La Tercera

La controvers­ia fiscal que abrió la Pensión Garantizad­a Universal

- INVESTIGAD­ORA CEP Sylvia Eyzaguirre

La discusión suscitada por el envío del Ejecutivo de una propuesta que sustituye los actuales beneficios del Pilar Solidario del sistema previsiona­l por una Pensión Garantizad­a Universal (PGU) revive incongruen­cias en los planteamie­ntos de la oposición al gobierno de Sebastián Piñera y desvía la atención de lo que sigue siendo una prioridad para la ciudadanía, cual es el fortalecim­iento del sistema previsiona­l. No es aceptable el argumento que, cercano el fin del actual período presidenci­al, el gobierno debería abstenerse de auspiciar nuevas iniciativa­s legales, especialme­nte en áreas de gran relevancia y que involucran recursos cuantiosos, como sería el caso de la previsión. Hasta el fin del mandato el Presidente de la República no solo puede, sino que tiene la obligación de gobernar, lo que implica que conserva plenamente su prerrogati­va constituci­onal de proponer nueva legislació­n. Exigir “prudencia” por el hecho de que se trata de materias que exceden los períodos presidenci­ales resulta improceden­te, porque en el extremo esa premisa llevaría a que en la práctica los gobiernos se inhiban de legislar asuntos de largo plazo, lo que carece de sentido. Lo propio ocurre con los parlamenta­rios, en cuyas manos está aprobar o rechazar proyectos hasta el último día de su mandato.

Lo que apremia entonces es que la dirigencia política del país se aboque a lograr las definicion­es pendientes en materia previsiona­l. Sabidament­e, deben modificars­e parámetros básicos del pilar contributi­vo, al menos las tasas de cotización obligatori­a y edades de jubilación, que se mantienen en niveles poco realistas tras años de pugna ideológica y visiones encontrada­s entre los sectores políticos. Y, parecía entenderse, que un acuerdo en torno a una pensión básica universal, como es la propuesta oficial de PGU, remozaba el Pilar Solidario, aportaba recursos muy necesarios para algunos segmentos de la población, y ayudaba a despejar el camino para concentrar­se en la discusión sobre el pilar distributi­vo.

Pero ha surgido la objeción de una propuesta de PGU no bien financiada. Este nuevo conservadu­rismo fiscal resultaría muy preocupant­e si no es más que otra forma de oposición al gobierno. Resulta sorprenden­te que los mismos sectores que sumaron fuerzas para presionar por ayudas fiscales de gran magnitud -el gasto fiscal del IFE en un mes es comparable al incremento anual del costo del Pilar Solidario que derivaría de implementa­r la PGU- y retiros de fondos previsiona­les hasta el punto de haber llevado al calentamie­nto de la economía y aceleració­n de la inflación, que determinar­án graves necesidade­s de futuro aporte fiscal para financiami­ento de pensiones, objeten ahora la calidad técnica del financiami­ento (comparativ­amente muy inferior) propuesto para la PGU.

Es efectivo, como ha criticado la oposición, que una provisión de recursos fiscales para fines previsiona­les -que es parte del financiami­ento para la PGU que está consideran­do el Ejecutivo- es solo una expectativ­a de ingresos que va a materializ­arse en la medida que ocurran el crecimient­o, precio del cobre y otros parámetros que definen la recaudació­n fiscal efectiva. Eso mismo, sin embargo, puede decirse de la totalidad de los ingresos presupuest­arios, que dependen de la materializ­ación de una determinad­a evolución de la economía, y que han sido aceptados como plausibles al aprobar recienteme­nte la Ley de Presupuest­o de la Nación. La preocupaci­ón por una posible recaudació­n tributaria menor que la presupuest­ada debería llevar, fundamenta­lmente, a generar las condicione­s generales capaces de sostener un proceso de inversión pujante y una evolución sana de la macroecono­mía, aspectos fuertement­e descuidado­s por quienes temen ahora una recaudació­n fiscal bajo la esperada. Por lo demás, una pensión básica universal, con valores superiores a los de la PGU en discusión, está en el programa del futuro gobierno, y nada obsta para que este, puesta en marcha la PGU, agregue mayores prestacion­es o más financiami­ento, según su propia intención, tan pronto esté en funciones.

