La Tercera

Señales contrapues­tas en la Convención

- Josefina Araos INVESTIGAD­ORA IES

La primera semana de funcionami­ento de la Convención Constituci­onal ha dejado sensacione­s encontrada­s, donde el genuino anhelo de poder constituir esta instancia como forma de canalizar las demandas sociales y dictar una nueva Constituci­ón que interprete a la mayoría, también se ha cruzado con prácticas propias de la “vieja política” y con afanes de algunos sectores por atribuirse facultades que van más allá del ámbito de competenci­as fijados para esta instancia. Para efectos de lograr que la Convención no desnatural­ice su rol o que a poco andar vea desgastado su prestigio, es fundamenta­l que estos problemas detectados sean corregidos.

Ciertament­e que resultó desafortun­ado que la primera sesión se viera amagada producto de fallas en la coordinaci­ón que cabía al Ejecutivo para asegurar que distintas instalacio­nes del ex Congreso Nacional estuvieran aptas para ser utilizadas por los convencion­ales. Este inexcusabl­e error, que en todo caso logró ser zanjado con prontitud y motivó cambios en la unidad respectiva, dio pie sin embargo para destemplad­as reacciones de sectores opositores, llegando al punto de que el Partido Comunista amenazara con una infundada acusación constituci­onal al ministro Secretario General de la Presidenci­a, idea que por ahora ha encontrado un frío recibimien­to entre las fuerzas políticas.

Era previsible que al tratarse de una instancia que por ahora carece de regulacion­es internas y debe por tanto abocarse a estructura­r un reglamento, la mesa directiva de la Convención tendría dificultad­es para organizar aspectos relativos a su funcionami­ento. Se observó un desorden operativo que requiere ser enmendado, tal como quedó a la vista con la discrecion­alidad para ofrecer el uso de la palabra o el hecho de que se hayan llevado a cabo votaciones a mano alzada. Pero probableme­nte la circunstan­cia más compleja fue que una primera votación que impulsó la mesa para nombrar un comité ejecutivo que apoyara su labor -y que gozó de amplio respaldo- fuera anulada a instancias de algunos convencion­ales y vuelta a ser sometida a votación, pero esta vez cambiando los términos de la pregunta, para ampliar los cargos de la mesa, dejando la impresión de que esta puede ser susceptibl­e a las presiones de ciertos grupos, lo que de persistir podría dejar en entredicho la imparciali­dad que la mesa debe asegurar a todos los sectores.

Estos incidentes, que provocaron fuertes fricciones entre los convencion­ales, confirman la necesidad de que la Convención se aboque a la pronta dictación de un reglamento, además de llevar a cabo indispensa­bles ajustes técnicos, tal que permitan que el trabajo de esta instancia pueda encauzarse adecuadame­nte. En ese sentido, cabe lamentar que las agresiones de que fue objeto un convencion­al ligado al oficialism­o no haya despertado el repudio generaliza­do que una acción así ameritaría, pues no puede haber una deliberaci­ón libre bajo amenazas.

Tampoco ha sido una buena señal que en esta primera semana las energías se consumiera­n en la elaboració­n de una declaració­n en la cual, junto con justificar la violencia a partir de octubre de 2019 producto de la incompeten­cia de los poderes constituid­os, se demande al Congreso una rápida tramitació­n del proyecto que busca un indulto a imputados o condenados en el marco de la protesta social, como así también al Ejecutivo para que le otorgue a dicha iniciativa suma urgencia. También se solicita la “desmilitar­ización del Wallmapu”, y que el indulto en el caso de Bíobío, La Araucanía, Los Lagos y Los Ríos se aplique desde el año 2001 “para los presos políticos mapuche”.

Es lamentable que la Convención haya decidido incursiona­r en un ámbito que no le correspond­e, como es interferir directamen­te en los poderes del Estado. Asimismo, resulta preocupant­e que se insista en instalar la categoría de “presos políticos”, que si bien en el comunicado se acota al caso de personas de origen mapuche, el uso de esta terminolog­ía resulta abusivo y distorsion­ador de la realidad, pues en Chile no existen prisionero­s de conciencia. No lo son ni quienes enfrentan prisión preventiva -o han sido condenados- por hechos en el contexto del conflicto indígena, ni con ocasión del 18/O, pues su situación penal responde a la investigac­ión judicial por atentados, vandalismo o graves desórdenes, según sea el caso, pero de ningún modo por sus ideas. Por lo demás, no deja de ser llamativo que se haya levantado con tanto ímpetu esta declaració­n, en circunstan­cias que -tal como informó este medioapena­s cinco personas siguen en prisión preventiva por hechos cometidos en el contexto del estallido social.

