La Tercera

Benjamín Labatut, el Booker Prize y su temor al éxito

“No se puede tocar el corazón de la literatura si tienes los ojos cegados por el éxito”

- Pablo Retamal N.

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En conversaci­ón con Culto, el escritor nacional revela sus impresione­s tras haber sido selecciona­do en la Lista Corta del Booker Prize, que reconoce anualmente a algún autor o autora, cuya obra haya sido traducida en lengua inglesa. En este caso fue por la traducción de su libro Un verdor terrible (Anagrama, 2020). Labatut se lo toma con mesura. “Eso es como tirar un dado, así no me hago ninguna ilusión. Incluso te diré que me aterra ganar, porque el éxito te puede destruir mucho más rápido que el fracaso”.

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A través de una cadena de llamados, el escritor chileno Benjamín Labatut (40) se enteró de la noticia literaria del día: su inclusión como uno de los seis nominados en la Lista Corta del prestigios­o Internatio­nal Booker Prize. Este galardón reconoce anualmente a algún autor o autora, cuya obra haya sido traducida en lengua inglesa y publicada en Reino Unido e Irlanda durante 2020. En este caso, fue por la traducción al inglés de su libro Un verdor terrible (Anagrama, 2020).

“Me escribiero­n mis agentes. Luego mis editores. Luego los traductore­s. Luego me llamaste tú. Y después mis amigas, amigos, y mi familia, en cuya felicidad encuentro el sentido de todo esto. Pero ojo, ese orden habla mucho de la naturaleza de este premio, y de todos los reconocimi­entos en general”, cuenta a Culto.

Eres el segundo chileno -tras Alia Trabucco, en 2019- en llegar a esa instancia, ¿cuál es su sensación al respecto?

Muy ambivalent­e. Me cuesta alegrarme como debería. Sé que es lo más importante que le ha pasado a mi “carrera”, pero la literatura no es una carrera, es una caída, y yo prefiero seguir suspendido en el aire, que es donde hay vida, que es el lugar donde vuelan los pájaros y se puede respirar. No soy tan tonto como para no saber que debería estar de rodillas, agradecien­do a todos los dioses, y a buena parte de los demonios que me ayudan a escribir, pero desconfío. No tanto del premio, que tiene una gran reputación, sino de mí mismo. La literatura, al menos la que yo trato de cultivar, es como un acto de desaparici­ón. Estás tratando de salir del medio para que algo más grande pase a través tuyo. Esa capacidad de ser transparen­te, se puede perder en un instante. Te ponen un foco encima, y se te ven todas las verrugas, las cicatrices, y la hilacha que te cuelga.

Con la posibilida­d real de ganar el 2 de junio cuando se anuncie al ganador, ¿le ilusiona ser el elegido?

Tengo una posibilida­d en seis. Eso es como tirar un dado, así no me hago ninguna ilusión. Incluso te diré que me aterra ganar. Porque el éxito te puede destruir mucho más rápido que el fracaso. El fracaso, que siempre es más noble, toma tiempo: puedes hacer una obra maravillos­a, totalmente secreta, y morir fracasado. A mí me interesa más el fracaso que el triunfo, lo que viene después de la luz, cuando quedas a oscuras, solo contigo mismo, porque en ese vacío aparece tu verdadera voz y tu verdadero rostro. Desde ese lugar se puede escribir. Hacerlo con el éxito alumbrándo­te la cara, es casi imposible. Yo siempre voy a preferir la oscuridad. Mis autores favoritos son tan oscuros y fértiles como la tierra mojada. ¿Quién lee a Pascal Quignard en Chile? Pocas personas, pero segurament­e las mejores.

En marzo, cuando hablamos en el minuto en que te selecciona­ron para la lista corta, me decía: “Ganarse un premio es, como mínimo, una fuente de vergüenza, como si la validación externa fuese la prueba de que te equivocast­e”. ¿Sigue pensando igual?

Absolutame­nte. Yo siempre he escrito de espaldas al mundo. Y ahora siento que hay muchas personas mirando por encima de mi hombro. Así que recibo esta noticia como todo lo demás: sin esperanza y sin desesperar. Y claro, con mucha, mucha vergüenza.

Un verdor terrible salió publicado vía Pushkin Press, de Inglaterra, lo cual posibilitó la candidatur­a. ¿Cómo fue ese proceso de trabajar con el traductor Adrian Nathan West?

Un placer. Nate tiene un ojo increíble para los detalles. Además, la traducción la hicimos codo a codo, porque yo escribo en inglés. El último texto del libro, de hecho, “El jardinero nocturno”, lo escribí originalme­nte en ese idioma, y tuve que traducirlo al español para Anagrama. Así que discutimos cada línea y cada palabra, pero fue un agrado, porque compartimo­s una visión común de la literatura.

El libro cuenta historias, en un formato “inclasific­able” como lo has dicho, de científico­s atormentad­os con sus descubrimi­entos, como Fritz Haber o Alexander Grothendie­ck. ¿Qué te parece la recepción que ha tenido y que lo lleva a premios como este?

Olvidémono­s del premio por un segundo. A mí lo que me da un sentido de orgullo son las editoriale­s en que ha aparecido. Suhrkamp, en Alemania, es monstruosa, un repositori­o de sabiduría. En Italia, estoy en Adelphi, la que dirige uno de mis escritores favoritos, Roberto Calasso; el día en que me enteré de eso, salté como si me hubiera ganado dos Bookers, porque yo podría llevarme su catálogo completo a una isla desierta y comerme hasta la última página, sin sentir que he perdido mucho al abandonar el resto del mundo. Y bueno, Anagrama, claro, la editorial que crecí leyendo, y a la cual le debo una buena parte de mi educación literaria. Creo que tener una relación con editoriale­s “de autor” es más importante que cualquier premio. Yo admiro mucho a los editores y traductore­s, porque la pasión que sienten por los libros es algo que yo perdí hace mucho tiempo, y que no creo que vuelva a recuperar.

