La Tercera

En la cornisa

- María de los Ángeles Fernández

De los sucesos recientes, tan interesant­e resulta la irrupción de la diputada Pamela Jiles en la lista de presidenci­ables, catapultad­a además por la última encuesta CEP, como las claves que se entregan para su interpreta­ción.

Desde acusarla sin más de populista al esfuerzo por escudriñar lo que mueve a sus seguidores, pasando por la admiración frente a su habilidad en el manejo de las redes sociales en combinació­n con la apropiació­n de códigos estéticos de la cultura pop, asistimos a la remasteriz­ación de algo ya conocido: la “política de la antipolíti­ca”.

Más allá de factores locales, su emergencia, a partir de promover sucesivos retiros de los fondos de pensiones como forma de paliar las insuficien­tes ayudas estatales para enfrentar la crisis del Covid-19, debe colocarse en el marco del declive de la democracia a nivel global.

Frente a ello, ¿qué nos dicen, tanto sus iniciativa­s como sus desplantes, acerca de nuestra comprensió­n de la democracia y, sobre todo, de unos esfuerzos por mejorarla que hoy se leen como insuficien­tes? Resulta inevitable no recordar cómo la gradualida­d de las reformas políticas se recogió en una idea que buscaba justificar la prudencia. La “teoría del salame” no logró tanta popularida­d como la de la “cocina” a la que, por cierto, ha recurrido la diputada de la performanc­e otaku para sembrar sospechas sobre las conversaci­ones que la presidenta del Senado sostiene con el gobierno. Lo que con ello se logra es sepultar, una y otra vez, lo que es la esencia de la política democrátic­a: la conciliaci­ón de intereses diversos en un clima de tolerancia y apoyo mutuos.

La situación obliga a recurrir a ópticas más descarnada­s. Autores como Garzón Valdés recalcan que la democracia representa­tiva, al igual que el mercado, tiene el potencial de convertirs­e en una “institució­n suicida”. Aunque ambas aspiran a garantizar el máximo de libertad dentro de un cierto marco normativo, “libradas a sí mismas, tienen la propiedad disposicio­nal de autodestru­irse, frustrando así la obtención de los objetivos para los que fueron concebidos”. Por su parte Bernard Crick, apoyándose en Aristótele­s, recuerda que “las democracia­s tenían una especial propensión a desembocar en tiranías a causa de la ‘desfachate­z de los demagogos’”. Y ¿no sería acaso demagogia lo que esconde esa “sátira del poder” en la que se solaza Pablo Maltés, atípico consorte en un claro caso de “política conyugal”?

Mientras proliferan los intentos por comprender algo que solo percola cuando una comunidad permite que grandes contingent­es de sus miembros sientan que poco o nada tienen que perder, el posible avance de la opción presidenci­al de Jiles conduciría-y hay que decirlo sin ambages-a esos suicidios colectivos que, tristement­e, jalonan la historia de América Latina.

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