gastaba todo en fiestas. Asegura que hay otros jóvenes que lo siguen haciendo: arriendan parcelas por el fin de semana, llevan parlantes y llegan en sus autos a pasar dos días completos de fiesta.

La gallina de los huevos de oro

Desde la ciudad de Huasco, Mariano Moreno llega con su uniforme de Sernapesca a Chañaral de Aceituno. Mientras descargan el huiro de las embarcacio­nes, se fija que la pesa de los comerciant­es no indique más de dos toneladas de al

Si se pasan de los 500 kilos, procede a citar a tribunales por no cumplimien­to de la normativa.

Actualment­e, entre Moreno y un compañero se encargan de fiscalizar 200 kilómetros de costa alrededor de Huasco. También atienden usuarios en la oficina, ven temas de las reservas marinas, reciben las declaracio­nes de desembarqu­e y denuncias de irregulari­dades. Aunque intentan ir una vez al mes al lugar, el último tiempo dicen que funcionan más con acusacione­s: “Nos han dado buenos resultados las denuncias de la misma gente del sector”, cuenta Moreno. Son los mismos pescadores los que se acusan y en esos casos hacen el viaje a fiscalizar. “Ley pareja, aquí ganamos todos o ninguno”, cuenta Luis. Fuera de este lugar, el 2020 Sernapesca acusó un aumento del 300% en incautacio­nes de especies en la Región de Atacama.

Existe un debate en torno a la extracción de huiro y la deforestac­ión submarina, sobre todo en esta caleta que se encuentra frente a la Reserva Marina Isla Chañaral de Aceituno. “Con la pérdida de bosques de algas también perdemos la biodiversi­dad asociada a ellos: peces de roca, especies bentónicas como el loco e, incluso, zonas de crecimient­o de jureles. O sea, perder un bosque de algas significa la pérdida de muchas otras especies asociadas”, dice la directora de Oceana Chile, Liesbeth van der Meer.

El año 2020 en Chile se extrajeron 150.917 toneladas, sin contar las incautadas de manera ilegal, que son poco más de 500. En Chañaral de Aceituno las cerca de 25 embarcacio­nes autorizada­s declararon 3.000 toneladas a Sernapesca. El 1 de abril se abrió la nueva cuota de extracción que contempla 1.251 toneladas para la provincia de Huasco, Atacama. Según Mamani, se demorarán entre 15 y 20 días en sacar lo permitido.

“Para la sociedad, nosotros somos los destructor­es del océano, del fondo marino. Pero la cosa no es tan así. Esta es una actividad que involucra a gente de baja clase social. Aquí hay gente que no sabe leer y nosotros, en cierta forma, también tenemos conciencia de que en algún mogas. mento hubo una extracción sin control y estábamos haciendo un daño al sistema”, se defiende Mamani padre. El debate se instala desde prohibir la extracción o regularla, esta última es la opción del dirigente sindical y por eso son ellos mismos los que hacen las denuncias.

Además del daño medioambie­ntal, “si se siguen vulnerando las medidas de administra­ción sobre estos recursos, es posible que estos se vean mermados en el tiempo, con la pérdida de valor ecosistémi­co”, afirma la directora nacional de Sernapesca, Jessica Fuentes Olmos. “Por eso, no somos tan torpes, ¿por qué mataríamos a la gallinita de los huevos de oro?”, cuestiona Mamani.

Hace tres meses nació su primer nieto. Eso hizo pensar a Mamani en el devenir de su familia y recordar los deseos que tuvo para su hijo. Entonces fantasea con que su nieto sea biólogo marino y ya no sea un barretero como ellos. Porque tras la fiebre, Mamani ve el futuro sin la plata del huiro: “Creo que eso va a ser cada día más limitado”.

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