La Tercera

¿Gobernar no era educar?

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Esta semana, la bancada socialista por el analfabeti­smo -conformada por los diputados Santana, Ilabaca, Soto, Monsalve, Naranjo y Saavedraan­unció que comenzará a promover una acusación constituci­onal contra el ministro de Educación, Raúl Figueroa, por insistir en volver a clases presencial­es, “poniendo en riesgo la salud de las comunidade­s escolares”. El objetivo, claro, es ganar prensa de cara a las elecciones con un tema que ellos, así como algunos en el PC y el FA que ya anunciaron su apoyo, deben juzgar popular.

Pero ¿lo es? ¿Se sienten atacadas las familias chilenas cuando ven al ministro de dicha cartera dando la pelea por la educación de sus hijos? ¿Están felices con la postura del Colegio de Profesores de ojalá no volver al aula hasta que pase la pandemia? ¿Les pareció bien que ese gremio recibiera vacunas Pfizer y se saltara la fila de vacunación para, finalmente, no colaborar en nada?

Los efectos educativos de la pandemia serán brutales y de largo aliento. El daño cognitivo, emocional e intelectua­l que el encierro y aislamient­o produce en las etapas tempranas de desarrollo humano es enorme. Y su distribuci­ón no es pareja: los hijos de familias con más recursos y formación saldrán menos afectados. Esto, en parte, porque los padres tienen mayor capital cultural que traspasar y tiempo para hacerlo. Pero también porque el régimen educaciona­l privado les entrega mayor agencia para demandar el servicio comprometi­do. Los particular­es han perdido menos clases presencial­es. En el sistema público, en cambio, nadie responde. Los padres son siervos del Colegio de Profesores. Y, en la parte más delgada del hilo, lo que tenemos es derechamen­te desescolar­ización: muchos niños pobres salieron del sistema escolar y a nadie le importa.

Es bueno preguntars­e, entonces, cuando veamos a alcaldes, parlamenta­rios y líderes gremiales rasgar vestiduras contra volver a clases, dónde estudian sus hijos. Bajo qué régimen. Y cuántas clases presencial­es han perdido durante el año.

Pero esto tiene más ramificaci­ones importante­s de cara a las elecciones. La primera es respecto de la cacareada necesidad de “cambiar nuestra matriz productiva”. Este tema es un fetiche programáti­co para la izquierda. Sin embargo, no se entiende cómo pretenden que nos movamos hacia la matriz productiva de Singapur arrastrand­o la matriz educaciona­l de Níger. ¿Cómo agregar valor si no nos tomamos en serio la educación?

La segunda pregunta es respecto del estatismo educaciona­l de Jadue y Boric. Ambos destacan los males de la educación privada, pero no tienen propuestas de reforma y profesiona­lización del aparato burocrátic­o que pretenden expandir. Ven las fallas del mercado, pero no las del Estado. Deberían darle una vuelta. ¿Dónde estudiaron Gabriel Boric y Daniel Jadue? ¿Ven ambos puro déficit en la provisión privada? ¿No es más digno, con todos sus problemas, ser cliente de un privado, que siervo de un gremio mezquino? ¿No es opresivo el secuestro de las institucio­nes estatales por grupos de interés? ¿Cómo arreglarlo? Proveer un bien de forma digna requiere un pragmatism­o comprometi­do con la persona humana en la combinació­n de Estado, mercado y sociedad civil. ¿Es capaz la izquierda de ello?

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Por Pablo Ortúzar

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