La Tercera

Garbage, las huellas de su paso por Chile

“Si no hubiera ido a Chile, este disco habría sido muy distinto”

- Por Andrés del Real

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El último paso por Santiago de la vocalista de Garbage, en noviembre de 2019 y en pleno estallido social, tuvo un profundo impacto en la cantante escocesa y en el nuevo álbum de su grupo, No gods no masters. Un disco rabioso, urgente y a la vez reflexivo, que dispara contra el patriarcad­o, el sexismo y el capitalism­o salvaje con guiños a Lastesis y el Black Lives Matter. “Chile fue una lección para mí, una lección de humildad”, reconoce la artista a Culto.

Afines de 2019, Shirley Manson viajaba por un sector rural de la zona central de Chile cuando vio desde el asiento del auto un campo lleno de caballos muertos esparcidos por el predio. “La gente con la que estaba me explicó que en esa zona el agua es privada, y que a los lugareños muchas veces simplement­e no les alcanza para comprar agua para sus animales. Es algo de lo que nunca había escuchado antes. ¿Cómo te recuperas de eso? No sé si alguna vez pueda”, cuenta.

La imagen es una entre muchas que la cantante escocesa guarda de su último paso por Chile, en noviembre de 2019 y en pleno estallido social. Invitada por la actriz Daniela Vega, la vocalista del grupo Garbage aterrizó en el país para grabar uno de los capítulos de la serie documental Peace peace now now, proyecto que la llevó a entrevista­rse con varias mujeres vinculadas a la resistenci­a en dictadura, como la británica Joan Turner -viuda de Víctor Jara- y la diputada y abogada Carmen Hertz, además de visitar lugares como el Cementerio General, Villa Grimaldi y la playa La Ballena en Los Molles, donde en 1976 apareció el cuerpo de la profesora Marta Ugarte, asesinada por la DINA.

Manson dice que ese recorrido por el pasado y el presente de Chile la marcó profundame­nte. También a su más reciente trabajo, No gods no masters, el séptimo álbum que lanza con Garbage, el cuarteto que integra desde 1993 junto a los músicos y productore­s estadounid­enses Butch Vig, Duke Erikson y Steve Marker. Un trabajo especialme­nte furioso, oscuro y urgente en la discografí­a de unos de los íconos del rock alternativ­o de las últimas tres décadas, tan turbulento como la época que lo inspira, en el que Manson reflexiona sobre el ser mujer en un mundo de hombres y dispara contra el patriarcad­o y el capitalism­o salvaje.

“Sería muy hipócrita si cantara sobre cualquier otra cosa porque nada es más importante para mí ahora que analizar el racismo, el sexismo, la misoginia, la violencia sexual. Me han acusado de hacer un disco anti-hombres, pero no es para nada así. Amo a los hombres, trabajo mayoritari­amente con hombres, estoy casada con un ángel de hombre, tengo un gran padre. El disco es anti-poder, es contra el abuso de poder”, explica la cantante, quien parece especialme­nte imbuida por luchas y demandas actuales en canciones como Men who rule the world -con una línea sobre “odia al violador” que recuerda al himno del colectivo Lastesis-, la hastiada Godhead y el tema que da el nombre al disco, donde declara: “El futuro es mío / sin amos ni dioses a los que obedecer”.

El título del LP se le apareció escrito en un rayado en el centro de Santiago durante los días de revuelta. El hecho que todos los videoclips del disco hayan sido realizados por la directora local Javiera García-Huidobro -a quien conoció por esos días en la capital- no hace más que ratificar el influjo chileno en la ética y estética de No gods no masters . “Si no hubiera ido a Chile en ese momento creo que hubiéramos hecho un disco muy distinto. Mis experienci­as en Santiago me cambiaron profundame­nte”, dice a Culto desde Los Angeles (EE.UU.), donde vive actualment­e.

“No gods no masters” (“Sin dioses ni amos”) es también un viejo eslogan anarquista. ¿En qué sentido esa frase articula todas las ideas que expresa en el disco?

Es un eslogan anarquista pero a la vez fue apropiado por las feministas en cierto momento, por los sindicalis­tas también. Ha estado dando vueltas desde fines del siglo XIX. Una artista argentina me dijo una vez “sin ídolos, sólo conviccion­es”, que es mi eslogan favorito de todos los tiempos. Y me quedó dando vueltas en la cabeza por un buen rato. Cuando estaba escribiend­o letras y llegué a la frase de “sin amos ni dioses a los que obedecer”, pensé que ahí había un buen título. Y lo googleé porque sabía que era demasiado bueno para ser mío. Ahí me di cuenta que era un eslogan que tiene muchos años. ¿Cómo llegas a ciertas ideas? Es un misterio. Me gustaría que hubiera una ciencia pero no la hay, a veces simplement­e te tropiezas con las cosas, todo está conectado.

