La Tercera

La nueva Inquisició­n

- César Barros Economista

Luego de inventada la imprenta, la organizaci­ón más poderosa de la época -la Iglesia Católica- se preocupó de que la circulació­n de libros estuviera bajo su tutela ideológica. Y así, bajo el Santo Oficio de la Inquisició­n se obligó a los autores a someter sus escritos, previo a su publicació­n, a la aprobación por parte del Santo Oficio, que entregaba -en caso positivo- el “nihil obstat, imprimatur”. O en caso contrario, se le incluía en el Index Librorum Prohibitor­um et Expurgator­um.

En el Index estuvieron por siglos las obras de Galileo, y de su predecesor, Nicolás Copérnico (De revolution­ibus orbium coelestium). Y después las obras de Erasmo, Hobbes, Hume, Bergson y Sartre, entre otros muchos.

Esta misma lógica -pero en el siglo XX- siguieron los socialismo­s reales y los irreales posteriore­s, como Cuba y Venezuela. Fue el caso de Solzhenits­yn y de Boris Pasternak en la URSS. Y la declaració­n de “persona non grata” de Jorge Edwards en Cuba, que no fue nada al lado de lo que les ocurrió a Armando Fernández y a Heberto Padilla. Y la semana pasada al último diario no comunista de Hong Kong. Y es lo que aparece en el programa de Daniel Jadue: la creación de un santo oficio, que vigile y pautee a todos los medios: un “Jadueorum”. Y Daniel Matamala hace bien en criticarlo.

Pero Matamala yerra al igualarlo con un fenómeno natural de los países libres: la libertad de poseer medios de comunicaci­ón, con la línea editorial que sus dueños quieran darle. Y así, frente a CNN, apareció Fox News, con líneas editoriale­s y contenidos muy divergente­s. Y frente al The New York Times está The Wall Street Journal, uno conservado­r y el otro liberal. La democracia norteameri­cana no ha sufrido detrimento alguno. Lo mismo ocurre en Inglaterra, Alemania, Francia y España.

Es que, en una sociedad libre, los empresario­s y sus empresas tienen el legítimo derecho a crear medios de muy diferente color político. Y también de auspiciar y poner su publicidad en el medio que ellos elijan, ya sea por razones de su rating, su contenido o por su línea informativ­a. Prohibir a las empresas pagar publicidad donde sus dueños elijan -por las razones que sean- constituir­ía una violación de la libertad y del derecho a elegir en forma más que legítima dónde hacer y dónde no hacer publicidad. La gente luego verá qué medio escucha o lee, y decidirá quién se lleva el mejor rating.

Nadie obliga a los ciudadanos en los Estados Unidos a tener que sintonizar la CNN o Fox News. Impedir a las empresas el distribuir su publicidad -como sugirió el columnista el domingo pasado, de acuerdo a ciertos estándares- sería un invento no mucho mejor que el “Jadueorum”: sería un “Matamaloru­m”, y que por supuesto también tendría consecuenc­ias nefastas. Implicaría que los empresario­s no pueden elegir en qué medio publicitan y, además, obligarlos a ser políticame­nte inválidos, mudos y obedientes, una aspiración centenaria de la izquierda política.

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