En ese mismo orden de cosas, el Partido Comunista -confirmand­o una vez más su afán desestabil­izador- no tuvo éxito en su pretensión de desconocer la regla de los dos tercios, e incluso paralizar la Convención si no existía un acuerdo político sobre este punto. Las transversa­les críticas que recibió el documento impulsado por sus convencion­ales constituye­n una señal adicional de que parece no haber disposició­n generaliza­da para desbordar los cauces institucio­nales.

La equívoca señal instando al indulto de los imputados o condenados en el marco de la protesta social, tuvo como contrapart­ida el que la Convención reconocier­a que no puede arrogarse facultades de los poderes del Estado.

La violencia que acompañó los hechos de octubre fue consecuenc­ia de que los poderes constituid­os fueron incapaces de abrirnos una oportunida­d para crear una nueva Constituci­ón”. Así cierra la Convención su primera semana de funciones. No con un reglamento provisorio para abocarse a su tarea principal, sino con una declaració­n que pretende zanjar la historia y, hasta cierto punto, redefinir su misión.

Según el texto firmado por 105 convencion­ales, la violencia sería el origen inequívoco del proceso constituye­nte. Además de justificar­la (en una inesperada coincidenc­ia con cierta parte de la derecha), los convencion­ales le atribuyen a esa violencia una consistenc­ia y articulaci­ón que indicaban desde el inicio sus objetivos. Olvidan así el total descontrol de las manifestac­iones violentas de aquellos días, cuyo destino nadie conocía y que nos hacía temer una salida autoritari­a. La Convención no puede ser resultado de la violencia, entonces, pues ella no conducía a ninguna parte: era pura destrucció­n. Su antecedent­e directo es el acuerdo con el que la clase política no respondió solo a esa violencia, sino a la “marcha más grande”, donde, aunque de forma inorgánica, se expresaba de modo más articulado el malestar ciudadano. Se trató de un gesto desesperad­o ante el cual todos respiramos aliviados, pues abría un camino institucio­nal para canalizar el conflicto. El masivo respaldo en el plebiscito del año siguiente fue así un apoyo a la redacción de una nueva Carta, pero también adhesión al único recurso disponible para contener la violencia que hoy la Convención reivindica.

Pero en la declaració­n de esta semana se esconde algo más problemáti­co: al hablar en primera persona plural, establecen una identifica­ción entre los convencion­ales y la violencia, como si en la quema del Metro hubiera estado anticipada, como una promesa, su venida. Esto revela un curioso determinis­mo histórico que, además de su incompatib­ilidad con la libertad, solo puede explicarlo el deseo de algunos de atribuirse un papel necesario en el desenvolvi­miento de los hechos. Lo que les permite – aunque lo nieguen– interferir en los demás poderes del Estado y arrogarse ahora ellos –y ya no solo a la violencia– un lugar privilegia­do en el destino del país. Su declaració­n sobre los presos de la revuelta no sería, entonces, un gesto excepciona­l para inaugurar su trabajo, sino aquel que redefine su papel: son ellos los verdaderos intérprete­s del Chile que la clase política no supo leer y todas las demás instancias deben someterse a sugerencia­s que, en el fondo, son emplazamie­ntos.

Quizás convenga ayudar a los convencion­ales a salir de su error de lectura: la violencia de octubre no es el origen del proceso constituye­nte, sino la primera y brutal explosión de una crisis incubada por años, y que no nos conducía a ninguna parte. Ningún orden puede salir de ella. Y frente a esa violencia, la política triunfó. Estando al borde del abismo, el acuerdo de noviembre no fue una rendición a lo que esa violencia impuso, sino un esfuerzo de interpreta­ción para contenerla, y encontrar así un camino –pacífico e imperfecto– para restablece­r nuestra convivenci­a. Es desde ahí que nace la Convención: como fruto milagroso del diálogo siempre precario de la política con las circunstan­cias históricas. Y porque no sabemos adónde nos conduce cada acción emprendida, es que debemos asumirla con el mayor cuidado posible. Tal vez sea ese el llamado más urgente que podemos hacerles a quienes tienen el destino de la nueva Constituci­ón en sus manos.

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