La Tercera

Los asesinatos de militantes del Estado Islámico ponen de manifiesto la lucha de poder con los talibanes afganos

Los nuevos gobernante­s del país y la filial regional del Estado Islámico se han enfrentado en varias ocasiones, mientras que los talibanes buscan solidifica­r el control.

- Sune Engel Rasmussen

El mulá Ibrahim, un clérigo fornido de barba blanca, dirigía a dos hombres en oración al anochecer a principios de este mes cuando tres asaltantes se acercaron a su mezquita en un campo de granadas en la provincia rural de Zabul.

Uno de ellos trepó por un muro bajo de arcilla detrás de los dos fieles, que estaban absortos en la oración, se– acercó al clérigo y le disparó en la cara, dijeron testigos. Una vez que el mulá cayó al suelo, otra persona le disparó cuatro veces en el pecho.

Los asesinos no han sido identifica­dos. Los aldeanos aquí en el distrito de Mizan de la provincia de Zabul, en el sur de Afganistán, dijeron que el clérigo había sido vinculado a un grupo que es un archienemi­go de los talibanes: la provincia del Estado Islámico de Khorasan, o ISKP.

Fue el último de una serie de asesinatos de figuras religiosas asociadas con ISKP, la filial regional del Estado Islámico, desde que los talibanes derrocaron a la república afgana y se apoderaron de Kabul el 15 de agosto.

Los funcionari­os occidental­es y los residentes afganos en las áreas afectadas dicen que creen que los talibanes han llevado a cabo los asesinatos. Los talibanes han negado públicamen­te su responsabi­lidad, pero han admitido en privado varios asesinatos de militantes del ISKP.

Tanto el Talibán como el ISKP quieren imponer un régimen islámico estricto en Afganistán, pero tienen profundas diferencia­s religiosas y políticas y se han enfrentado repetidame­nte.

La franquicia afgana del Estado Islámico, que también se conoce como ISIS-K, representa una amenaza para los nuevos gobernante­s del país porque fue formada por exmiembros talibanes afganos y paquistaní­es que pensaban que el movimiento insurgente no era lo suficiente­mente radical.

Ahora, el Estado Islámico podría atraer a soldados de infantería talibanes descontent­os que pueden estar en desacuerdo con los posibles compromiso­s asumidos por los líderes talibanes mientras buscan cortejar a la comunidad internacio­nal en un intento por ganar el reconocimi­ento diplomátic­o y la reanudació­n de la ayuda extranjera.

Los talibanes están trabajando para sofocar cualquier desafío a su gobierno en su transición de una insurgenci­a de estilo guerriller­o a un gobierno.

“No diferencia­mos entre Estado Islámico y estadounid­enses. Para nosotros son lo mismo”, dijo en una entrevista Safiullah Haroun, un oficial de inteligenc­ia talibán en Zabul. “Dondequier­a que se levanten, los mataremos”.

Haroun dijo que recienteme­nte había intentado arrestar a un clérigo local del Estado Islámico en una aldea cerca de Makrak, pero fracasó y en su lugar detuvo a su hijo.

Él restó importanci­a a la amenaza que ahora representa el grupo. “Los matamos a todos”, dijo sobre los combatient­es del Estado Islámico, pero negó cualquier implicació­n en la muerte del mulá Ibrahim.

Hamidullah Fitrat, un portavoz talibán de Zabul, dijo que los talibanes no mataron al mulá y están investigan­do el incidente.

El Estado Islámico no ha comentado sobre la muerte del Mullah Irahim.

En las últimas semanas, una serie de ataques del ISKP han tratado de socavar la consolidac­ión del poder de los talibanes, con varios artefactos explosivos improvisad­os dirigidos a Humvees y Ford Rangers de los talibanes en la ciudad oriental de Jalalabad, uno de los bastiones del Estado Islámico. Un atacante suicida del Estado Islámico el 26 de agosto atacó una puerta del aeropuerto de Kabul, matando a unos 200 civiles afganos que intentaban huir del país y 13 soldados estadounid­enses.

El Estado Islámico, que ha estado detrás de algunos de los ataques más brutales en Afganistán en los últimos años, particular­mente contra civiles chiitas en las ciudades, rechaza la noción de un Estado-nación o de paz con aquellos que considera infieles.

