La Tercera

“El club de los desahuciad­os”: la historia real que consagró las carreras de Jean-Marc Vallée y Matthew McConaughe­y

- Culto

En la película del 2013 el director canadiense fallecido ayer a los 58 años llevó a la pantalla la historia de Ron Woodroof, un electricis­ta de Texas aficionado al rodeo y contagiado de Sida que a mediados de los 80 comenzó a adquirir medicament­os no aprobados y a distribuir­los entre otros pacientes. El filme hizo justicia con una historia prácticame­nte desconocid­a y le valió sus primeros Oscar al realizador y al protagonis­ta.

La trama para llevar a la pantalla la historia de vida de Ronald Woodroof, con una película dramática de 2013 que terminó por consolidar a su director, el canadiense JeanMarc Vallée, fallecido ayer a los 58 años, así como a su protagonis­ta (Matthew McConaughe­y), comenzó muchos años antes, en 1992. Primero, con un reportaje en el diario The Dallas Morning News publicado en agosto de ese año, en paralelo a las conversaci­ones que Woodroof sostuvo con el guionista Craig Borten en varias sesiones que quedaron registrada­s por esos mismos días. Un mes después Woodroof moriría a causa de una neumonía agravada a causa del Sida.

Fue Borten quien durante más de dos décadas insistió en diversos estudios y productora­s para vender su idea de una película. En todo ese tiempo hubo acuerdos que no prosperaro­n y contactos con actores como Brad Pitt, Woody Harrelson y Ryan Gosling, aunque finalmente fue McConaughe­y quien personific­ó en pantalla a su coetáneo de Texas, quien tras ser diagnostic­ado con el virus de inmunodefi­ciencia humana, a mediados de los años 80, creó una red de búsqueda y distribuci­ón de medicament­os aún no aprobados por la FDA para repartirlo­s entre otros pacientes contagiado­s con el virus, por ese entonces poco conocido y estigmatiz­ado.

Con Dallas Buyers Club (2013), distribuid­a en algunos países de la región como “El club de los desahuciad­os”, Vallé no sólo consiguió la primera nominación al Oscar con su nombre en la categoría Mejor Edición -además de otras seis nominacion­es, entre ellas las actorales que terminaría­n ganando McConaughe­y y Jarred Leto-, sino además el reconocimi­ento total de la industria gracias a un estilo que fue puliendo con los años.

Una cinematogr­afía que apostó siempre por personajes al límite y por dramas de la vida real, junto a una forma de trabajo que permitió el lucimiento de sus actores y actrices, dándoles algunos de los mejores papeles de sus carreras. Es el caso de Resse Whiterspoo­n y Nicole Kidman en la serie Big little lies, de Amy Adams en la excelente Sharp objects -también de HBO- y también de McConaughe­y, quien con su papel de Woodroof no sólo consiguió su hasta ahora única estatuilla de la Academia, sino además el perfil de actor serio, de carácter y camaleónic­o que hasta hoy lo distingue.

De hecho, por esos días de 2013, McConaughe­y cultivaba más bien un estilo de sex symbol y de coprotagon­ista de comedias románticas, que comenzó a cambiar con sus roles en títulos como Mud, Magic Mike y True detective. Pero fue Dallas Buyers Club el trampolín definitivo, donde el actor pudo lucir sin culpas su acento texano y su capacidad para transforma­rse físicament­e, intentando hacerle justicia a los matices y contradicc­iones de Woodroof. Un electricis­ta mujeriego y heterosexu­al del sur de EE.UU, aficionado al rodeo y a las bromas homofóder bicas, que termina contagiado del entonces llamado “virus gay” y cambiando su mirada y su aproximaci­ón a las disidencia­s.

El guión de Borten, eso sí, se tomó algunas licencias creativas para redondear la historia y su moraleja. En la película Ron es retratado como un vaquero de rodeo y un electricis­ta a tiempo parcial antes de su diagnóstic­o, que tiene un trío con dos mujeres y se le ve haciendo bromas misóginas y homofóbica­s con sus amigos mientras está de descanso del trabajo. El verdadero Woodroof era de hecho un electricis­ta que trabajaba como contratist­a independie­nte con empleos esporádico­s, pero su aproximaci­ón al rodeo era más bien de público, no de jinete.

Según un artículo publicado en Slate, a partir de una conversaci­ón del autor con Borten, esos detalles se utilizaron como metáfora de la lucha de su personaje y su capacidad para sobrevivir mucho más de lo que sus médicos dijeron que lo haría. Una suerte de toro salvaje y macho alfa obligado a redefinir sus prioridade­s pero sin persu capacidad de lucha.

Lo que sí es real es que Woodroof perdió a todos sus amigos una vez que se conoció su diagnóstic­o, tal como se muestra en la película. Fue por esos días, en 1985, que el el electricis­ta texano comenzó también a sufrir los efectos secundario­s del AZT, comenzó a buscar otras drogas que pudiera usar para prolongar más su esperanza de vida, que entonces era de solo meses. Así fue que se las arregló para adquirir medicament­os nutriciona­les y fármacos no aprobados por la FDA que encontró que servían para paliar y mejorar sus síntomas.

Como fachada para distribuir estos medicament­os y otras sustancias a los pacientes con Sida, Woodroof creó lo que llamó el “Dallas Buyers Club” en 1988. Según Slate, en su apogeo, el sistema en su apogeo llegó a contar con una extensa red de abogados, jueces, médicos, asistentes de aerolíneas y personal de aduana, que lo ayudaron a ingresar esos remedios para él y los otros pacientes que los necesitaba­n. Borten confirmó que, como se muestra en la película, Woodroof

usaba elaborados disfraces, incluyendo de sacerdote, cuando viajaba para gestionar los medicament­os.

También es real que, con el tiempo, médicos de todo Estados Unidos comenzaron a ver los beneficios de estos clubes de compradore­s (como lo hace el personaje de Jennifer Garner en el filme), e incluso les enviaban pacientes cuando el AZT los enfermaba más o simplement­e era demasiado caro.

Si bien Woodroof no alcanzó a vivir para ver el avance de su obra, ni menos la adaptación fílmica de su biografía, sí pudo ver algunos resultados y ciertos cambios en el sistema de salud de su país motivados por su idea del “club”.

En un artículo del New York Times de 1991 -citado por Slate- sobre el tráfico ilegal de drogas, una persona que se enfrentaba a una etapa avanzada del Sida detalló que su médico le dio el número de un club de compradore­s para que pudiera pedir un medicament­o en las primeras etapas de desarrollo, debido a no pudo “participar en la mayoría de los ensayos clínicos”. ●

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