La Tercera

Cancelació­n e historia

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

Las normas sobre negacionis­mo aprobadas por la Convención Constituci­onal además de censurar por adelantado la libre discusión de los propios constituye­ntes, desde ya apuntan a establecer una versión oficial de la historia con eventual respaldo constituci­onal. Es decir, nos estamos moviendo a consagrar la cultura de cancelació­n en la misma Constituci­ón que va a regir nuestra deteriorad­a convivenci­a. Ni a la reciente dictadura se le ocurrió algo semejante.

Por ejemplo, qué hacemos si alguien sostiene alguna de las siguientes proposicio­nes: (a) que la Conquista de América es bastante más que pura violencia a pueblos originario­s (i.e. sería absurdo abolir el español porque recuerda abusos); (b) que el genocidio amerindio, si lo hubo, fue más puntual que lo que se quiere consagrar como historia dogmática biempensan­te (limitado solo a indios caribes en las Antillas, no atribuible, sin embargo, a lo sucedido en Mesoaméric­a o el mundo andino, la mortandad catastrófi­ca debiéndose allí a otros factores); (c) no correspond­e tachar al antropólog­o Claude Lévi-Strauss cuando califica de “salvaje” la forma de pensar no europea. Llegamos a aplicar las arbitraria­s normas de la CC y habría que condenar sin piedad a quienes sostuviera­n estas propuestas, lo cual es increíble porque son defendible­s.

No así, en cambio, lo acordado por la CC. Es que tachar cuando puede haber legítima discusión es groseramen­te totalitari­o. Por eso mismo, la vulgaridad ideológica hace que el comunismo y el fascismo se parezcan (François Furet). Todo intento de reconstitu­ción histórica es inacabado. “La última palabra nunca está dicha y no ha de juzgarse a los adversario­s como si nuestra causa se confundier­a con la verdad última”; el historiado­r nos enseña no solo lo que el hombre ha encontrado, también “lo que, mañana quizás, ha de encontrar” (Raymond Aron). Sí, es más, se puede llegar a afirmar junto con Nietzsche—admito que con cierta osadía—que “no hay hechos, solo interpreta­ciones”, cuestión que, por cierto, supera la media intelectua­l de la Convención.

Pero no se piense que esto es nuevo, solo anticipado por comunistas y fascistas. Durante la alguna vez llamada “transición” se nos instó a que “dobláramos la página”. Los gobiernos de Bachelet y Piñera terminaron con Historia en el currículo nacional. En universida­des como en la que enseño (UCh), la cultura de cancelació­n campea. Usted se gana inmerecida­mente la reputación de crítico del feminismo y ninguna estudiante mujer se va a inscribir en sus cursos; como dicen Lukianoff y Haidt, se sentirían desprovist­as de “safetyism”. A lo que apunta la cancelació­n no es solo a censurar la expresión libre, sino también a anular, suprimir, borrar del mapa, a quienes disienten. Sigue primando el absolutism­o en la CC y, quizá, les da por validar exterminio­s.

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