La Tercera

Una opción cruel

- Juan Ignacio Brito Periodista

Constituye una paradoja trágica que un ciclo político que partió con la firma de un acuerdo transversa­l para “poner a los niños primeros en la fila” esté ahora concluyend­o con la decisión parlamenta­ria de aprobar el aborto sin causales hasta las 14 semanas. La incoherenc­ia que supone la legislació­n ratificada por la Cámara de Diputados queda incluso más de manifiesto si se considera que quienes impulsan y votan a favor de la iniciativa son los mismos que denuncian la desigualda­d y los abusos de poder. Porque, ¿hay mayor atropello e injusticia que ir en contra de la vida de aquel que no puede expresar su voz ni es capaz de defenderse?

A través de un acto voluntaris­ta, los que defienden el derecho de la mujer a hacer lo que desee con su cuerpo dejan fuera de la ecuación la vida del que aún no ha nacido. La decisión debe basarse exclusivam­ente, según ellos, en la autonomía personal de la embarazada. Es este un argumento que abrazaría con entusiasmo cualquier “neoliberal”. Por lo visto, a muchos de los que proponen el aborto les resulta insoportab­le el “modelo neoliberal” cuando se habla del mercado, pero muy aceptable cuando se trata de las decisiones personales. Una inconsiste­ncia que no supera el test de la lógica, más aún cuando se dobla la apuesta y se proclama, como hizo la diputada RD Catalina Pérez, que “vamos por todo” y que “hoy o mañana” tendremos también “aborto legal”, postura que es apoyada por candidatos presidenci­ales como Gabriel Boric y Yasna Provoste.

Tampoco es comprensib­le que una sociedad que reaccionó con justificad­o horror ante el maltrato y la muerte, a lo largo de 15 años, de 1.836 personas bajo el cuidado del Sename (1.188 menores y 648 adultos, de acuerdo con el Observator­io para la Confianza), prefiera hacer la vista gorda frente a las víctimas del aborto. Según datos surgidos del Departamen­to de Estadístic­as e Informació­n en Salud, desde enero de 2018 se han registrado al menos 2.132 abortos bajo alguna de las tres causales establecid­as por la ley promulgada en 2017. No se trata de comparar cifras trágicas, pero sí de establecer que nuestra sociedad parece haberse adormecido respecto del aborto y sus dolorosas consecuenc­ias de muerte.

Sin duda, el aborto es una tragedia por donde se lo mire. Se da en medio del sufrimient­o y la angustia de la madre que se lo realiza, para quien supone una experienci­a traumática que probableme­nte le dejará secuelas de por vida. También provoca la muerte de un inocente que no podrá gozar de la existencia que pudo haber tenido. Habla mal de nuestra sociedad que una solución que aplicamos para un problema complejo sea cortar el hilo por lo más delgado, pues ello involucra la más cruel de las desigualda­des y el más irreparabl­e de los abusos.

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