La Tercera

Hay vacantes

- Por Daniel Matamala

“Me están diciendo: los empresario­s no encuentran trabajador­es”, dijo el presidente de Estados Unidos. Y luego entregó su respuesta. “Páguenles más”. No se quedó solo en las palabras. Joe Biden aumentó el sueldo mínimo en las empresas contratist­as del Estado, de 10,95 a 15 dólares la hora. También creó un grupo de trabajo, encabezado por la vicepresid­enta Kamala Harris, para fortalecer la sindicaliz­ación, que ha caído a mínimos históricos en ese país.

En Chile, los reclamos empresaria­les son parecidos. Pero hasta ahora los capitalist­as chilenos no parecen dispuestos a escuchar los consejos del presidente de la mayor economía capitalist­a del planeta.

En una carta a El Mercurio que luego motivó un reportaje del diario, Sebastián Molina, gerente de la constructo­ra E. Molina Morel, recuerda que antes de la pandemia, “apenas ponían el letrero afuera de la obra avisando que se necesitaba­n jornales, se formaba una fila”. Hoy, en cambio, “llegan muy pocos interesado­s”. Calcula que más de la mitad de la tasa de desempleo se debe a “personas que no quieren trabajar”. “Hoy día el que quiere trabajar encuentra pega”, afirma Molina.

Ya en abril, el entonces presidente de la Sociedad Nacional de Agricultur­a, Ricardo Ariztía, decía que “nos falta más gente, que no llega a trabajar”, ya que “si el gobierno me está poniendo los bonos, para qué voy a salir a trabajar”; esa es, concluía resignado, “la idiosincra­sia del trabajador chileno”.

La Cámara Chilena de la Construcci­ón alertaba que en el sector el “salario de reserva, por el cual un individuo está dispuesto a laborar”, había aumentado, y su presidente, Antonio Errázuriz, decía que el tercer retiro de fondos de pensiones “es una mala idea” porque “nos crea una situación de cierta dificultad para atraer” empleados. También Molina concluye que la solución es cortar el ingreso de emergencia apenas sea posible. “Una vez que se terminen las ayudas, creo que van a tener que volver a juntar el dinero en los trabajos”, dice.

Es llamativo cómo estos supuestos defensores del libre mercado tiran a la basura toda la teoría apenas afecta sus intereses. Si los sueldos que pagan no les permiten llenar las plazas, el libre mercado les dice lo mismo que Biden: “paguen más”. En cambio, prefieren activar el lobby político. El nuevo presidente de la SNA, Cristián Allendes, advirtió que “contamos con 20% a 50% menos de trabajador­es, lo que nos pone en un escenario complejo para las cosechas”, y se reunió en La Moneda con el presidente Piñera y la ministra de Agricultur­a, María Emilia Undurraga. La ministra no les recomendó que mejoraran los sueldos. Al revés, anunció que el gobierno se pondría a trabajar “para poder ver cómo permitimos el ingreso seguro” a Chile de trabajador­es extranjero­s que puedan cubrir esas plazas. “Es ver la posibilida­d de un apoyo de la migración”, explicó.

Este tema es fundamenta­l para el futuro del Chile. Cuando, tras la Segunda Guerra Mundial y bajo la amenaza soviética, los países europeos generaron los pactos sociales que dieron lugar a la era dorada del capitalism­o, el tema clave fue cómo repartir mejor las rentas del capital y el trabajo. Para lograrlo, se fortaleció a los sindicatos, se equilibró la estructura de poder y se aumentó la productivi­dad a largo plazo.

Hoy, la mitad de los trabajador­es chilenos ganan $401.000 o menos. ¿Es posible sostener un nuevo pacto que asegure la paz social con ese nivel de salarios?

Según el doctor en Historia Económica de la Universida­d de Barcelona, Mario Matus, los sueldos sufrieron un golpe tan grande en los años 70 y 80, primero por la hiperinfla­ción bajo la UP y luego por las políticas de shock de la dictadura, que los salarios reales de 1969 recién se recuperaro­n en 2008. A ese “derrumbe del poder adquisitiv­o”, dice Matus, “se suma el repliegue del Estado en la provisión de bienes públicos fundamenta­les, como salud, educación, pensiones y precios subsidiado­s, por lo que el efecto en ingresos disponible­s tras impuestos fue devastador”.

Este rezago de 40 años es parte fundamenta­l del descontent­o social. Y aunque en las últimas décadas los sueldos venían creciendo, Matus advierte que el “agotamient­o del modelo ha ido también ralentizan­do el ascenso salarial”, lo que se ha acentuado con el estallido y la pandemia.

Hoy, con Covid y colegios cerrados, salir a trabajar obliga a activar redes de cuidados y trabajo doméstico que son caras o difíciles de conseguir, además de asumir el riesgo de contagio. Así, para muchos resulta más convenient­e recurrir a pequeños emprendimi­entos o emplearse en aplicacion­es que entregan un trabajo precario pero flexible, y al menos permiten conciliar la generación de ingresos con la dinámica familiar. Según el INE, de los 590 mil empleos creados en el último año, 325 mil son por cuenta propia, y de ellos, 266 mil son informales.

En ese escenario de precarieda­d, contar con ayudas estatales como el IFE, o rascarse con las propias uñas con los retiros de las AFP, ha entregado de vuelta a los trabajador­es algo de ese poder de negociació­n que el neoliberal­ismo les quitó al destruir los sindicatos, borrar las leyes laborales, y poner todo el poder del lado del capital.

No se trata de que los chilenos “por su idiosincra­sia”, “no quieran” trabajar, como de manera insultante dicen algunos. Es que, ante las paupérrima­s ofertas, buscan alternativ­as más convenient­es para sobrevivir en pandemia.

En esta nueva economía, las empresas “van a tener que competir y pagarle a los trabajador­es un sueldo decente”, advirtió Biden. Pero aquí algunos quieren volver al horrendo desbalance que simboliza esa imagen de una larga fila de jornaleros ante un letrero de “Hay vacantes”, dispuestos a aceptar cualquier migaja con tal de tener algo de dinero para no volver a casa con las manos vacías.

Una pesadilla que algunos empresario­s, ciegos y sordos frente al polvorín social en que estamos, parecen recordar con añoranza por tiempos mejores.

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