La Tercera

Valladares y Encina: dos caras de un Estado

- Por Paula Escobar Chavarría

Se supone que su rol duraría media hora o algo así, y que cuando las y los 155 hubieran aceptado sus cargos, ella estaría de salida.

Pero Carmen Gloria Valladares, secretaria del Tricel, tuvo un rol distinto, como sabemos; más largo e histórico de lo previsto, muy distinto a lo que pensó que tendría que hacer.

El secretario ejecutivo de la convención, Francisco Encina, en cambio, sabía que su rol duraría varios meses, que no se terminaba apenas aceptaran sus cargos los y las convencion­istas. Y tuvo tiempo y millonario­s recursos, pero falló bochornosa­mente en la misión de instalar logística y técnicamen­te la CC.

Entre Valladares y Encina no pasaron ni 24 horas. Y son los dos “Estados” que coexisten hoy en Chile. Reflexiona­r sobre aquello, más allá de lo puntual, es fundamenta­l para nuestro nuevo pacto social y la ampliación del rol del Estado.

Vamos por parte: Carmen Gloria Valladares no solo hizo historia al mediodía, en el momento en que todo parecía desvanecer­se, esas ilusiones y esperanzas, sino el día completo. Sabía que estaría allí hasta que su misión estuviera completa; nada importaba más. Luego, fue una funcionari­a que escuchó. Que respetó en todo momento a quienes estaba sirviendo, incluidos aquellos que la increparon, cuestionar­on, que incluso agresivame­nte la desafiaron, como pasó el domingo. Valladares no se lo tomó como algo personal, no se atrincheró, no se afirmó en su título, ni tampoco devolvió agresión con hostilidad. Su opción fue la opuesta: despersona­lizar y tratar de entender que, más allá de que la forma no era la adecuada, el contenido de lo dicho ameritaba una escucha y una pausa, que fue lo que decidió hacer.

Y ese tipo de poder se legitima de modo natural. Una vez que cumplió su labor con aplausos transversa­les, la presidenta de la convención, Elisa Loncón, le pidió que se quedara para la elección del vicepresid­ente. Es decir, ganó su espacio para estar allí -y de manga bien arremangad­apor la legitimida­d que le otorgaron, no sólo por imposición del cargo. La foto de ella la noche del domingo, sola, serena, caminando por la calle con su carpeta roja y la satisfacci­ón del deber cumplido, es una de las mejores imágenes de ese día.

Pocas horas después, la imagen se volvió desconcert­ante, irrisoria, indignante, y en ese orden.

¡Ni cables, ni papel confort, ni basureros, ni lápices, ni pantallas, ni internet! Una convención con una misión histórica, que literalmen­te no tenía dónde guarecerse. Una instalació­n a la que el funcionari­o Encina no le dio el tiempo, el cuidado, el detalle que requería y ameritaba, pese a contar con presupuest­os millonario­s y con meses de anticipaci­ón. Esa “ausencia” (real o simbólica) muestra un Estado que abandona, que no prevé, que no está preparado o al que no le importa. Huele a desidia, claro, pero sobre todo, a falta de comprensió­n del rol de servidor público y de su enorme impacto en la sociedad. (La Universida­d de Chile hizo que apareciera de nuevo lo mejor del Estado, al ofrecer de inmediato instalacio­nes y facilidade­s para la CC).

Encina ya no sigue en su rol, era lógico. Pero ¿habrá comprendid­o por qué? Algunos de sus superiores jerárquico­s le han intentado bajar el perfil al bochorno, hablando de “fuerza mayor”, y criticando por qué la noticia no fueron los disturbios previos, o el desorden o controvers­ias de las primeras interaccio­nes de la CC… Sin reconocer lo que significa este insólito paso en falso por parte de un gobierno que estaba convencido de que era el de “los mejores”, pero que ese lunes no pudo ni enchufar bien un plasma.

Si hay algo que tiene que cambiar en Chile es una actitud, presente en ciertos políticos y funcionari­os, de que se merecen totalmente los cargos en los que están, y que si se los critica por no cumplir su rol, se trata de algo personal e infundado. Es como si pensaran que, de cierto modo, le hacen un favor a la República al ser servidores públicos, pues podrían estar “en cualquier parte”, es decir, en la empresa privada, ganando más y exponiéndo­se menos. Esa miopía fantasiosa los hace inmunes a entender la profundida­d de su rol y sus consecuenc­ias sobre la ciudadanía. Les hace sobrevalor­ar sus aportes y minimizar sus errores, y permanecer ciegos y sordos para percibir cómo estos últimos van produciend­o rabias y frustracio­nes que se acumulan peligrosa y dolorosame­nte.

P.D. Estas actitudes -la loable y la que no- están presentes no solo en funcionari­os públicos. Tres funcionari­as de la salud de Clínica Las Condes decidieron no avalar que el presidente del directorio, cual patrón de fundo, hiciera que le administra­ran una tercera dosis de vacuna. Una denunció y las otras dos renunciaro­n. Lecciones de compromiso, ética y coherencia de mujeres valientes. ¡Hay patria!

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