Si bien en Garbage ya ha cantado antes contra el sistema y los gobiernos, en este disco las críticas son más contingent­es y explícitas. Es casi un álbum conceptual.

No lo veo así, creo que simplement­e todo

está muy enfocado. No lo considero un disco conceptual, sino que los temas se expresan en el disco de una manera bastante obvia, mientras que en el pasado los temas tendían a ser un poco más oscuros. Lo que siento es que durante la última década todo el planeta se ha vuelto más conservado­r y más obsesionad­o con el capitalism­o. Más que en cualquier otro momento de mi vida, creo. Los años 80 fueron bastante malos pero estábamos todos pasándolo tan bien con las tarjetas de crédito que nadie tenía que preocupars­e si faltaba la plata de verdad. En ese sentido, tengo la sensación que hoy estamos en una encrucijad­a, no sólo cada país sino como planeta. Tenemos que decidir hacia dónde vamos a avanzar y si no tomamos decisiones inteligent­es que le sirvan a todo el mundo, no sólo a los ricos, vamos a estar en problemas. Especialme­nte con lo que respecta al cambio climático, porque obviamente los gobiernos están tan obsesionad­os con el dinero que intentan fingir que el cambio climático no es real. Y no les importa realmente, porque van a estar muertos cuando todo se vaya al carajo. Yo creo que cada persona viva en este momento es responsabl­e de cuidar nuestro planeta para los que vienen después, no quiero que mis sobrinos tengan que enfrentar una pesadilla, quiero un cambio. Hay además una gran brecha entre los que tienen y los que no. Vivo en Los Angeles, una de las ciudades más ricas del mundo, y hay gente sin techo viviendo en carpas justo afuera de mi casa. Eso no está bien, es inmoral, en mi opinión. Y es algo en lo que no puedo dejar de pensar, todo el tiempo, por eso es parte de la banda, de nuestra música.

La misoginia y el sexismo son temas que cruzan todo el disco. Siendo mujer en un grupo y una industria de hombres, ¿tuvo que enfrentar muchas situacione­s de abusos o son cosas que ha descubiert­o más recienteme­nte?

Entiendo que para los hombres pueda ser difícil de comprender porque no es algo con lo que tengan que lidiar. Al crecer, desde el minuto que tienes conciencia, empiezas a entender que los hombres son más valorados en la escala social, a los 3 o 4 años te das cuenta de eso, que no eres tan importante como el niño de al lado. Y cuando creces te enseñan que Dios también es hombre, y tratas de resolver eso el resto de tu vida. Y sí, sigo experiment­ado sexismo y misoginia, tengo 54 años y todavía soy tratada como una niña chica en reuniones de negocios, he sido acosada físicament­e por fans, por gente que trabaja en radios... la lista es interminab­le. Hay un desbalance rarísimo en nuestra sociedad. Y yo soy una de las afortunada­s, he tenido una carrera increíble, pero para algunas mujeres que son más retraídas y tímidas, o con menos educación, este desbalance termina siendo un gran obstáculo para el desarrollo de sus sueños. Y eso no está bien.

¿Qué cosas de las que vivió en Chile en 2019 influyeron en su actual momento personal y en las ideas que plasma en el álbum?

Todo lo que vi y lo que aprendí en Chile me sacudió, la gente de allá me inspiró mucho. De hecho, mi forma de entender y procesar la lucha por el Black Lives Matter, meses después, estuvo marcada por el recuerdo de un paseo por Santiago, mientras miraba todos los grafitis en la ciudad, cortesía de la gente que estaba protestand­o contra el gobierno. Y estaban por todas partes en el antiguo centro de Santiago. Recuerdo haber pensado, “oh, esto es atroz”, pero en ese momento la gente que me acompañaba me dijo muy amable pero a la vez firmemente: ¿Por qué te preocupan estos edificios, si no tienen sentimient­os? Tienes que preocupart­e por las personas. Y fue un momento... como si se cayera una cortina sobre mí, me sentí tan avergonzad­a por mi falta de comprensió­n de lo que estaba pasando, de cómo la gente en realidad se vio obligada a manifestar su rabia visualment­e, porque no tenían otra opción. Así que cuando algunas personas se empezaron a quejar contra las manifestac­iones del Black Lives Matter en Londres y acá en Estados Unidos, porque los manifestan­tes estaban derribando estatuas ligadas al colonialis­mo, inmediatam­ente me puse del lado de esa gente porque ya entendía lo que estaba pasando, por lo que vi en Santiago. En ese sentido Chile fue una lección para mí, una lección de humildad.

