La Tercera

¿Esperanza en la política?

- Constanza Michelson Psicoanali­sta y Directora de Espacio Público

Esperanza y alegría son, según el estudio “¿Cómo vemos el proceso constituye­nte?” (Espacio Público-Ipsos), las principale­s emociones que evoca este hito. Alentador, puesto que hace décadas que la política generaba cualquier cosa, salvo entusiasmo. Sin embargo, casi el 80% de las personas encuestada­s declara tener poca informació­n y un bajo esfuerzo personal por buscarla.

¿Cómo interpreta­r estos datos? Existe la tentación que suele volver las cosas eslóganes sin vida: “falta informació­n”, “falta educación”; como si fueran cosas que se meten en la cabeza y magia, todo se resuelve. Pero las razones (buenas o malas) se erigen sobre la complejida­d del campo del deseo. El deseo es político, no está “adentro” de las personas, sino que “entre las personas”; dicho de otro modo, la perspectiv­a de los otros es la que nos funda. No es lo mismo tener una voz audible, que ser un dato; o ser un ciudadano que un cliente: el deseo de reconocimi­ento es la base de la vida política, de otro modo nos volvemos superfluos.

La crítica a “los treinta años” -quizá injusta desde el punto de vista de los datos- es una crítica a la política reducida a ser una mera administra­dora de recursos; cuando la política deja de ser herramient­a de transforma­ción, queda vaciada de esperanza. Si el proceso constituye­nte está asociado a la alegría, es porque transforma a la política misma y con ello a la ciudadanía. La pregunta por lo que viene es, en el fondo, la pregunta por el ¿qué somos? Por lo tanto, no es extraño que sean los votantes del Rechazo los motivados por informarse, ya que su interés podría estar puesto en los aspectos técnicos del proceso, antes que en su potencia simbólica.

Es posible que el desinterés por informarse también tenga que ver con que las formas de participac­ión que hay no reanimen a una política institucio­nal en crisis. Uno de los problemas de esto es que la política se moraliza (y faranduliz­a); se espera que las figuras hagan una “representa­ción” (tipo performanc­e), antes que representa­r ideas. El estudio muestra que uno de los temores es que “sean los mismos de siempre”, y las expectativ­as están puestas en atributos personales más que en las ideas de los candidatos. Un ejemplo es la idea de que es la “juventud” la vigilante del proceso. La moralizaci­ón impide problemati­zar las tensiones dentro de la misma ciudadanía que, al oponerla simplement­e a la élite, es abordada como masa homogénea. Por ejemplo, el estudio muestra que las expectativ­as de la juventud se parecen más a las de la clase alta en sus grados de abstracció­n, que a las urgencias percibidas por adultos y las clases bajas.

Chile se está repolitiza­ndo. La falta de informació­n no se resuelve sencillame­nte informando más. Todo indica que debemos repensar qué es participac­ión democrátic­a y hacernos cargo de lo transforma­dor de la esperanza.

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