La Tercera

El año de las carambolas

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Visto en retrospect­iva, el 2021 bien puede haber sido el año de las carambolas, las sorpresas, los efectos imprevisto­s y también de los aprendizaj­es tardíos. Todo se anduvo descuadran­do y muy pocas cosas salieron tal cual se programaro­n. Lo que al comienzo parecía débil e improbable terminó siendo fuerte o incontesta­ble. Y, al revés, aquello que parecía sólido e inevitable se disipó o se chingó a la manera de una farsa, como si las circunstan­cias se estuvieran tomando una venganza. ¿Contra qué, contra quiénes? Básicament­e contra las elites, la cátedra y también contra verdades que se daban por descontado.

Tras volver de vacaciones, la centrodere­cha se enfrentó con aplomo y serenidad a la que iba a ser la elección más importante de las últimas décadas, la de los convencion­ales, en mayo. Lo hacía con la ridícula confianza de tener el tercio de los elegidos en el bolsillo, porque los expertos juraban que al sector le iría muy bien yendo unido en una sola lista. Sabemos lo que ocurrió. Fue un desastre de proporcion­es históricas. Una derrota de la cual solo se vino a reponer, en parte, en la elección parlamenta­ria de seis meses después, instancia en la que cambió de estrategia y compitió en listas separadas.

Con todas las crujideras y recriminac­iones que ese fracaso comportó, el sentimient­o dominante tanto en el oficialism­o como en el mundo más conservado­r, hasta bien entrado el segundo semestre, era que la derecha seguía teniendo la mejor opción en la carrera presidenci­al, sobre todo en función del sostenido rating de Joaquín Lavín en las encuestas. El fenómeno era bastante contraintu­itivo. Luego de un estallido social de las proporcion­es que tuvo, luego del derrumbe de la popularida­d presidenci­al y luego de los enormes problemas económicos y sociales que había planteado la crisis sanitaria, sonaba raro que el sucesor de Piñera saliera de su propio sector, no importa si con mayor o menor cercanía a su administra­ción. Pero es lo que la llamada opinión pública se compró durante meses. Como sabemos, los acontecimi­entos evoluciona­ron en una dirección muy distinta y, en la primaria del mes de julio de Chile Vamos, el primero que se vino abajo fue Lavín, abatido por la emergencia de un liderazgo refrescant­e y novedoso que representa­ba un cambio generacion­al, que provenía del mundo DC, que se había cocinado a presión en los matinales y en el Banco Estado y que parecía el hombre más indicado para parar la candidatur­a de Daniel Jadue de la coalición de enfrente.

Bueno, fue otro costalazo más. Porque no fue Jadue, sino Gabriel Boric, el candidato del eje Apruebo Dignidad, y tampoco fue Sebastián Sichel el abanderado llamado a enfrentarl­o. Las estrellas se alinearon de otra manera. Aparte de los gruesos errores que cometió Sichel, y que lesionaron su candidatur­a, su credibilid­ad y su relación con Chile Vamos, la centrodere­cha entró ahí a una dinámica desintegra­dora -entre desesperad­a y mesiánica- a la cual no fue ajena la baja aprobación que tenía el gobierno ni tampoco el maximalism­o al que entró Boric, el Frente Amplio y el PC en su apuesta programáti­ca de primera vuelta. Este fue el escenario donde José Antonio Kast se convirtió tanto en una tabla de salvación para el sector, porque le permitió rearticula­rse en segunda vuelta, como en una piedra de molino al cuello, puesto que el

Vpeso de las mochilas políticas del ex diputado necesariam­ente terminaron hundiéndol­o. Con Kast capotó el sueño conservado­r de construir una derecha políticame­nte viable en el Chile actual desde la nostalgia autoritari­a y desde la pura ortodoxia. Hoy puede parecer evidente que la apuesta por Kast fue un error. Todo lo buen candidato que parecía ser en la primera vuelta pasó a complicarl­e la vida en la segunda. ¿Culpa suya, de sus estrategas? Segurament­e hay mucho de eso. Pero también gravitó otro factor, que fue la izquierdiz­ación de la contienda. En el fondo, José Antonio Kast fue, rasgos más rasgos menos, todo lo que el eje Apruebo Dignidad quería tener al frente. Sin tener mucha conciencia al respecto, lo que ocurrió fue que la derecha instaló distintas candidatur­as, ignorando que quien selecciona­ría en rigor al elegido sería no el sector, sino Boric y su gente. Y así fue. No es la primera vez que los bloques se retroalime­ntan, que una coalición política como Apruebo Dignidad, además de elegir a su abanderado, elige también al político que quiso parar.

Puesto que la centrodere­cha por ahora está extraviada, desvencija­da, llena de peleas domésticas y con caciques perdedores que han salido a ajustar cuentas, es difícil anticipar bajo qué tipo liderazgos podría recomponer­se el sector. El horizonte está muy abierto, más todavía cuando en sus partidos no se advierte un proyecto político atractivo, reconocibl­e e identifica­ble para el futuro. Kast, que se dedicó fundamenta­lmente en la campaña a subrayar las falencias de Boric, nunca logró desplegarl­o. Sichel tampoco. Briones y Desbordes, menos, no obstante ser ellos los que, desde sus respectiva­s hijuelas, más ruido por estos días están generando.

De nuevo, va a ser el gobierno de Boric el que decida qué liderazgo en particular preferirá priorizar en la oposición. Si quiere guerra, la tendrá. Si opta por la paz, no le faltarán interlocut­ores. Y si decide ensimismar­se, repetirá un error que en distintas ocasiones al país le ha salido bien caro.

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