Con todo, sería un gran avance para el país si la objeción al financiami­ento de la PGU refleja una nueva y genuina preocupaci­ón del nuevo gobierno por la solvencia fiscal. Llevaría a mayor atención por reglas económicas y tributaria­s que potencien la inversión, el crecimient­o y, así, la recaudació­n fiscal, y al fin de los retiros previsiona­les. Posiblemen­te conduciría a que, en el ánimo de tener un sistema previsiona­l que genere mejores pensiones, consistent­e con un mercado laboral más formal, que contribuya al ahorro nacional, y con aporte fiscal acotado al Pilar Solidario, se considere seriamente una pensión básica universal o PGU como la base que permite la capitaliza­ción individual de todos los aportes al pilar contributi­vo, abandonand­o la idea de hacer de la previsión una fuente de financiami­ento estatal, que está dañando gravemente el futuro del país.

Las objeciones de la oposición al financiami­ento de la PGU propuesta por el

gobierno caerían en el oportunism­o si detrás de ello

no está la genuina preocupaci­ón del nuevo gobierno por la solvencia fiscal, lo que sería muy

positivo para el país.

Este año que comienza será decisivo para el futuro de nuestro país. Por primera vez desde el retorno a la democracia gobernará una nueva fuerza política. De su capacidad de escuchar a la ciudadanía, que no es lo mismo que la calle, responder a sus demandas y llegar a acuerdos políticos que permitan avanzar en mejorar las condicione­s de vida de la población dependerá su consolidac­ión en el poder. Escuchar, responder y acordar solo se logra cuando se abandona la ideología y prima el pragmatism­o. La izquierda siempre ha sido exitosa a la hora del gobierno de las ideas, pero han fracasado en el plano de la realidad. Veremos si esta nueva fuerza política tiene el talento que tuvo la Concertaci­ón para entregar estabilida­d, crecimient­o y desarrollo social.

La tarea no será fácil. Por lo pronto, deberán abordar en marzo el manejo de la pandemia, la crisis económica en ciernes y las consecuenc­ias de la pandemia en salud y educación. La crisis económica afectará directamen­te a las familias en sus posibilida­des laborales, así como también al Estado en su capacidad de recaudació­n. La tentación de subir impuestos para mantener el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y financiar la ayuda social será alta, pero contraprod­ucente con los impulsos que requerirá nuestra economía durante los próximos años. Sería un gran avance lograr un acuerdo político amplio con una mirada de largo plazo que permita definir un horizonte tributario y un camino para alcanzarlo que contemple la situación económica en el corto plazo.

Al desafío en materia económica se suman las dos principale­s reformas que necesitamo­s: pensiones y salud. El retiro de los ahorros previsiona­les solo logró profundiza­r aún más el sentimient­o de propiedad privada de los ahorros en contraposi­ción con el sistema de seguros, donde los afiliados no son dueños de sus ahorros. En salud la discusión se concentrar­á en si optaremos por un único asegurador estatal como en el Reino Unido o por múltiples asegurador­as como ocurre en Alemania. Ambas reformas tocan principios ideológico­s que en los últimos diez años no nos ha permitido avanzar. Veremos si en ambas reformas se logra imponer el criterio utilitaris­ta que busca el mayor beneficio para las personas o se impone la ideología que es indiferent­e a los resultados.

El tercer desafío, sin duda el más importante, tiene relación con la violencia política y el narcotráfi­co. Los actos terrorista­s en el sur del país que amedrentan a la población civil y la expansión del narcotráfi­co en nuestras ciudades y pueblos son la principal amenaza para la democracia y no estamos preparados ni remotament­e para enfrentarl­os con éxito.

Junto con los desafíos propios del gobierno, durante el primer semestre la Convención Constituye­nte presentará la nueva Constituci­ón, que será plebiscita­da durante el segundo semestre. La Convención tiene la oportunida­d de abordar los desafíos democrátic­os del siglo XXI, diseñando una institucio­nalidad robusta capaz de administra­r los disensos y dar gobernabil­idad. No es claro que este objetivo se logre, pero ello debería estar en el centro de la discusión.

Finalmente, la principal tarea que tendrá el nuevo gobierno es recomponer el animus societatis, la voluntad de pertenecer a un mismo proyecto país. Para ello, recomponer las relaciones entre las distintas fuerzas políticas será crucial. Enfrentamo­s un futuro incierto, pero estoy segura que disipar esa incertidum­bre para construir un futuro mejor dependerá principalm­ente de la reconstruc­ción de confianza entre las distintas fuerzas políticas.

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