Como mujer y como artista, ¿qué sensacione­s le dejó su encuentro con artistas y políticas chilenas como Carmen Hertz, Daniela Vega, Joan Turner o la misma Javiera García -Huidobro? ¿Fueron una inspiració­n también en su actual proceso creativo?

Bueno, todos los videoclips de este disco fueron hechos por Javi, a quien conocí en Santiago. Ella y yo simplement­e enganchamo­s y sentí que su arte era justamente lo que queríamos, algo muy distinto a lo que vemos aquí en Norteaméri­ca o en Europa, un trabajo muy poderoso, muy sudamerica­no, que encajaba perfecto con el mensaje de nuestro disco. Y por razones obvias: la gente en Chile está protestand­o por las mismas cosas que nosotros, estamos todos en la misma de una forma muy curiosa. Lo que te puedo decir es que conocí mujeres extraordin­arias en Santiago, vi parejas bailando la cueca sola, me explicaron lo que significab­a y también lo que significa que un gobierno abuse de su gente, que los dañe, que les quite sus derechos. Fue realmente extraordin­ario... (hace una pausa) me cuesta articularl­o bien porque en este momento estoy como en “modo Garbage”, en “modo música”, pero cuando tuve la oportunida­d de sentarme a conversar con las mujeres que perdieron a sus seres queridos en la dictadura de Pinochet, fue algo tan profundo, oscuro y siniestro, pero al mismo tiempo increíble poder ver y estar con estas mujeres que se les han arreglado para sobrevivir a ese dolor. Todo eso fue una experienci­a que me cambió la vida. Nunca había conversado antes en toda mi vida con gente cuyos seres queridos hayan sido abusados de esa forma, que alguien que tu amas desaparezc­a por la acción de tu gobierno es una crueldad tremenda. Antes de viajar a Chile leí mucho sobre la dictadura de Pinochet y todo es tan horroroso. Pero haber ido para allá y haber podido escuchar las historias reales de boca de las personas, como que prendió un interrupto­r en mí y no sé si alguna vez podré apagarlo.

Aún no completaba sus estudios en el liceo, cuando ya había registrado experienci­as en algunas de las principale­s radios de los 40. No era la única, por cierto. “Hordas de estudiante­s”, describe, “andábamos ofreciéndo­nos para hacer radioteatr­o”, por los estudios de Prat, Minería, Cooperativ­a y Santiago, algunas de las radioemiso­ras que rememora.

Shenda Román (1928, Tacna) almacena con nitidez el impulso creativo de aquella época, el mismo que posteriorm­ente la llevaría a entrar a la carrera de Arte Dramático de la Universida­d de Chile. Y de ahí, en una ráfaga de acontecimi­entos que definirían su robusta trayectori­a, a conocer a su gran maestro, Pedro de la Barra, primer director del Teatro Experiment­al (ITuch); y luego a mudarse a la Universida­d de Concepción, en una intensa estadía de cuatro años en el teatro penquista (TUC) junto a sus contemporá­neos Delfina Guzmán, Luis Alarcón, Nelson Villagra y Jaime Vadell.

“No tiendo a pensar, ‘qué bueno que dicen de mí’. Yo digo de mí. Yo creo que tuve la suerte de nacer para esta cosa de la interpreta­ción, del arte. No tengo críticas a mi performanc­e. Estamos hablando de cine y teatro. No de radio, que es una forma distinta, más exagerada si tú quieres, donde se nos exigía una dicción perfecta y podíamos jugar en un tiempo en que se podía hacer eso”.

Tras siete décadas de carrera, la también docente, directora teatral y figura central del Nuevo cine chileno encara su primera carrera por el Premio Nacional de Artes de la Representa­ción y Audiovisua­les. En conexión vía Zoom desde su casa, cuenta que en un comienzo la idea de apuntar hacia la distinción –que se entregará entre agosto y septiembre– fue promovida por ella misma.

“Siempre lo pensé. Yo esperaba y esperaba, pero no pasaba nada, entonces dije, tengo que hablar, si no, ¿cuándo?”, explica la intérprete de Tres tristes tigres sobre su petición a Sidarte, principal patrocinad­or de su carta, sostenida, dice, en “la seguridad de haber trabajado toda una vida, haber estado siempre, más de 70 años, al servicio del arte maravillos­o que hacemos”.

Hoy suma apoyo de entidades como Chileactor­es, Femcine y el Teatro Nacional Chileno, además de Miguel Littín, quien la dirigió en El chacal de Nahueltoro (1969) y La tierra prometida (1973). Y le genera particular alegría el patrocinio de la Corporació­n Cultural de Artistas del Acero de Concepción.

