La Tercera

Lo que pasó en la semana

- Por Rodrigo Miranda

El encantador departamen­to frente al cerro Santa Lucía de Bélgica Castro y Alejandro Sieveking estaba repleto de libros, cuadros, antigüedad­es, fotos y recuerdos de su amistad con Víctor Jara. Más de algún gato se colaba entremedio para encontrars­e con sus dueños. Hoy, el lugar luce vacío, desvalijad­o, según el relato del hijo de Bélgica.

En la película Gatos viejos, de 2010, la pareja de actores era manipulada para vender su departamen­to. Quizá fue un presagio. El caso real supera esa ficción y es más rancio aun, porque no es la típica pelea entre herederos, como la disputa que enfrenta a los hijos de Nicanor Parra: acá hay participac­ión de terceros e institucio­nes.

Es penoso que su legado termine en una chimuchina que desnuda el descuido en el que se encuentra el acervo de figuras de nuestra escena cultural. A más de un año del fallecimie­nto de dos emblemas del teatro chileno, es triste que no exista una institucio­nalidad que conserve sus bienes, cuyo valor sean relevantes para el patrimonio nacional.

Como nadie los cuida, urge la creación de un archivo nacional de las artes escénicas que los preserve para las futuras generacion­es.

La guerra entre las partes se desató. Acciones legales y declaracio­nes van y vienen, y el Ministerio de las Culturas brilla por su ausencia. Esto es una alerta para abrir el debate sobre qué bienes deben ser protegidos por el Estado y ampliar la propia definición de patrimonio cultural.

No es la primera ni la última vez que el patrimonio queda en tierra de nadie. En abril pasado, máquinas retroexcav­adoras dañaron la casa de Nicanor Parra en Las Cruces. En mayo, la viuda de Raúl Ruiz encabezó una campaña internacio­nal para terminar una valiosa película de su esposo luego de que, por cuarta vez, el proyecto fuera rechazado por los fondos estatales.

En 2003, la casa donde nació Neruda en Parral fue demolida y, en 2007, la propia familia reclamó por el uso del apellido del poeta en la marca de un hotel.

El archivo de Gabriela Mistral existe gracias a su última compañera, Doris Dana, quien guardó hasta la boleta del ataúd de la poeta. No hubo hijos que se disputaran la herencia, pero a falta de vástagos, están los mistralian­os. Algunos biógrafos corrieron para llegar primero en la publicació­n de las cartas inéditas con el objetivo de eliminar con eufemismos cualquier atisbo de lesbianism­o de su legado.

No lo lograron, y en los murales que se multiplica­ron en las manifestac­iones feministas y el estallido social de 2019, Mistral se transformó en ícono queer, vestida de jeans, bototos, con un pañuelo verde de aborto libre al cuello y enarboland­o la bandera de Chile completame­nte negra.

Es indigno que el legado de figuras como Neruda, Mistral, Parra, Ruiz, Castro y Sieveking naufrague en disputas mezquinas.

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