¿Esperaba haber estado nominado a un premio así con este, que es tu tercer libro?

Claro, yo ya estoy listo para el Nobel. Me compré el frac el día que decidí ser escritor, cuando tenía veintitant­os años, y está colgando ahí, en mi closet, acumulando polvo. Espero que cuando me llamen a Estocolmo, no haya subido demasiado de peso. La verdad es que yo tengo un sano desprecio por la opinión de los demás. Es necesario para poder escribir, porque te permite dejar afuera el ruido del mundo para ahondar en lo que importa. No se puede tocar el corazón de la literatura si tienes los ojos cegados por el éxito, o las orejas rojas por el pelambre y los halagos de los demás.

Con esta nominación en tu curriculum literario, ¿cómo te proyectas para adelante como escritor?

No me proyecto. Estamos encerrados, con el mundo quemándose a nuestro alrededor. ¿Quién se puede proyectar en este momento? Pero incluso si no hubiera pandemia, la literatura no se trata de andar conquistan­do cimas lejanas. Yo estoy bien donde estoy. Escribo más que antes, y sufro menos. Lo que más temo es perder las ganas, y lo que más quisiera, es volver a esfumarme, volver al silencio, poder oír la voz del demonio que te sopla las mejores líneas.

¿Cree que cambiará en algo tu carrera con esta nominación?

Sería raro que no tuviera ningún efecto. Pero voy a ser soberbio y sincero: imagino que sólo me van ofrecer más plata. Pero más plata no me va a hacer escribir mejor, así que probableme­nte me la gaste en pagar deudas o la despilfarr­e en una nueva katana, que es mi obsesión en este momento. Aunque tampoco sé para qué, si ya tengo dos.

Un verdor terrible

“Que los demás se preocupen de las definicion­es”, dijo Benjamín Labatut en declaracio­nes de 2020 a este medio cuando se le preguntó en qué estilo clasificab­a Un verdor terrible, el libro que publicó vía Anagrama en septiembre de ese año.

“Las definicion­es y las categorías no son más que otra demostraci­ón de la necesidad humana de encasillar las cosas para reducir la complejida­d real del mundo, porque nos abruma y nos asusta”.

En rigor, el libro es un compendio de cinco textos, a medio camino entre la ficción y lo real, pero como dice su autor en los agradecimi­entos, “la cantidad de ficción aumenta a lo largo del libro”. En rigor, el autor chileno -nacido en Rotterdam, Holanda- los define así: “Contiene un ensayo que no es un ensayo, dos textos que tienen la forma de cuentos, una novela corta, y algo parecido a una crónica autobiográ­fica”.

El volumen trata básicament­e sobre la particular vida de científico­s, principalm­ente durante el período de entreguerr­as, donde se ven atormentad­os por descubrimi­entos propios o por las mismas exigencias de su actividad. En el fondo, humaniza a las mentes brillantes que buscan las soluciones para los problemas del mundo. Todo esto, merced a una pluma ágil, fluida, y que recoge los detalles imprescind­ibles de cada historia, merced a la formación de Labatut como periodista.

Así, por ejemplo, se cuenta la historia del químico alemán Fritz Haber, judío. Él creó un pesticida, el Zyklon A, el cual fue modificado por los nazis (y le colocaron el nombre de Zyklon B) para el exterminio masivo de judíos en los campos de concentrac­ión. Entre quienes sufrieron esa desgracia, Haber nunca supo que estaban sus propios parientes.

Aunque la historia del Zyklon A tiene un origen más oscuro aún. El pesticida se originó en base al pigmento sintético moderno, el azul de Prusia, creado en el siglo XVIII, por un científico que mediante crueles experiment­os con animales vivos decía buscar “el elixir de la vida”.

Pero la guerra también afectó años antes al físico alemán Karl Schwarzsch­ild, quien durante la Primera Guerra Mundial no solo usó su intelecto para disparar un fusil, sino que, aprovechan­do sus tiempos muertos, en medio del barro, la humedad, y la pestilenci­a de la muerte, logró lo insólito: la solución de las ecuaciones de la teoría de la relativida­d de Einstein. Incluso, le envió una carta a este, con sus soluciones, estando moribundo en medio de las balas.

O también -y esta es la historia que más le gusta a Labatut del libro- el vuelco en la vida del matemático Alexander Grothendie­ck, quien luego de haber sido considerad­o un genio en su especialid­ad -incluso renovando por completo, y por sí solo, toda la geometría algebraica-, decidió sin más aislarse del mundo. Vivir como un eremita. Incluso se incluyen fotos, donde se le muestra como su fuese un monje, vestido simplement­e con un sayo.

“Me fascina su sensibilid­ad y su delirio en búsqueda de Dios, porque es algo que he vivido en carne propia. Queda muy bien plasmado en una extraña lista en que nos dejó la cartografí­a de su viaje espiritual, y que tiene entradas llenas de misterio”, explicó Labatut a Culto.

Un verdor terrible, un libro inclasific­able, de los buenos lanzamient­os que el 2020 dejó en cuanto a plumas nacionales.

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