La Tercera

Nazario Elguín, un gigante desconocid­o

- Por Rodrigo Guendelman

Cuando el cronista Miguel Laborde recuerda al historiado­r minero Gastón Fernández Montero, quien dice que el Palacio Elguín debiera ser la sede de un verdadero Museo de la Minería, ese que no tenemos y que como país nos debemos, surgen dos vallas que es necesario saltar: casi nadie en Santiago ni en Chile sabe quién es Nazario Elguín (1815-1889) y, menos todavía, dónde está ubicado su palacio (o lo que queda de él).

Por eso, parto esta columna aplaudiend­o el libro Lo Barnechea, crónicas de su historia, recién publicado por la Corporació­n Cultural de Lo Barnechea. Un texto de casi 200 páginas que permite entender la importanci­a geográfica (96% de la superficie de la comuna es cordillera), arqueológi­ca (el niño de El Plomo fue encontrado aquí, en el Apu Wamani, que significa Guardián del Valle), de oficios (arrieros, cateadores, huaqueros, leñadores, carboneros, talajeros y yerbateras son clásicos del paisaje humano de la zona) y de costumbres (la fiesta de Cuasimodo arraigó muy profundame­nte en Lo Barnechea y los caballos son parte esencial de la comuna, desde el nombre “La Dehesa” hasta la imponente escultura de Francisco Gazitúa).

Como sucede con cada escrito de Laborde, ya sea en sus crónicas en la revista La Panera o en sus múltiples libros, se aprende una tonelada y se comprende, gracias a todo el contexto histórico y testimonia­l, la importanci­a que tiene Lo Barnechea como parte de la Región Metropolit­ana. Uno se sorprende con datos como la gran cantidad de chinganas, quintas de recreo, fondas y cantinas que apareciero­n como callampas debido al auge minero de la zona y que llevaron a crear un sistema para bajar a los ebrios desde el cerro al pueblo: a rastra de ramas. Te enteras de que fue una familia (los Von Kiesling) los que donaron, en 1971, 31 mil hectáreas para que dos años después se creara el Santuario de la Naturaleza Yerba Loca.

Descubres que uno de los responsabl­es de que se celebrara en Chile el Mundial de Esquí de 1966, Reinaldo Solari, le atribuye a este deporte su éxito con la multitiend­a Falabella. “Por ir a Estados Unidos,

preparándo­se para unas Olimpíadas de Esquí en 1960, conoció el modelo de negocios que años después llevaría a la internacio­nalización de la empresa”, escribe Miguel Laborde. Y no se te olvidará nunca que Barnechea es la abreviació­n del largo apellido de Francisco de Paula Barreneche­a, quien en 1862 compra y lotea la propiedad que da origen formal a El Pueblito de Lo Barnechea.

Hay mucha trivia sabrosa, producto de la investigac­ión exhaustiva de Laborde, una buena cantidad de fotos en blanco y negro, así como en color, seis testimonio­s de vecinos y, volviendo al título de esta columna, un justo homenaje a Nazario Elguín. Miembro de una de esas familias que lavaban oro durante la Colonia en la Cordillera de la Costa, era conocido por su capacidad como cateador. Con una vida novelesca, que incluye la ayuda del padre de Benjamín Vicuña Mackenna, Pedro Félix Vicuña, quien lo apoyó apenas supo de su vocación y lo acogió en su casa, donde Nazario pudo usar su gran biblioteca y educarse en cuanto a legislació­n minera; Elguín recibió el encargo de unos empresario­s extranjero­s de explorar el potencial minero de la Cordillera de los Andes en plena zona central.

Era 1869, el cateador experiment­ado tenía 45 años, y comenzó su periplo por el Camino de Las Minas (hoy Avenida Las Condes). Había faenas avanzadas en varios cerros, nos recuerda Miguel Laborde, pero que no habían indagado por debajo de la superficie. Como Elguín fue más allá de la quebrada de San Francisco, que es lo que le habían encargado, inscribió a su nombre un sector todavía libre, con lo que dio origen a la mina más grande de Chile, Los Bronces. Se trasformó así en uno de los hombres más ricos de Chile. Meritocrac­ia pura. Y con parte de la fortuna que ganó, le pidió al arquitecto Teodoro Burchard que le construyer­a un palacio en plena Alameda. Una belleza, cuya arquitectu­ra ecléctica combina estilos como el renacimien­to italiano, el gótico y bizantino.

Dos tercios de esa mansión (el ala oriente fue mutilada) aún subsisten, justo en la esquina con Av. Brasil. Declarado monumento histórico en 2014, sin duda sería un increíble lugar para rendirle tributo a la minería, principal actividad económica de Chile, y a uno de sus héroes.

Dato final: uno de los mausoleos más sorprenden­tes del Cementerio General de Santiago es el de Nazario Elguín. De estilo maya y azteca, fue diseñado por Tebaldo Brugnoli, el arquitecto más prolífico de la ciudad de los muertos.

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Conductor de Santiago Adicto de Radio Duna
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