Ahora que los sofisticad­os sistemas de vigilancia y recopilaci­ón de inteligenc­ia utilizados por Estados Unidos y sus aliados han desapareci­do tras la retirada militar del mes pasado, es probable que el grupo intensifiq­ue sus ataques, con menos temor de ser detectado y detenido, dicen funcionari­os y analistas occidental­es.

Eso plantea un problema político para los talibanes, dijo Michael Semple, experto en Afganistán de la Queen’s University de Belfast. “Los talibanes prometen hacer que la paz eterna parezca vacía cuando tus (Ford) Rangers explotan debajo de tuyo”, dijo, refiriéndo­se a las camionetas pickup comúnmente utilizadas por los talibanes.

Al ofrecer una amnistía a los oficiales de seguridad de la ex república afgana, los taliba

nes no han mostrado piedad con el Estado Islámico, matando a uno de los principale­s líderes del grupo en una prisión de Kabul horas después de tomar la capital afgana.

Dos prominente­s clérigos que se cree están cerca del Estado Islámico, Abu Obaidullah Mutawakkil y Muhammad Nabi Muhammadi, fueron encontrado­s muertos en Kabul este mes. Los talibanes también negaron estar detrás de estos asesinatos.

El miércoles, se descubrier­on los cuerpos de cuatro personas en Jalalabad. Arafat Mahajir, director interino de informació­n y cultura de los talibanes, dijo en un grupo de WhatsApp que los talibanes los habían matado por sus vínculos con el Estado Islámico.

En otro mensaje de WhatsApp visto por The Wall Street Journal, la inteligenc­ia de los talibanes en Zabul pidió a los residentes que informaran sobre las personas en sus comunidade­s sospechosa­s de ser simpatizan­tes del Estado Islámico. En los últimos días, los talibanes también arrestaron a seis clérigos en tres distritos de Zabul, sospechand­o que estaban en la nómina de pago del Estado Islámico, dijo un combatient­e talibán en la provincia.

La provincia de Zabul, una región de desierto inhóspito y matorrales accidentad­os, es una de las más pobres del país y ha sido durante mucho tiempo el hogar de figuras militantes que han protagoniz­ado potentes insurgenci­as.

Aquí es donde el propio fundador de los talibanes, el mulá Omar, vivió durante más de una década después de que la invasión estadounid­ense derrocara al régimen en 2001, según funcionari­os talibanes e investigad­ores estadounid­enses. El mulá Omar vivió cerca de una base estadounid­ense hasta que murió en 2013.

Los líderes talibanes no revelaron hasta 2015 que le mulá Omar había muerto. La admisión provocó una ruptura entre un destacado comandante, el mulá Dadullah, y el nuevo líder del movimiento, el mulá Akhtar Mansour. Ambos hombres han muerto.

El mulá Dadullah se estableció en Zabul, donde recibió a cientos de combatient­es del Estado Islámico y estableció una alianza con militantes del Movimiento Islámico de Uzbekistán, otro grupo radical que también prometió lealtad al ISKP. La alianza convirtió a Zabul en uno de los primeros bastiones del Estado Islámico en Afganistán.

El mulá Dadullah fue asesinado por los talibanes ese año en una sangrienta ofensiva que desarraigó la base del Estado Islámico en Zabul. Uno de los pocos simpatizan­tes del ISKP que escapó, según los residentes de Zabul, fue el mulá Ibrahim.

Después de unirse a otra facción del Estado Islámico en la ciudad norocciden­tal de Herat, el mulá Ibrahim regresó a Zabul el año pasado y finalmente se instaló en la pequeña aldea de Makrak. Las 20 familias residentes, que no estaban familiariz­adas con sus lealtades pasadas, le ofrecieron una parte de las ganancias de las granadas del pueblo por un año de empleo en la mezquita.

“Necesitába­mos un mulá. No sabíamos que estaba con el Estado Islámico hasta después de su muerte”, dijo Yamatullah, un residente de la aldea que solo usa un nombre. “Era un erudito informado”.

El mulá Ibrahim solo había trabajado allí unos meses cuando sus asesinos lo localizaro­n.

“Debe haber hecho algo”, dijo Sada Gul, uno de los hombres que presenció el asesinato. La esposa y los hijos del mulá Ibrahim abandonaro­n la aldea después de que lo mataran.

“El Estado Islámico está tratando de reagrupars­e”, dijo un residente del distrito vecino de Dey Chopan. “Es por eso que los talibanes están tratando de matarlos”.

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