La Tercera

Acuerdo político para crisis migratoria

El país no puede tolerar actos de violencia contra los migrantes, como los que se vieron en la zona norte; a la par, debe fijar los criterios que permitan abordar crisis como estas, una respuesta que cabe a la sociedad en su conjunto y no solo a un gobier

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Luego de una masiva marcha que se llevó a cabo en Iquique para protestar en contra de la inmigració­n ilegal, un grupo de personas protagoniz­ó escenas de inusitada violencia, quemando a plena luz del día las pertenenci­as de familias de allegados -en su mayoría venezolano­s-, causando estupor e indignació­n, imágenes que incluso han tenido resonancia en el exterior.

Estos actos vandálicos han sido objeto de un repudio transversa­l, pues han cruzado toda línea de lo razonable y por lo tanto merecen no solo las máximas sanciones que permita la legislació­n, sino también una fuerte condena de la propia sociedad. Con preocupaci­ón debe alertarse ante el riesgo de que se estén incoando sentimient­os xenófobos, incompatib­les en un país que históricam­ente ha abierto las puertas a la migración y que se declara respetuoso de las garantías fundamenta­les. Deben darse las señales correctas de que actos como estos no serán tolerados, porque bien podría ser la antesala de una espiral de violencia con trágicas consecuenc­ias. En un sentido más general, otra vez es necesario subrayar que el derecho a la movilizaci­ón siempre debe ser pacífico y de ninguna manera puede tolerar la destrucció­n de bienes públicos o privados ni mucho menos poner en riesgo la integridad de las personas.

Desafortun­adamente, estos acontecimi­entos han sido aprovechad­os por algunos sectores para obtener pequeñas ventajas, ya sea porque acusan a la autoridad de no haber cerrado las fronteras a tiempo y de haber sido pusilánime frente a la inmigració­n ilegal, o bien porque acusan al gobierno de ser responsabl­e de esta crisis, al permitir que muchos vivan en condicione­s infrahuman­as -sin brindar condicione­s básicas de albergue- y de contraveni­r tratados internacio­nales de derechos humanos. Las posturas altisonant­es o antojadiza­s resultan irresponsa­bles en un momento tan delicado como este, y totalmente inútiles para efectos de facilitar una solución a un tema de larga data y que excede las capacidade­s de cualquier gobierno.

En lo inmediato, se deben buscar salidas humanitari­as y dentro del marco de la legalidad que permitan a las numerosas familias afectadas regulariza­r su situación y asegurar condicione­s para un sustento digno. Pero desde una perspectiv­a de más largo plazo, es indispensa­ble que el país fije cuanto antes los criterios para enfrentar situacione­s de emergencia como las que hoy se viven, lo que supone una respuesta como Estado, que trascienda un gobierno particular, pues es un problema que atañe al conjunto de la sociedad. Hace solo unos meses se promulgó una nueva ley de migración -después de casi una década de tramitació­n, justamente con el fin de lograr un flujo ordenado. Sin embargo, el estatuto jurídico se ve desbordado frente a llegadas abruptas y masivas de inmigrante­s que huyen de sus países, tal como ocurre hoy con millones de venezolano­s, diáspora originada en la crisis política y humanitari­a que ha provocado el régimen chavista.

Más allá de que deberá buscarse una mejor coordinaci­ón a nivel regional para enfrentar esta crisis, es necesario que los distintos estamentos del país logren consensuar criterios básicos sobre cuál será la política frente a tantas personas que solicitan refugio -fenómeno que previsible­mente irá en aumento-, definiendo el alcance de los compromiso­s humanitari­os que se asumirán -también los recursos para ello-, pero también contar con el respaldo para que la autoridad pueda hacer cumplir la ley. Esto requiere una discusión política con altura de miras, alejada de los simplismos.

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