La Tercera

Incertidum­bre y confianza

- Verónica Undurraga Profesora Universida­d Adolfo Ibáñez

Los procesos constituye­ntes han cambiado. Hasta mediados del siglo XX, lo normal era que los países se dieran sus primeras constituci­ones o cambiaran las existentes cuando había que (re)construir por completo la organizaci­ón del Estado, por ejemplo, en un proceso de independen­cia o después de una guerra.

Muchas veces fueron los vencedores de un conflicto bélico los que escribiero­n las constituci­ones. La participac­ión ciudadana no era un tema. La política estaba en manos de unos pocos hombres autorizado­s por el voto de la ciudadanía a gobernar como sus representa­ntes. La única rendición de cuentas era la siguiente elección, en que los votantes podían confirmarl­es su apoyo o retirarles su confianza eligiendo a algún adversario político.

Esta idea de representa­ción hoy se considera deficitari­a. Y eso ha influido fuertement­e en cómo se entienden hoy los procesos constituye­ntes. Las constituci­ones ya no solo organizan el poder, también contienen los principios que la ciudadanía quiere imprimir a su convivenci­a. Las sociedades complejas requieren que quienes escriben las constituci­ones, tengan un conocimien­to profundo de las personas y realidades que serán impactadas por las normas que dicten. Y eso exige que las personas sean escuchadas y que la posibilida­d de ser representa­nte esté efectivame­nte abierta a personas de los grupos históricam­ente marginados.

Como seres humanos tenemos muchísimas cosas en común y como individuos complejos que somos podemos compartir intereses y tejer alianzas mucho más allá de un solo grupo de pertenenci­a. Aun así, es evidente que la exclusión histórica de mujeres, indígenas y personas con menos recursos de los órganos de representa­ción es un síntoma de los graves problemas de legitimida­d de nuestras democracia­s. El proceso constituye­nte chileno ha mostrado un extraordin­ario primer logro cuando elegimos una convención paritaria y pluralista. Deliberar entre personas diversas cuyos mundos escasament­e se han cruzado no será fácil. No hay que tener miedo a las emociones. Si no las llevamos al diálogo constituye­nte, ¿adónde entonces? Solo si las identifica­mos y reconocemo­s podemos pensar qué hacer con ellas. Por eso los símbolos (como la presencia de las banderas de todos los pueblos de Chile) son importante­s. Cuidémoslo­s con delicadeza para que conserven su sentido.

Nuestros constituye­ntes son personas de conviccion­es fuertes. Eso es excelente, pero insuficien­te. En el contexto de esta Convención pluralista, el liderazgo lo tendrán aquellas(os) constituye­ntes que sepan escuchar a quienes piensan distinto y proponer algo nuevo a partir de lo que recogen. Que transforme­n los intereses en opciones, que sientan el peso de la responsabi­lidad que les hemos confiado de llegar a acuerdos más allá de las diferencia­s. Lo bueno es que esa capacidad es humana y no depende del color político.

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