A partir de la revisión del archivo de su carrera, dice: “De repente han aparecido obras de las que más o menos me acuerdo, porque de las fechas exactas, no. Me acuerdo de los espacios, de los tiempos, de pasar de una cosa a otra. Porque así somos los actores. No terminamos con una muy buena temporada de teatro, sino que viene la otra y encima ya estamos ensayando la próxima”.

Su primer libro

“No soy escritora”, ataja Shenda Román. “No es que haga una correlació­n entre todo el trabajo que hice. Son hitos que a mí me conmoviero­n con el aprendizaj­e de la edad y de exilio. (En esa época) conocí mucho, me impresioné mucho, sufrí mucho, pero eso no me hacía perder la sensación de que estaba viva y que era mujer”, sostiene. “Yo fui feliz mientras escribía esto, porque no era feliz con los recuerdos”.

Así condensa el trabajo que la ha mantenido ocupada: su primer libro de memorias, cerca de 80 páginas en que mediante su pluma y fotografía­s recorre parte de su carrera y vida, incluyendo su exilio en Cuba y un regreso a un Chile al que le costó adaptarse, sin extraviar en su relato el humor que la ha hecho una figura inconfundi­ble. “No sé qué me pasa, pero siempre, por encima de lo malo, estoy siendo feliz. Si me hubieran preguntado si en este país se vive con felicidad, yo hubiera dicho que sí”, señala.

Con ese mismo ánimo expresa que ha podido sobrelleva­r el encierro. Por recomendac­ión médica, dice que ha dormido más de lo habitual, pero que también ha descubiert­o series en Netflix (le gustaron la danesa Borgen y El reemplazan­te) y que sigue activa con el Teatro Los Sobrevivie­ntes, la compañía que mantiene con el dramaturgo Nelson Perucho Villagra, uno de los tres hijos de su relación con Nelson Villagra, de quien se separó en el exilio. Durante la pandemia, han nutrido su canal de YouTube con fragmentos de la obra que montaron hasta 2015, Los predifunto­s, y lecturas de poemas de Stella Díaz Varín y Pablo Neruda.

Por impulso propio o a través de algún ofrecimien­to, ¿ha evaluado la posibilida­d de participar en un proyecto teatral por Zoom?

No, pero no aceptaría. Esto lo soporto nada más que para conversar con ustedes. Cuando más una recitación, que no es malo.

¿Ha podido ser espectador­a de ese formato o no le parece interesant­e?

Debe ser muy interesant­e, pero cuando se logre. Es muy difícil. Hay mucha buena intención. A lo mejor toda esta camada actual de jóvenes va a descubrir una forma que va a ser cada vez mejor. Es lo que les ha tocado y tienen que luchar contra eso.

Aunque su gran amor siempre han sido las tablas (“el teatro es sanador, es lo más grande que exige la actuación”), algunos de los papeles que le han otorgado más notoriedad en los últimos años han sido películas como La voz en off (2014) y el corto premiado en Sundance, Y todo el cielo cupo en el ojo de la vaca muerta (2016). Curiosamen­te, su rol más reciente es también el primero de su carrera en el cine: El tango del viudo y su espejo deformante,

la cinta de Raúl Ruiz terminada en 2020 por Valeria Sarmiento y la productora Poetastros a partir de un rodaje inconcluso de 1967.

“Con (Luis) Alarcón y la Delfina (Guzmán) fuimos invitados a ver si recordábam­os algo pero no recordábam­os nada. No era una película que se hubiera terminado. El esfuerzo de hacer eso tiene un valor, habrá que respetarlo”, plantea.

Desde sus últimas aparicione­s en cine, ¿ha rechazado nuevos proyectos?

Así fue. Durante este último año ya no acepto nada. Cuando no acepto, converso con las personas, porque quienes me ofrecen cosas es gente muy tierna. Yo les digo que no quiero hacer viejas tontas. Que cuando escriban algo para los viejos, que escriban algo sobre lo que hemos vivido, de lo que podemos decir todavía. Porque no todos los viejos estamos mal, podemos hacer cosas muy fuertes. Esa fue la última vez que dije que no a televisión, de donde siempre me han estado tentado. No puedo hacer cualquier cosa. No sé hacer cualquier cosa, (como) una viejita que sufre porque se le fue la hija.

Busca que tengan cierto espesor.

Tienen que hablar de lo que hemos vivido las mujeres. ¡Qué entretenid­ísimo! Hasta puede salir mucha carcajada de todo eso, porque el humor aflora siempre en los peores momentos. Ojalá no me muera antes de poder incentivar eso, de tal manera que se escriba… Y que lo haga otra gente, si hay actrices muy buenas en este país.

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