Los 50 años de Christiania, el pionero y alternativo enclave de Copenhague
El barrio, que surgió como un experimento entre hippies y anarquistas, se ha vuelto uno de los principales destinos turísticos de la capital danesa.
Aminutos de la estación central de Copenhague, un cartel anuncia que “estás saliendo de la Unión Europea”. De ahí en adelante, se está entrando a Christiania, un pequeño barrio de 34 hectáreas, en el que los autos están prohibidos del todo y la vida se rige por un sistema de autogobierno, con moneda local, bandera y hasta himno propio.
Con sus casi mil habitantes, la comuna libre de Christiania ha servido durante 50 años como ejemplo de un estilo de vida al margen del sistema, donde la propiedad privada no tiene lugar y todas las decisiones se toman en colectivo.
En un principio, el lugar que hoy ocupa Christiania era una base militar abandonada en el barrio de Christianshavn, al centro de Copenhague. A inicios de los 70, con el espíritu de Mayo del 68 expandiéndose en Europa y el mundo, un grupo de hippies llegó al lugar, y entre protestas contra la Guerra de Vietnam y la búsqueda de un espacio seguro para que jugaran sus hijos, una comunidad se empezó a asentar.
El paso decisivo vendría de la mano de Jacob Ludvigsen, un periodista anarquista del movimiento holandés Provo: el 26 de septiembre de 1971, junto con otros cinco autores, firmaron la fundación de la comuna en su revista. “El objetivo de Christiania es crear una sociedad autogobernada, en la cual todos y cada uno de los individuos se hagan responsables del bienestar de toda la comunidad”, rezaba el artículo.
De ahí en adelante, la policía danesa intentó desalojar el lugar, pero a medida que llegaba más gente a vivir, el pequeño reducto de libertad en medio de Copenhague era más aceptado. En una asamblea, se decidió no reconocer la propiedad privada dentro de los límites de la ciudad, y hasta el día de hoy las viviendas de los christianistas no les pertenecen a ellos, sino a la comuna. Por otro lado, las normas y leyes se deciden en la comunidad, y en general la policía danesa no entraba a Christiania.
Además, se eligió una bandera de la micronación: una tela roja con tres puntos amarillos, que representan los puntos de las tres íes en el nombre Christiania. Otra de las reglas que se impuso fue la prohibición del uso de autos particulares, de tal modo que el movimiento en el barrio se realiza principalmente a pie o en bicicleta, vehículo ampliamente utilizado en Copenhague. En 1989, finalmente, una ley aprobada por el Parlamento danés terminó por mantener y aceptar el asentamiento.
Como las leyes danesas sencillamente no corrían dentro de la ciudad libre, floreció dentro de esta el consumo y venta de marihuana, muy ad-hoc con la onda hippie que imperaba en el lugar. De hecho, en una de las principales avenidas del lugar, la Pusher Street, los vendedores se instalaban con stands a vender hierba de diversas variedades, además de los accesorios para el consumo de la droga, haciendo de ese sector de Christiania una pequeña Amsterdam.
El problema vino a partir de los 90, cuando los vendedores empezaron a ofrecer drogas duras, lo que trajo una creciente violencia debido a las distintas bandas de traficantes que querían contar con la ciudad libre en su territorio, un lugar estratégico al abrigo de la vigilancia estatal.
Por lo mismo, las redadas y entradas de la policía al sector se empezaron a volver frecuentes. Se llegó a decir, por parte de la policía, que la venta de droga en Christiania generaba alrededor de 150 millones de dólares anualmente. La violencia llegó a un punto cúlmine en 2016, con la muerte de Mesa Hodzic, un sospechoso dealer que se enfrascó en una balacera y que hirió a dos oficiales y a un transeúnte. A los días se vio a los habitantes de la ciudad libre con grúas, retirando todos los stands de venta de drogas de la Pusher Street.
Mientras algunos políticos aplaudían el cierre del mercado, como signo de que las actividades ilegales acabasen en Christiania, líderes de la comuna dijeron que esto formaba parte del ethos de autorregulación que los ha gobernado todo este tiempo. “Le hemos pedido a la policía que no viniera. Vamos a hacer esto nosotros, se trata de nuestro honor”, declaró entonces a The New York Times Hulda Mader, vocera de la comunidad.
Las tensiones entre el Estado de Dinamarca y Christiania nunca se superaron del todo, y la presión por normalizar esta zona anómala de la ciudad fue aumentando. En 2012 se llegó a un acuerdo con la comunidad, y se logró que la fundación Freetown Christiania tuviese bajo su propiedad las viviendas del lugar. Actualmente, los habitantes del lugar pagan una renta a la fundación, de tal modo que nadie es dueño particular de su vivienda.
Hoy por hoy, la ciudad libre se ha vuelto el segundo lugar más visitado de Copenhague, junto con los Jardines Tivoli y la estatua de la Sirenita. Por lo mismo, Christiania está llena de bares, cafés, salas de espectáculos, museos y exposiciones, lo que trae consigo la correspondiente gentrificación de un barrio en el que, en un principio, los precios de las cosas llegaban a ser la mitad del resto de Dinamarca.
De ahí que, entre ciertas medidas para volver a hacer vivible el lugar, se haya decidido el prohibir las fotografías y los tours guiados dentro de los límites de la comuna. “La gran parte del turismo que no se trata de aprender, sino de conseguir un fondo diferente para la selfie, mata el entorno”, comentaba a CNN Emmerik
Warburg, una residente de la comuna.
En el marco de sus 50 años, Christiania está celebrando con un festival al aire libre -como era de esperar para la ciudad hippie-, músicos y DJ. Una de las instancias conmemorativas más interesantes del medio siglo de la comuna es una exposición con pósters christianistas en un museo de Copenhague.
Experimentos como ya la desmantelada comuna artística de Tacheles, en Berlín, se han basado en gran medida en el éxito de Christiania. Otros barrios y espacios reducidos alrededor del mundo también han declarado su independencia. En Vilna, la capital de Lituania, existe la República de Užupis, un barrio con presidente, Constitución y Ejército propio, aunque este último está compuesto por menos de 20 personas. Otra micronación famosa es Sealand, una plataforma marina abandonada en los años 60, ubicada en el mar del Norte, y que el ciudadano británico “Paddy” Roy Bates ocupó, bautizándose a sí mismo como “Su Alteza Real Príncipe de Sealand”.