La Tercera

Messi es campeón de la Copa América y salda su deuda con Argentina

El fútbol se la debía a Leo Messi

- Por Christian González

Pág. 50-51

Un golazo de Ángel Di María pone fin al derrotero del astro del Barcelona con su país, justo frente al rival clásico y en el recinto más mítico de Brasil. La Pulga levanta la corona.

No fue la figura del partido ni mucho menos, pero siempre quedó claro que Lionel Messi se jugaba un partido especial. Desde la entrada al campo de juego o desde la ejecución de los himnos ya quedaba claro que el astro del Barcelona se tomaría este partido como un desafío personal. Que entraría dispuesto a pagar su gran deuda. Que daría todo por no volver a perder una final con la camiseta de su país. Que buscaría por todos los medios agregar a su imponente registro personal el galardón que le faltaba y que le había sido esquivo tantas veces, tanto en la Copa América como en el Mundial: una vuelta olímpica con la camiseta de su país. El fútbol también se lo debía a él.

Durante toda la Copa, el rosarino había dado muestras de que se trataba de un torneo especial. Probableme­nte, de la última posibilida­d que tendría para la consagraci­ón con la Albicelest­e. De la última chance para completar su leyenda. Y, esta vez, las condicione­s se parecían bastante a las ideales para escribir esta última página con letras doradas: frente a Brasil, el rival transandin­o de toda la vida, y en el Maracaná, el recinto que solo en 1950 había sido vulnerado en una definición con el cuadro local como protagonis­ta. Los transandin­os no solo redimieron a su gran figura, también concretaro­n el Maracanazo de los tiempos modernos.

Por eso, cuando terminó el encuentro, Messi se emocionó. Ahora, no de tristeza como después de las definicion­es frente a Chile en 2015 y 2016. Ahora, había en sus ojos alegría genuina. Quizás, también, una sensación de justicia. Por los festejos que se le habían negado, por las recriminac­iones que le tocó recibir, porque la distancia con Maradona se acortaba un poco más. Porque pagaba una deuda que se hacía eterna.

Por eso, cuando terminó el encuentro, Messi abrazó tan efusivamet­e a todo el mundo, pero especialme­nte a Ángel Di María. Porque fue el delantero del PSG, otro de los blancos preferidos a la hora de los fracasos, quien le ayudó más decisivame­nte a cumplir el sueño. Fue el Fideo quien interceptó el larguísimo pase de Rodrigo de Paul desde campo propio, en los 21’, para definir con clase frente a la salida de Ederson. Enmudecía la mitad de los cuatro mil espectador­es que ocupaban las tribunas del Maracaná, como para otorgar un sucedáneo del sabor que debe tener cualquier definición de un título. Y, por cierto, para que la otra mitad lo celebrara con todo.

De ahí en más, el partido tuvo todos los ingredient­es que se le reclamaban en la antesala. Porque se trataba de una final y porque se trata del clásico sudamerica­no y uno de los principale­s a nivel mundial, por definición. Sobre todo, intensidad. En muchas oportunida­des, derechamen­te pierna fuerte. La mayoría de las veces, cuando el balón lo tomaba Neymar en el cuadro anfitrión. Había varios albicelest­es que querían pasarle la cuenta a Messi, no tan protagonis­ta como en la mayoría de los partidos que juega, cambiaba ahora el rol por el de un peón más. Probableme­nte, el más esforzado.

Hubo ocasiones de lado y lado. Sobre el final, Gabigol estuvo a punto de aguarle la fiesta. Argentina resistió como pudo. Y Messi, que se perdió el 2-0 en el final, pudo celebrar. Por fin. La deuda está saldada. La de Messi y también la que tenía el fútbol con la Pulga.

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