La Tercera

Salir de sí mismos

- Director ejecutivo Instituto de Estudios de la Sociedad Claudio Alvarado R.

El desafío de la Convención es titánico: proponer un proyecto de nueva Constituci­ón capaz no solo de ser aprobado en el plebiscito de salida, sino también de generar lealtad a través del tiempo. La pregunta crucial es cuáles son las condicione­s que favorecen el éxito de esta misión y aquellas que, en cambio, lo dificultan. Aquí surgen varios retos adicionale­s para los convencion­ales.

Para estar a la altura de las circunstan­cias, muchos deberán abandonar el tono de sus candidatur­as. Me refiero a quienes centraron sus campañas en generosos listados de principios o derechos, más o menos pertinente­s según el caso, pero cuya nota distintiva fue acentuar agendas particular­es y excluyente­s entre sí. Dependiend­o del candidato se prometió —cual lista de supermerca­do— una Constituci­ón mínima o máxima, anti o pro modelo, animalista, vegana y un largo etcétera. Es indudable que hay en el país un ánimo de cambios, pero si los convencion­ales se atrinchera­n en sus respectiva­s banderas, sin preguntars­e cómo se articulan sus planteamie­ntos con los del lado y los del frente, el proceso difícilmen­te cumplirá con las expectativ­as generadas.

En este sentido, los días previos al inicio de la Convención —casi sobra decirlo— no han sido muy alentadore­s. El panorama quizá mejore luego de su instalació­n, pero hasta ahora se observa una sobredosis del individual­ismo identitari­o ambiente: cada uno parece ensimismad­o en sus apuestas, sus intereses y sus preferenci­as. En el caso particular de las izquierdas, insistir en esa dinámica puede llevarlos a perder de vista que hoy la principal responsabi­lidad recae sobre sus hombros. Dada la correlació­n de fuerzas resultante de las elecciones, ya no estarán disponible­s las referencia­s (¿excusas?) a los vetos de la derecha. Si el proceso fracasa, los primeros en debernos una respuesta serán quienes tienen las mayorías disponible­s para articular los acuerdos.

Consideran­do dicha correlació­n de fuerzas, la derecha igualmente deberá alterar su forma habitual de enfrentar el debate. Es la hora del diálogo, la negociació­n, los argumentos y la persuasión; de hacer política, en suma. Esta será la única manera de defender ciertos bienes valiosos —como las libertades de conciencia, educación y asociación—, y de promover aquellas modificaci­ones que demanda el momento actual (como el fin al bloqueo del sistema político). Sin ese trabajo de joyería, será inviable influir en los destinos de la Convención.

Por último, pero quizá lo más importante, los convencion­ales que vienen de fuera de la política tradiciona­l también deberán cambiar sus lógicas imperantes. Hoy gozan del beneplácit­o ciudadano y de los medios, sin embargo, tirando el mantel dilapidará­n rápidament­e su credibilid­ad. Ahora son ni más ni menos que representa­ntes políticos y muy pronto serán escrutados con todo el rigor del caso. Si perseveran en ignorar las reglas establecid­as o en vetar a priori a ciertos sectores, ellos no solo pondrán en riesgo el itinerario constituci­onal, sino que encarnarán la misma autorrefer­encia de la clase política que tanto aborrecen. Nada de esto ayudaría a rehabilita­r el diálogo ni las institucio­nes democrátic­as.

En suma, y tal como ha señalado el expresiden­te Ricardo Lagos, la Convención no está llamada a ser la madre de todas las batallas, sino la madre de todos los acuerdos. ¿Será posible?

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