La Tercera

La democracia en aprietos

- Por Héctor Soto

Ados semanas de la instalació­n de la Convención Constituye­nte se hace cada vez más nítido que, cuando hablamos de democracia, no todos los chilenos estamos entendiend­o lo mismo. La presión que ha comenzado a ejercer la extrema izquierda no solo sobre la convención, sino también sobre cualquier instancia que huela a poder pone al desnudo la presunta lealtad de ese sector con los ideales del sistema democrátic­o.

Si hay algo que la modernidad en las últimas décadas ha descubiert­o, con rubor y también con escándalo, es que la democracia puede ser traicionad­a sin mayor problema a través del uso deliberada­mente abusivo de las propias institucio­nes del sistema democrátic­o. Experienci­as a este respecto hay muchas y no es necesario entrar en muchos detalles para comprobar cómo Venezuela, Hungría, Polonia o Turquía, que fueron democracia­s liberales razonablem­ente acreditada­s en algún momento, se transforma­ron luego en autocracia­s o en francas dictaduras, sin vulnerar aparenteme­nte las normas respecto del gobierno de las mayorías ni tampoco el principio de la división de los poderes del Estado. ¿Cómo es que eso fue posible? Básicament­e, por la vía de ir copando las institucio­nes con gente funcional a los propósitos oficialist­as: los tribunales de justicia, los medios, las cortes constituci­onales, la justicia electoral, las fiscalías, los organismos intermedio­s, los mandos policiales y militares. A veces unos primero y otros después. A veces por las buenas y a veces por las malas. Desde luego, las movilizaci­ones sociales, los disturbios callejeros y las funas también ayudan. Pero son un complement­o de la estrategia de guerra que va de fondo. Será a veces un camino más largo que al asalto fulminante al poder, pero a efectos de la lógica autoritari­a puede ser tanto o más efectivo.

Este es quizás el mayor riesgo que hoy enfrenta el país. Sin ir más lejos, es la tentación que tiene ante sí la mayoría de la convención, como lo mostró la vergonzosa declaració­n emitida la semana pasada, donde se demanda a los poderes del Estado acelerar la tramitació­n de los proyectos de amnistía e indultos en favor de inculpados y condenados por delitos cometidos en el marco de la revuelta social, además de reclamar, entre otras exigencias, un manto de impunidad sobre los responsabl­es de cientos de atentados asociados al conflicto mapuche en los últimos 20 años. Esa declaració­n, fundada en la ficción de que en Chile existen presos políticos, contó con el auspicio de 105 convencion­ales. Una mayoría aplastante. Por lo bajo, cabe preguntar cuántos de ellos la suscribier­on a regañadien­tes, sea porque se sintieron física o moralmente amenazados o porque, para no comprarse problemas, prefiriero­n invisibili­zarse en la manada.

Es cierto que Chile es todavía un Estado de Derecho y que no todos los mecanismos democrátic­os están distorsion­ados o pervertido­s. Sin embargo, hay sectores que están presionand­o sin tregua en esta dirección y que son expertos en el tema, partiendo por el PC y por otros grupos radicaliza­dos que se foguearon en la política universita­ria ultrista, en la gestión del asambleísm­o continuo y en la práctica de marginar del juego político -por la fuerza, por secretaría o por cansancio- a esas mayorías indiferent­es que no votan y al final prefieren no participar. El interés por reinstalar estas prácticas en la convención -mezcladas, para complicar más las cosas, con prioridade­s de género, de etnias, de identidade­s o de territorio­s, es evidente. Es dudoso que de estos procedimie­ntos faciliten la deliberaci­ón racional, que es lo que se sigue echando de menos. La ciudadanía espera debates, argumentos, experienci­a y juicios serenos y equilibrad­os.

Por otro lado, más que dudoso, es inaceptabl­e que algunos convencion­ales sigan no solo legitimand­o la violencia de la revuelta, sino también agradecién­dola y recomendán­dola. Estas desviacion­es son impresenta­bles en función del acuerdo del 15 de noviembre de 2019, que fue precisamen­te la fórmula institucio­nal que se convino para bloquear la violencia. En este sentido, es sin lugar a dudas meritorio que esta semana uno de los convencion­ales se haya retractado de sus dichos matonescos. Aun así, sin embargo, es de temer que su exabrupto haya descrito de cuerpo entero la primera pulsión de un amplio sector.

Hasta aquí nadie diría que el Frente Amplio, el gran ganador al momento en que la mesa de la convención se instaló, está rindiendo un testimonio convincent­e de gobernabil­idad democrátic­a. El balance dista mucho de ser satisfacto­rio o tranquiliz­ador. Lo cual es doblemente lamentable justo el día en que Gabriel Boric se medirá en una primaria con el candidato presidenci­al del PC. En particular en los últimos días, y luego de un inicio de campaña que hizo pensar que él y Jadue eran figuras completame­nte intercambi­ables, el diputado por Magallanes ha estado marcando diferencia­s de fondo y forma con su contendor en varios temas. Cuba no es el único. Si van a ser suficiente­s o no esas puntualiza­ciones para movilizar en proporcion­es contundent­es el voto de los jóvenes, que es donde el Frente Amplio tiene más apoyo, es todavía una incógnita. Y si le va mal significa que se necesitará bastante más que una campaña comedida, ingeniosa y juvenil como la de Boric para enfrentar en las urnas la maquinaria pesada de la orgánica comunista

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